La segunda nave, que era una de las desconocidas, resultó estar totalmente abierta y Tuf la recorrió con cierta fascinación intelectual. Su interior era un laberinto de angostos pasillos cuyos muros eran tan irregulares y rugosos como los de una caverna, pero que resultaban blandos al tacto. El instrumental resultaba imposible de entender. Una vez encontró los trajes presurizados, éstos le parecieron en condiciones de funcionar, pero totalmente inútiles para cualquier ser cuya estructura superase el metro y fuera de simetría bilateral.
La tercera, el mercante Rianés, había sido prácticamente desguazado y Tuf no logró encontrar nada útil.
Finalmente no le quedó más remedio que dirigirse hacia una de las cinco lanzaderas que estaban algo más lejos, alineadas en sus soportes de lanzamiento. Eran grandes, más que su nave, y sus cascos de color negro estaban llenos de desperfectos, pero, a pesar de ello y de las extrañas alas que tenían en la cola, estaba claro que habían sido construidas por seres humanos y parecían hallarse en buen estado. Tuf logró finalmente entrar en una de ellas: en un soporte había una placa metálica con la silueta de algún animal legendario grabada en ella y debajo una leyenda proclamando que el nombre de la nave era El Grifo. Los trajes se encontraban donde él había esperado encontrarlos y su estado era notablemente bueno teniendo en cuenta que tenían como mínimo mil años de edad. Eran bastante abigarrados y su color dorado y en el pecho de cada traje había una letra theta de oro. Tuf escogió dos trajes y cruzó nuevamente con ellos la llanura sumida en penumbra de la zona de aterrizaje, dirigiéndose hacia la bola metálica, ennegrecida y más bien maltrecha, que se alzaba sobre sus tres soportes de aterrizaje.
Cuando llegó a la base de la rampa que ascendía hasta la escotilla principal de su nave, estuvo a punto de tropezar con Champiñón.
El gato estaba sentado en el suelo y al ver a Tuf se acercó a él, emitiendo un maullido quejumbroso y frotándose contra su bota.
Haviland Tuf se quedó inmóvil por un instante y contempló a su gato. Luego se inclinó con cierta dificultad, lo cogió en brazos y lo estuvo acariciando durante uno o dos minutos. Cuando subió por la rampa hasta la escotilla, Champiñón fue detrás de él y Tuf se vio obligado a impedirle la entrada. Tuf pasó por las compuertas llevando un traje en cada mano.
—Ya era hora —dijo Celise Waan al entrar Tuf. —Yate dije que Tuf no nos había abandonado —añadió Jefri Lion.
Haviland Tuf dejó caer los trajes presurizados al suelo donde se quedaron formando un confuso montón de tela verde y oro.
—Champiñón está fuera —dijo Tuf con voz totalmente desprovista de inflexiones.
—Bueno, pues sí —dijo Celise Waan—, lo está. —Cogió uno de los trajes y empezó a ponérselo. Le venía algo estrecho por la cintura, ya que al parecer los miembros del Cuerpo de Ingeniería Ecológica no habían sido tan abundantes en carnes como ella—. ¿No había una talla más grande? —dijo con voz quejosa—. ¿Está seguro de que todavía funcionan?
—Parecen sólidos —dijo Tuf—. Será necesario introducir en los tanques de aire las bacterias vivientes que aún quedan en los cultivos de la nave. ¿Cómo pudo salir champiñón?
Jefri Lion carraspeó con expresión algo preocupada. —Esto… sí —dijo—. Celise tenía miedo de que no fueras a volver, Tuf. Llevabas tanto tiempo fuera… Pensé que nos habías dejado abandonados aquí.
—Una sospecha francamente baja e infundada —dijo Tuf.
—Ya, claro… —dijo Lion, apartando la mirada y tendiendo la mano hacia el otro traje.
Celise Wala se puso una bota y cerró los sellos de protección.
—Todo es culpa tuya —le dijo a Tuf—. Si no hubieras tardado tanto tiempo en volver, no me habría puesto nerviosa.
—Cierto —dijo Tuf—. ¿Y puedo arriesgarme a preguntar qué relación hay entre su nerviosismo y la situación de Champiñón?
