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Lion iba andando por e! centro de! pasillo con la cabeza hacia atrás, siguiendo la cinta de color naranja, y mientras caminaba empezó a silbar una canción de marcha que había aprendido en los Voluntarios de Skaeglay, unos cuarenta años antes. Silbaba y caminaba, caminaba y silbaba.

Hasta que la cinta se apagó.

Celise Waan permaneció largo rato sentada en el suelo con los brazos apretado fuertemente contra el pecho y el rostro paralizado en una mueca de malhumor. Siguió sentada hasta que ya no pudo oír el ruido de las pisadas de Lion. Siguió sentada y meditó sobre todos los insultos y humillaciones que se había visto obligada a soportar. Todos eran unos imbéciles maleducados, del primero al último. Había cometido un grave error al comprometerse con una tripulación tan indigna e irrespetuosa. Anittas era más una máquina que un hombre, Rica Danwstar era una mocosa insolente, Kaj Nevis era pura y simplemente un criminal y para Haviland Tuf, no existía ningún término adecuado. Al final, incluso su colega Jefri Lion había resultado no ser digno de confianza. La estrella de la plaga era su descubrimiento y era ella quien se lo había revelado y, ¿qué había obtenido a cambio? Incomodidad, malos tratos y, finalmente, que la abandonaran. Bueno, pues Celise Waan no pensaba soportarlo por más tiempo. Había decidido que no compartiría la nave con ninguno de ellos. El descubrimiento era suyo y volvería a Shandicity para reclamarlo, acogiéndose a las leyes de salvamento de ShanDellor, tal y como era su derecho, y si alguno de sus desgraciados excompañeros tenía alguna queja al respecto tendrían que llevarla a los tribunales. Mientras tanto, no pensaba dirigirles nunca más la palabra. No, nunca más.

Estaba empezando a dolerle el trasero y sentía que se le iban a dormir las piernas. Llevaba demasiado tiempo sentada en la misma postura. Además, le dolía la espalda y tenía hambre. Se preguntó si en esta nave abandonada habría algún sitio donde pudiera obtener una comida decente. Quizá lo hubiera. Los ordenadores parecían funcionar, así como los sistemas defensivos; incluso las luces funcionaban. Por lo tanto, era muy posible que las despensas estuvieran también en condiciones de operar. Se puso en pie y decidió ir a echar una mirada.

Celise Waan permaneció largo rato sentada en el suelo con los brazos apretados fuertemente contra el pecho y el rostro paralizado en una mueca de malhumor. Siguió sentada hasta que ya no pudo oír el ruido de las pisadas de Lion. Si Haviland Tuf tenía claro que estaba ocurriendo algo. El nivel de ruido en la gran estancia estaba subiendo de modo lento pero apreciable. Ahora resultaría fácil distinguir un zumbido grave y los gorgoteos se habían echo también más perceptibles. Y en la cuba del tiranosaurio el fluido de suspensión parecía estar volviéndose menos espeso y sus colores habían cambiado. El líquido rojo se había esfumado, quizás absorbido por alguna bomba, y el líquido amarillo se volvía más transparente a cada segundo que pasaba. Tuf vio cómo un servomecanismo empezaba a desplegarse en un costado de la cuba. Aparentemente, le estaba dando una inyección al reptil aunque Tuf tuvo cierta dificultad en observar los detalles dada la poca luz.

Haviland Tuf decidió que había llegado el instante de efectuar una retirada estratégica. Empezó a moverse, alejándose de la cuba que contenía al dinosaurio, y cuando no llevaba recorrida aún gran parte de la estancia pasó ante una de las zonas con terminales de ordenador y mesas de trabajo que había observado antes. Tuf se detuvo ante ella.

No le había costado mucho comprender la naturaleza y el propósito de la estancia a la cual había ido a parar por casualidad. El corazón del Arca contenía una vasta biblioteca de células en la que había muestras de tejido procedentes de millones de animales y plantas distintos, así como virus procedentes de una incontable serie de mundos, tal y como le había dicho Jefri Lion. Esas muestras eran reproducidas por clonación cuando los tácticos y los eco-ingenieros de la nave lo creían apropiado: de ese modo el Arca y sus naves hermanas, ya convertidas en polvo, podían crear enfermedades capaces de diezmar la población de planetas enteros; insectos con los que destruir sus cosechas; ejércitos de animales capaces de reproducirse velozmente, para sembrar el caos en la cadena ecológica y alimenticia, o incluso terribles depredadores alienígenas con los cuales aterrorizar al enemigo. Pero todo debía empezar mediante el proceso de clonación.

Tuf había descubierto la sala donde se realizaba dicho proceso. Las zonas de trabajo incluían equipo claramente destinado a las complejas manipulaciones de la microcirugía, en tanto que las cubas, indudablemente, eran el lugar donde las muestras celulares eran cuidadas hasta alcanzar la madurez. Lion le había hablado también del campo temporal, ese perdido secreto de los Imperiales de la Tierra, un campo magnético capaz de afectar a la textura del mismísimo tiempo, aunque sólo en una zona muy reducida y con un gran coste energético. De ese modo, los clones podían alcanzar la madurez en cuestión de horas o ser mantenidos, vivos e inmutables, durante milenios.

Haviland Tuf contempló pensativo los ordenadores, y bancos de trabajo y luego sus ojos se posaron en el cadáver de Champiñón, aún entre sus manos.

El proceso de clonación empezaba con una sola célula… Las técnicas debían estar sin duda almacenadas en el computador y quizás hubiera incluso un programa de instrucciones. «Ciertamente», se dijo a sí mismo Haviland Tuf. Parecía lo más lógico. Naturalmente, él no era un cibertec pero sí era un hombre inteligente que había pasado prácticamente toda su vida de adulto manipulando los más variados tipos de ordenadores.

Haviland Tuf se acercó al banco de trabajo y depositó con delicadeza a Champiñón bajo la micropantalla, conectando luego la consola. Al principio los controles le resultaron ininteligibles pero siguió estudiándolos con insistencia.

Después de unos minutos estaba totalmente concentrado en ellos, tan absorto que no se dio cuenta del gorgoteo que empezó a oírse detrás de él, cuando el fluido amarillo de la cuba que contenía al dinosaurio, aspirado por una bomba, fue bajando lentamente de nivel.

Kaj Nevis se abrió paso a través de la subestación buscando algo que matar.

Estaba enfadado, enfadado consigo mismo por haber sido tan impaciente y tan poco cuidadoso. Anittas podía haber sido útil y Nevis ni tan siquiera había pensado en la posibilidad de que el aire de la nave estuviera lleno de plagas. Naturalmente, habría tenido que acabar matando al maldito cibertec, pero eso no habría resultado difícil. Ahora, todo se estaba complicando. Nevis tenía la sensación de estar a salvo dentro del traje, pero no se encontraba tranquilo. No le había gustado nada enterarse de que Tuf y los otros habían logrado abordar la nave. Tuf sabía mucho más sobre el condenado traje que él, después de todo, y quizá también conociera cuáles eran sus puntos débiles.