La réplica del tirano saurio fue un furioso empellón hacia adelante y un resoplido que tuvo como efecto lanzar sobre Tuf un pequeño diluvio de saliva. Su cola golpeó una vez más el suelo.
Cuando percibió por primera vez un movimiento por el rabillo del ojo Celise Waan lanzó un chillido de pánico.
Dio un paso hacia atrás y giró en redondo para enfrentarse… ¿a qué? Ahí no había nada. Pero ella estaba segura de haber visto algo cerca de esa puerta abierta. Sin embargo, ¿qué había sido? Nerviosa, desenfundó su pistola de dardos. Había dejado en el suelo su rifle láser hacía ya un rato. Pesaba mucho y era incómodo de llevar. El esfuerzo de cargar con él había empezado a resultarle agotador y además dudaba mucho de que fuera capaz de acertar algo con él. La pistola le había parecido mucho más adecuada. Tal y como le había explicado Jefri Lion lanzaba dardos de explosivo plástico, por ¡o cual no le sería necesario dar realmente en el blanco y bastaría con acercarse a él.
Avanzó cautelosamente hacia la puerta y se detuvo junto a ella, levantando la pistola. Quitó el seguro y se arriesgó a echar un rápido vistazo en el interior.
No había nadie. Se dio cuenta de que debía ser algún tipo de almacén. Estaba lleno de equipo sellado con plástico protector y dispuesto en enormes pilas sobre flotadores. Examinó el lugar, cada vez más nerviosa, pensando que quizá ¡o hubiera imaginado todo… pero no. Cuando ya iba a darse la vuelta lo vio de nuevo, una silueta no muy grande pero si muy veloz que apareció en el límite de su campo visual y se esfumó antes de que pudiera distinguirla con claridad.
Pero esta vez había logrado ver dónde se escondía. Celise Waan se lanzó en su persecución, sintiéndose ahora algo más reconfortada, después de todo, la silueta era realmente pequeña.
Dio la vuelta a una pila de equipo y se dio cuenta de que la tenía acorralada. Pero, ¿qué era? Celise Waan avanzó un par de pasos sosteniendo en alto su arma.
Era un gato. Un gato que la contemplaba fijamente, agitando la cola a un lado ya otro. Aunque como gato resultaba algo extraño, desde luego: era muy pequeño, casi parecía un cachorro. Tenía el cuerpo de un blanco muy pálido con brillantes rayas escarlatas, la cabeza resultaba de un tamaño algo superior al normal y en ella ardían dos asombrosos ojos carmesíes.
Otro gato, pensó Celise Waan. justo lo que necesitaba: otro gato.
El gato dio un bufido. Celise Waan retrocedió, levemente sobresaltada. Los gatos de Tuf se le habían enfrentado de vez en cuando, especialmente esa desagradable criatura blanquinegra. Pero no así. Ese bufido había resultado más parecido a un siseo, casi propio de un reptil. No estaba muy segura del porqué, pero le había dado miedo. y su lengua… parecía tener una lengua muy larga y bastante peculiar. El gato lanzó otro bufido. —Ven, gatito —le dijo ella—. Ven aquí, gatito. El animal la contempló sin moverse y sin pestañear, impávido. Luego arqueó el cuerpo hacia atrás y le escupió. El escupitajo dio de lleno en el centro de su visor. Era una espesa materia verdosa que le impidió ver durante unos segundos hasta que se limpió el visor con el dorso de la mano.
Celise Waan decidió que ya había tenido suficiente gatos que soportar.
—Gatito bonito, ven hasta aquí —dijo—. Tengo un regalo para ti.
El gato lazó otro bufido y arqueó el lomo preparándose para escupir de nuevo.
Celise Waan, con un gruñido, le hizo volar en mil fragmentos.