—Bien, pues pensaba que no ibas a volver y debíamos salir de aquí —dijo la antropóloga, sellando su segunda bota—. Pero con tanto hablar de plagas me habías puesto muy nerviosa y por eso metí al gato en la escotilla y la abrí. Intenté coger a ese condenado animal blanco y negro pero no paró de correr y además me soltó un bufido. Ese otro en cambio se dejó coger. Lo dejé ahí fuera y hemos estado observándolo por las pantallas. Imaginé que así podríamos ver si se ponía enfermo o no. Si no había ningún tipo de síntomas… bueno, entonces probablemente podíamos correr el riesgo de salir ahí fuera.
—Me parece comprender el principio teórico —dijo Haviland Tuf.
Desorden entró dando brincos en la estancia, jugando con algo. Vio a Tuf y se dirigió hacia él, balanceándose como si fuera un cachorro.
—Jefri Lion, por favor —dijo Tuf—, coja a Desorden y llévela a los camarotes y déjela confinada allí.
—Yo… sí, claro —dijo Lion y cogió a Desorden, que en ese instante jugueteaba a su lado—. ¿Por qué?
—De ahora en adelante prefiero tener a Desorden a salvo y bien lejos de Celise Waan —dijo Tuf.
Celise Waan, con el casco bajo el brazo, lanzó un resoplido despectivo.
—Oh, tonterías. Ese animal de color gris se encuentra perfectamente.
—Permítame mencionar un concepto con el cual quizá no se halle convenientemente familiarizada —dijo Haviland Tuf—. Se lo suele denominar periodo de incubación.
—¡Mataré a esa perra! —dijo Kaj Nevis en tono amenazador mientras él y Anittas se abrían paso por una gran habitación en tinieblas—. ¡Maldita sea! ya no se puede conseguir una mercenaria medianamente decente… —La enorme cabeza del traje de combate se volvió hacia el cibertec con el visor brillando levemente—. ¡Date prisa!
—No puedo dar zancadas tan largas como tú con ese traje —dijo Anittas apresurando el paso. Le dolían los costados por el esfuerzo de mantener el ritmo de Nevis. Su mitad cibernética era tan fuerte como el metal con el que estaba hecha y tan rápida como sus circuitos electrónicos, pero su mitad biológica no era sino pobre carne cansada y herida. De los cortes que le habían causado Nevis en la cintura todavía manaba un poco de sangre. Además, tenía mucho calor y se encontraba algo mareado—. Ya no está muy lejos —dijo—. Por este pasillo y luego a la izquierda, la tercera puerta. Es una subestación de relativa importancia, lo noté a! conectarme. Allí podré unirme a! sistema principal. —y descansaré, pensó. Se encontraba increíblemente cansado y su mitad biológica palpitaba dolorosamente.
—¡QUIERO LAS MALDITAS LUCES ENCENDIDAS! —ordenó Nevis—. y LUEGO QUIERO QUE LA ENCUENTRES, ¿ME HAS ENTENDIDO?
Anittas asintió y trató de caminar un poco más rápido. Ya hacía rato que dos puntos de luz roja ardían en sus mejillas sin que sus ojos metálicos pudieran percibirlos. Sintió que su visión se nublaba y oyó un fuerte zumbido en los oídos. Anittas se detuvo.
—¿QUÉ SUCEDE AHORA? —le preguntó Nevis.
—Estoy experimentando ciertas pérdidas funcionales —dijo Anittas—. Debo llegar hasta la sala del ordenador y comprobar mis sistemas. —Se dispuso a reemprender la marcha y vaciló. Entonces su sentido del equilibrio le traicionó por completo y se sintió caer.
Rica Danwstar estaba segura de haberles despistado. Kaj Nevis resultaba muy impresionante con su gigantesco traje metálico, sin duda, pero no resultaba precisamente silencioso al moverse. Rica tenía una visión tan buena como los gatos de Tuf, lo cual resultaba otra ventaja en su profesión. Donde podía ver, corría, y en aquellos lugares que estaba totalmente a oscuras, tanteaba las paredes tan rápida y silenciosamente como podía. Esta parte del Arca era un laberinto de pasillos y compartimientos. Rica se fue abriendo paso a través de él, girando y desviándose, volviendo a veces sobre sus pasos y escuchando siempre cautelosamente el estruendo metálico producido por los pasos de Nevis, que fue haciéndose más y más débil hasta terminar por desvanecerse.