—ENTONCES, ¡DETENLES! —ordenó Nevis. Sin vacilar, la enorme pinza metálica se extendió y rodeó la garganta biometálica de Anittas. Una leve presión y la pinza se cubrió de un espeso fluido negruzco—. ¡DETENLA AHORA MISMO!
—Aún no he terminado mi historia, Kaj Nevis —dijo el cibertec, con su boca convertida en una masa sanguinolenta—. Los últimos Imperiales sabían que les sería imposible continuar. Cerraron la nave, entregándola al vacío, al silencio ya la nada estelar. Temían otro ataque de los Hruum o quizá, con el tiempo, de seres desconocidos. Convirtieron la nave en un pecio, aunque no estuviera completamente abandonado. Le dijeron al Arca que se defendiera, ¿comprendes? Dejaron montados el cañón de plasma y los láser exteriores y mantuvieron en funcionamiento la esfera defensiva, como bien tuvimos que aprender a nuestra costa. y programaron la nave para que se vengara de un modo terrible en su nombre, para que volviera una vez y otra a H’Ro Brana, de donde habían llegado los Hruun. Para que soltara sobre ese planeta su regalo de plaga, muerte y epidemias. Para evitar que los Hruun pudieran volverse inmunes a ellas, sometieron sus tanques de plaga a una radiación continua con la cual consiguieron mutaciones incesantes y establecieron un programa de manipulación gen ética automática, con el cual se iban creando continuamente virus nuevos y cada vez más letales.
—TODO ESTO NO ME IMPORTA —dijo Kaj Nevis—. ¿HAS DETENIDO A LOS DEMÁS? ¿PUEDES MATARLES? TE LO ADVIERTO, HAZLO AHORA MISMO O MORIRÁS.
—Ya estoy muerto de todos modos, Kaj Nevis —dijo Anittas—, eso ya te lo he explicado. Las plagas… dejaron también una línea secundaria para el interior de la nave. Por si alguien entraba de nuevo en ella, el Arca había sido programada para despertar por sí misma y llenar los corredores de atmósfera. ¡Oh, sí! Pero de una atmósfera emponzoñada con doce portadores de plagas distintas. Los tanques de la plaga han estado funcionando durante mil años, Kaj Nevis, hirviendo incesantemente, efectuando mutaciones continuas. La enfermedad que he contraído carece de nombre. Creo que es algún tipo de espora. Hay antígenos, medicinas, vacunas. El Arca se ha encargado de irlas manufacturando, pero es demasiado tarde para mí, es demasiado tarde. La he respirado y ahora está devorando mi parte biológica. Mi parte cibernética no puede ser devorada. Podría haberte entregado la nave, Kaj Nevis. Tú y yo juntos habríamos podido tener el poder de un dios. En lugar de eso, moriremos.
—TU MORIRÁS —le corrigió Nevis—: y LA NAVE ES MIA.
—Creo que no. Kaj Nevis, le he propinado unas buenas patadas a esta gigantesca idiota dormida, y ahora vuelve a estar consciente. Sigue siendo una idiota, cierto, pero está despierta y preparada para recibir órdenes. Pero tú no posees, ni el conocimiento ni la capacidad para darlas. Estoy conduciendo a Jefri Lion directamente hacia aquí y Rica Danwstar está a punto de llegar a la sala principal de controles. Lo que es mas…
—¡BASTA YA! —dijo lacónicamente Nevis. La pinza aplastó el metal y el hueso, separando la cabeza del cibernet con un seco chasquido. La cabeza rebotó en el pecho de Nevis y luego cayó al suelo, rodando un par de metros. Un chorro de sangre brotó del cuello y un grueso cable que emergía de él emitió un último e inútil zumbido, despidiendo un chispazo blanco azulado antes de que el cuerpo de Anittas se derrumbara nuevamente sobre la consola del ordenador. Kaj Nevis apartó el brazo y giró en redondo, golpeando una y otra vez la consola hasta convertirla en una ruina, dispersando los fragmentos de plástico y metal por el suelo de la habitación.
Entonces se oyó un agudo zumbido metálico. Kaj Nevis se volvió con el visor reluciendo, buscando la fuente del sonido.
Y en el suelo vio la cabeza, mirándole. Los ojos, esos ojos de metal plateado, giraron en sus órbitas, enfocándole. La boca se movió en una sonrisa ensangrentada.
—Y lo que es más, Kaj Nevis —le dijo la cabeza—. He activado la última línea defensiva programada por esos Imperiales. El campo de estasis ha cedido. Las pesadillas están despertando. Los guardianes van a ir en tu busca, para destruirte.