El cañón de plasma le ajustaría perfectamente las cuentas a Kaj Nevis. De eso Jefri Lion no tenía la menor duda. La resistencia del metal con que estaba hecho el traje alienígena era un factor conocido, claro, pero si era comparable a la de los trajes acorazados que llevaban las tropas de asalto del Imperio Federal durante la Guerra de los Mil Años, quizá pudiera repeler el disparo de un láser, soportar pequeñas explosiones o resistir sin problemas un ataque sónico, pero un cañón de plasma era capaz de fundir cinco metros del más sólido acero de un solo disparo. Una buena bola de plasma era capaz de convertir al instante cualquier tipo de armadura personal en metal fundido y Nevis habría quedado incinerado antes de tener tiempo suficiente como para entender qué le había pasado.
La dificultad radicaba en el tamaño del cañón. Era grande y difícil de llevar y la versión teóricamente portátil, con su pequeña pila energética, precisaba casi un minuto entero después de cada disparo para generar otra bola de plasma en su cámara de fuerza. Jefri Lion era consciente de que si su primer disparo fallaba era muy improbable que tuviera tiempo de hacer un segundo intento. Peor aún, incluso con su trípode, el cañón de plasma resultaba difícil de manejar y él llevaba muchos años sin haber pisado un campo de batalla e incluso durante su servicio activo el punto fuerte de Lion había radicado en su mente y en su sentido táctico, no en sus reflejos. Después de haber pasado tantas décadas en el Centro ShanDellor no tenía mucha confianza en la coordinación que pudiera haber en un momento dado entre sus ojos y sus manos.
Así pues, Jefri Lion preparó un plan. Por suerte, los cañones de plasma habían sido empleados con frecuencia para perímetros automatizados y éste poseía la secuencia de fuego automático y la minimente de los modelos habituales. Jefri Lion dispuso el trípode en el centro de un pasillo bastante ancho, aproximadamente a unos veinte metros de una encrucijada. Lo programó con un campo de tiro muy angosto y luego calibró el cubo de fijación de blancos con toda la precisión que pudo conseguir. Después, puso en marcha la secuencia de fuego automático y retrocedió unos pasos con satisfacción. En el interior de la pila vio cómo empezaba a formarse la bola de plasma, haciéndose cada vez más y más brillante. Un minuto después se encendió la luz que indicaba que el cañón estaba listo para disparar. Una vez dispuesta, la minimente del arma era mucho más veloz y poseía una precisión infinitamente superior a la que Lion podía esperar si utilizaba el arma en posición manual. El blanco programado era el centro de la intersección de pasillos que tenía delante, pero sólo dispararía contra objetos cuyas dimensiones excedieran los límites preprogramados.
Por lo tanto, Jefri Lion podía meterse en pleno centro del campo de tiro del arma sin ningún temor, pero Kaj Nevis, dentro de su colosal traje de combate, se iba a encontrar con una sorpresa muy caliente. Ahora lo único que debía hacer era llevar a Nevis a las posición adecuada.
La idea era digna de un genio táctico como el de Napoleón, de Chin Wu o incluso de Stephan Cobalt Northstar. Jefri Lion estaba infinitamente complacido de sí mismo.
Mientras Lion había estado esperando el cañón de plasma el ruido de las pisadas se había ido haciendo más fuerte, pero en el último minuto, aproximadamente, se habían ido debilitando de nuevo. Estaba claro que Nevis había cambiado de rumbo y que no iba a presentarse en la posición adecuada por voluntad propia. Muy bien, pensó Jefri Lion: él se encargaría de llevarle hasta allí.
En la gran pantalla de forma curva, el Arca iba girando sobre sí misma en una sección tridimensional.
Rica Danwstar, que había abandonado el trono del capitán por una posición no tan cómoda pero más eficiente en una de las estaciones del puente, estudió atentamente la imagen y los datos que iban apareciendo bajo ella con cierto disgusto en la expresión. Al parecer, tenía más compañía de la que había creído.
El sistema representaba a las formas de vida dentro de la nave como puntos de un brillante color rojo. Había seis puntos. Uno de ellos se encontraba en el puente y dado que Rica se encontraba obviamente sola, era ella. Pero, ¿cinco más? Aunque Anittas siguiera con vida, sólo habrían debido verse en la imagen otros dos puntos. La imagen no tenía sentido.