Quizá el Arca no fuera realmente un pecio abandonado, después de todo. Quizá todavía hubiera alguien a bordo. A no ser por el hecho de que el sistema afirmaba representar al personal autorizado del Arca como puntos verdes, de los cuales no se veía ninguno en la pantalla.
¿Más ladrones de cadáveres? No parecía muy probable. El único significado posible de lo que veía era que Tuf, Lion y Waan habían logrado abordar la nave, después de todo, aunque no supiera cómo. Además, según los sistemas de la nave había algo vivo en la cubierta de aterrizaje.
Muy bien, eso sí encajaba. Seis puntos rojos querían decir ella, Nevis y Anittas (¿cómo había logrado sobrevivir a las malditas plagas? Los sistemas insistían en que la imagen mostraba sólo organismos vivos) más Tuf, Waan y Lion. Uno de ellos seguía a bordo de la Cornucopia en tanto que los demás…
Era fácil localizar a Kaj Nevis. Los sistemas mostraban también a las fuentes de energía como pequeñas estrellas amarillentas y sólo uno de los puntos rojos estaba rodeado por un halo de tales estrellas. Tenía que ser Nevis dentro de su traje de combate.
Pero, ¿qué era ese segundo punto amarillo de mucho mayor tamaño que ardía en uno de los pasillos vacíos de la cubierta seis? Debía de tratarse de una fuente energética condenadamente fuerte pero, ¿qué era? Rica no lo entendía. junto a ella había visto antes otro punto rojo, pero se había alejado y ahora daba la impresión de estar siguiendo a Nevis, del cual estaba cada vez más cerca.
Mientras tanto, también había puntos negros: las bioarmas del Arca. El gran eje central que atravesaba de un extremo a otro el cilindro asimétrico de la nave estaba prácticamente atestado de puntos negros, pero al menos estos permanecían inmóviles. Otros puntos negros, que debían ser los animales liberados de las cubas, avanzaban por los corredores. Sólo que… había más de cinco. Había, por ejemplo, todo un grupo de puntos negros, quizá treinta o más organismos individuales, fluyendo como un borrón de tinta a través de la pantalla, emitiendo de vez en cuando prolongaciones fugaces. Una de esas prolongaciones se había acercado a un punto rojo y se había apagado de golpe.
También había un punto rojo en el área del eje central. Rica pidió una imagen de ese sector y la pantalla que no paraba de moverse, como si se tratara de algún combate, pensó Rica, mientras estudiaba las letras que aparecían bajo la imagen. Ese punto negro en particular era la especie #67001-00342-10078, el tiranosaurus rex. No cabía duda de que era grande, desde luego.
Se dio cuenta, con cierto interés, de que una luz roja y uno de los puntos negros se estaban acercando a Kaj Nevis. Eso iba a resultar interesante. Aparentemente, iba a perderse toda la diversión, porque ahí abajo estaba a punto de armarse un auténtico infierno.
y ella estaba aquí sentada, sana y salva en la sala de control. Rica Danwstar sonrió.
Kaj Nevis andaba por un corredor, sintiéndose más irritado a cada segundo que pasaba, cuando de repente el mundo entero pareció explotar sobre su nuca. En el interior del casco el sonido resultante fue espantoso. La fuerza del golpe le hizo caer hacia adelante y el traje se estrelló de bruces en el suelo. Sus reflejos habían sido demasiado lentos para permitirle absorber parte del impacto con los brazos.
Pero al menos se había encargado de casi toda la fuerza del choque y Nevis se encontraba ileso. Mientras seguía tendido en el suelo, hizo uña rápida comprobación de sus indicado res y luego sonrió con una mueca lobuna: el traje de combate no había sufrido el menor daño y no tenía ninguna brecha. Rodando sobre sí mismo, logró ponerse trabajosamente en pie.
A veinte metros de distancia, en la encrucijada de los dos corredores, vio a un hombre con un traje presurizado verde y oro, armado como si acabara de saquear un museo militar, que sostenía una pistola en su mano enguantada.
—¡Volveremos a encontrarnos, guardia negro! —gritó la figura a través de los altavoces de su casco.