—¡MALDITO SEAS! —gritó Nevis. Su enorme pie cayó sobre la cabeza del cibertec con todo el peso del traje de combate. El acero y el hueso se partieron bajo el impacto y Nevis movió el pie de un lado a otro durante unos segundos interminables, moviéndolo hasta que bajo el metal del traje no hubo nada sino una pasta roja grisácea en la que se distinguían partículas de metal plateado.
Y entonces, por fin, logró que el silencio reinara en la habitación.
Durante unos dos kilómetros, o puede que aún más, las seis cintas corrían paralelas entre sí, aunque sólo la cinta plateada estaba iluminada. La primera en separarse fue la roja, desviándose hacia la derecha en una encrucijada. La cinta púrpura terminaba un kilómetro después, ante una gran puerta que resultó ser la entrada a un inmaculado complejo de cocinas y comedores automatizados. Rica Danwstar sintió la tentación de hacer una pausa, y explorarlo, pero la cinta plateada no dejaba de parpadear y las luces del techo se estaban apagando una a una, como instándola a continuar por el pasillo principal.
Finalmente, el pasillo terminó. Se curvó gradualmente hacia la izquierda y desembocó en otro pasillo igual de grande. El punto de reunión era una rotonda colosal de la que partían media docena de corredores no tan grandes y dispuestos en forma radial. El techo quedaba a gran distancia por encima de su cabeza. Rica miró hacia arriba y vio como mínimo tres niveles más, conectados unos con otros mediante puentes, pasarelas y grandes balconadas circulares. En el centro de la rotonda había un gran tubo que iba desde el suelo hasta el techo. Estaba claro que era algún tipo de ascensor.
La cinta azul seguía uno de los radios, en tanto que la amarilla seguía por otro y la verde por un tercero. La cinta plateada llevaba en línea recta a las puertas del ascensor, que se abrieron al acercarse ella. Rica condujo su vehículo hasta dejarlo pegado al tubo del ascensor, lo paró y bajó de él. Durante un segundo no supo qué hacer. Las puertas del ascensor parecían invitarla a que entrara, pero ahí dentro tuvo la impresión de que se encontraría indefensa, como encerrada en una trampa.
Su vacilación duró demasiado tiempo. Todas las luces se apagaron.
Sólo la cinta plateada seguía brillando, delgada como un dedo que indicara hacia adelante. Y el ascensor tampoco se había apagado.
Rica Danwstar frunció el ceño, desenfundó su arma y se metió dentro.
—Arriba, por favor —dijo en voz alta. Las puertas se cerraron y el ascensor se puso en movimiento.
Jefri Lion, aunque cargado de armas, iba andando con paso bastante rápido. Se encontraba aún mejor desde que había dejado atrás a Celise Waan. De todos modos, aquella mujer no era más que una molestia y dudaba que tuviera alguna utilidad en un combate. Había estado pensando en si resultaría más conveniente avanzar con cautela, pero decidió que no. No tenía miedo de Kaj Nevis ni de su traje de combate. Oh, sí, no le cabía duda de que la armadura era formidable, pero después de todo había sido fabricada por alienígenas y Lion iba ahora armado con los ingenios mortíferos de los Imperiales de la Tierra, los frutos de la tecnología militar del Imperio Federal de la Vieja Tierra, en su momento más sofisticado antes del Derrumbe. Nunca había oído hablar de los Unqi, por lo que no debían ser muy buenos como fabricantes de armas. Sin duda, no eran más que una oscura raza esclava de los Hranganos. Si encontraba a Nevis, le ajustaría las cuentas en un momento y también se encargaría de esa traidora, Rica Danwstar. De ella y de su estúpido aguijón. Le gustaría ver cómo se las arreglaba con su aguijón para enfrentarse a un cañón de plasma. Sí, le gustaría mucho verlo.
Lion se preguntó qué planes estaría haciendo Nevis y los suyos respecto al Arca. Sin duda, debía tratarse de algo ilegal o inmoral. Bueno, no importaba demasiado porque iba a ser él quien se apoderase de la nave: él, Jefri Lion, Erudito Asociado en Historia Militar en el Centro ShanDellor, antaño Segundo Analista Táctico de la Ala Tercera de los Voluntarios de Skaeglay. Iba a capturar una sembradora del CIE, con la ayuda de Tuf, si es que le encontraba, pero iba a capturarla fuera como fuera. Y, después, nada de vender la nave para conseguir un mezquino provecho personal. No, llevaría la nave hasta Avalon, a la gran Academia del Conocimiento Humano, y se la entregaría con la única condición de que él iba a ser el encargado de estudiarla. El proyecto era tan colosal que muy bien podía ocuparle todo el resto de su vida y cuando hubiera terminado, el nombre de Jefri Lion, erudito y soldado, sería pronunciado con voz tan respetuosa como el del mismísimo Kleronomas, que había creado la Academia y hecho de ella lo que era ahora.