—CIERTO, LION —replicó Nevis—. ME ALEGRA MUCHO VERTE. VEN AQUÍ y TE DARÉ UN BUEN APRETÓN DE MANOS. —Nevis hizo chasquear las pinzas del traje. La pinza derecha seguía manchada aún con la sangre del cibertec y Nevis esperó que Lion no se hubiese dado cuenta de ello. Era una lástima que su láser tuviera un alcance tan limitado, pero no importaba. Lo único que debía hacer era coger a Lion, quitarle sus juguetes y luego entretenerse un ratito con él, quizá arrancarle las piernas, haciendo luego un agujero en su traje y dejando que la condenada atmósfera de la nave se encargara del resto. Kaj Nevis dio un paso hacia adelante. Jefri Lion siguió inmóvil, alzó su pistola de dardos, apuntándola cuidadosamente con las dos manos, y disparó.
El dardo le dio a Nevis de lleno en el pecho. La explosión fue estruendosa pero esta vez estaba preparado para el impacto. Sintió un cierto dolor en los oídos pero apenas si se movió. Algunas zonas de la intrincada filigrana del traje se habían ennegrecido pero ése era el único daño sufrido.
—VAS A PERDER, VIEJO —dijo Nevis—. ME GUSTA ESTE TRAJE.
Jefri Lion no le respondió. Con gestos rápidos y metódicos enfundó nuevamente su pistola de dardos, cogió el rifle láser y se lo llevó al hombro, apuntando y disparando.
El haz luminoso rebotó en el hombro de Nevis y dio en una pared, abriendo en ella un pequeño agujero chamuscado.
—Una microcapa reflectante —dijo Lion, colgándose de nuevo el rifle a la espalda.
Nevis había cubierto ya más de tres cuartas partes de la distancia que les separaba con sus potentes zancadas y Jefri Lion pareció darse cuenta por fin del peligro que corría. Con un gesto de pánico se dio la vuelta y echó a correr por uno de los pasillos, desapareciendo del campo visual de Nevis.
Kaj Nevis aceleró el paso y se lanzó tras él.
Haviland Tuf era la paciencia personificada.
Estaba sentado tranquilamente con las manos cruzadas sobre su gran estomago y soportando el dolor de cabeza que le habían producido los repetidos golpes dados por el tiranosaurio sobre la mesa que le protegía. Estaba haciendo todo lo posible por ignorar el continuo martilleo que abollaba lentamente el metal por encima de su cabeza, haciendo su situación todavía más incómoda, así como los escalofriantes rugidos del animal y las tan melodramáticas como excesivas muestras de apetito carnívoro que, de vez en cuando, impulsaban al tiranosaurio a inclinarse por encima de la mesa y chasquear futílmente sus abundantes colmillos frente al refugio de Tuf. Para conseguirlo, Tuf intentaba concentrarse en un buen plato de moras rodelianas cubiertas con miel de abeja y mantequilla, procuraba recordar qué planeta en particular poseía la cerveza más fuerte y aromática y planeaba una estrategia tan nueva como soberbia con la cual dejar hecho pedazos a Jefri Lion en su siguiente partida, si es que llegaba a darse tal ocasión.
Por fin sus planes acabaron dando fruto. El reptil, enfurecido, aburrido y frustrado, se marchó. Haviland Tuf esperó hasta no oír el menor ruido en el exterior de su refugio y luego, retorciéndose con dificultad, se quedó por unos instantes tendido en el suelo hasta que las agujas al rojo vivo que le atormentaban las piernas fueron calmándose un poco. Después, reptando cautelosamente, asomó la cabeza al exterior.
Una tenue luz verdosa, un leve zumbido y lejanos ruidos de gorgoteo.
Ni el menor movimiento en ningún sitio. Haviland Tuf salió con grandes precauciones de su refugio.
El dinosaurio había golpeado numerosas veces los restos del diminuto cadáver de Champiñón con su enorme cola y el espectáculo hizo que Tuf sintiera un dolor inconmensurable y una feroz amargura. El banco de trabajo estaba irremisiblemente destrozado.
Pero había muchos otros y lo único que precisaba era una célula.
Haviland Tuf tomó una muestra de tejido y se dirigió con paso cansino hacia el siguiente banco de trabajo. Esta vez se cuidó mucho de permanecer atento por si se producía un eventual ruido de pisadas que indicaran la vuelta del dinosaurio.