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—¿Abandonas, Nevis? —le desafió, avanzando sin prisas hacia la zona de fuego—. ¿Quizás el viejo soldado ha resultado demasiado rápido para ti?

Pero Kaj Nevis no se movió. Por un momento Jefri Lion se quedó perplejo. ¿Le habría logrado alcanzar la radiación, después de todo, a pesar de su traje? No, era imposible. Pero Nevis no podía abandonar ahora la cacería, no cuando Lion le había logrado llevar con tanto trabajo hasta la zona de fuego y su sorpresa en forma bola de plasma. Nevis se rió. Estaba mirando por encima de la cabeza de Lion. Jefri Lion alzó los ojos justo a tiempo de ver cómo algo abandonaba su escondite en el techo y se lanzaba aleteando sobre él. La criatura era negra como la pez y se impulsaba con unas oscuras y enormes alas de murciélago. Tuvo una fugaz visión de unos ojos rasgados de color amarillo en los cuales ardían dos angostas pupilas rojizas. Luego la oscuridad le envolvió como una capa y una carne, húmeda y rugosa como el cuero, tapó su boca ahogando su grito de sorpresa y pavor.

Rica Danwstar pensó que, de momento, todo era muy interesante.

Una vez se había logrado dominar el sistema y comprenderlos mandos, se podía descubrir un montón de cosas. Por ejemplo, se podía descubrir la masa aproximada y la configuración corporal de todas esas lucecitas que se movían en la pantalla. El ordenador era incluso capaz de preparar una simulación tridimensional siempre que se le pidiera educadamente, cosa que Rica hizo.

Ahora todo estaba empezando a encajar. Así que, después de todo, Anittas había desaparecido de la escena. El sexto intruso, el de Cornucopia, era solamente uno de los gatos de Tuf.

Kaj Nevis y su supertraje andaban persiguiendo a Jefri Lion por la nave. Pero uno de los puntos negros, un drácula encapuchado, acababa de caer sobre Lion.

El punto rojo que representaba a Celise Waan había dejado de moverse aunque no se había apagado. La gran masa negra de puntos se estaba acercando a ella.

Haviland Tuf estaba solo en el eje central, metiendo algo dentro de una cuba clónica e intentando pedirle al sistema que activara el campo temporal. Rica dejó que la orden siguiera su curso.

Y el resto de las bioarmas andaban sueltas por los corredores.

Rica decidió que lo mejor sería dejar que las cosas se aclararan un poco por sí mismas antes de que ella interviniera.

Mientras tanto, había logrado desenterrar el programa necesario para limpiar de plaga el interior de la nave. Primero tendría que cerrar todos los sellos de emergencia, clausurando cada sector de modo individual. Luego podría dar principio al proceso: evacuación de atmósfera, filtración, irradiación con un factor de redundancia masiva, incorporado en pro de la seguridad y finalmente, cuando la atmósfera nueva llenara la nave, instalación en ella de los antígenos adecuados. Complicado y largo, pero efectivo.

Y Rica no tenía ninguna prisa.

Lo primero que le había fallado fueron las piernas. Celise Waan estaba tendida en el centro del pasillo, en el que había caído, con la garganta oprimida por el terror. Todo había ocurrido tan de repente. En un momento dado había estado corriendo por el pasillo persiguiendo al maldito gato y de pronto había sufrido un terrible mareo que la había dejado excesivamente débil como para continuar. Había decidido descansar un instante para recuperar el aliento y se había sentado en el suelo, pero no había notado un gran alivio. Luego, al querer levantarse porque se notaba cada vez peor, as piernas se le doblaron cual si estuvieran hechas de goma y Celise Waan se derrumbó de bruces en el suelo.

Después de eso sus piernas se habían negado a moverse y ya ni tan siquiera podía sentirlas. De hecho, no tenía sensación alguna por debajo de la cintura y la parálisis estaba trepando lentamente por su cuerpo. Aún podía mover los brazos, pero cuando lo hacía notaba un agudo dolor y sus movimientos eran tan torpes como lentos.

Tenía la mejilla apretada contra el suelo. Intentó alzar la cabeza y no lo consiguió. De pronto todo su torso se estremeció con una insoportable punzada de dolor.

A dos metros de distancia uno de los animales parecidos a gatos asomó por una esquina y clavó en ella sus enormes y aterradores ojos. Su boca se abrió en un lento bufido.

Celise Waan intentó no chillar. Aún tenía la pistola en la mano. Lenta y temblorosamente la fue arrastrando hasta que estuvo delante de su rostro. Cada movimiento era una agonía. Luego apuntó tan bien como pudo, bizqueando para distinguir el punto de mira, y disparó.

El dardo dio en el blanco. y Celise Waan recibió un diluvio de fragmentos de animal. Uno de ellos, húmedo y repugnante, aterrizó sobre su mejilla.

Se sintió un poco mejor. Al menos había logrado matar al animal que la atormentaba y estaba a salvo de eso. Seguía enferma e indefensa, claro, y quizá lo mejor sería descansar. Sí, dormiría un poco y después se encontraría mejor. Otro animal apareció de un salto en el pasillo. Celise Waan intentó moverse y vio que el esfuerzo era inútil. Cada vez le pesaban más los brazos.

Al primer animal le siguió un segundo. Celise arrastró nuevamente su arma hasta tenerla junto a la mejilla e intentó apuntar. Un tercer animal apareció junto a los otros dos, distrayéndola, y el dardo erró el blanco, explotando inofensivamente a lo lejos.

Uno de los gatos le lanzó un escupitajo. Le dio de lleno entre los ojos.

El dolor resultaba absolutamente increíble. Si hubiera podido moverse, se habría arrancado los ojos de las cuencas y habría rodado por el suelo, dando alaridos y arañándose la piel. Pero no podía moverse. Lanzó un chillido casi inaudible.

Su visión se convirtió en una borrosa mancha de color y luego se esfumó.

Oyó… patas. Ruido de patas acolchadas, leve y sigiloso. Patas de gato.

¿Cuántos había? Celise sintió un peso en la espalda. y luego otro, y otro. Algo golpeó su paralizada pierna derecha y sintió vagamente cómo se desplazaba por encima de ella.

Sintió el ruido de un escupitajo y su mejilla se incendió. Estaban por todas partes, encima de ella, arrastrándose a su alrededor. Podía notar su duro pelaje en una mano. Algo le mordió la nuca. Gritó pero el mordisco continuó y se hizo más hondo, pequeños dientes puntiagudos que se afianzaron en su carne y empezaron a tirar de ella.

Otro mordisco en un dedo. Sin saber cómo, el dolor le dio fuerzas y logró mover la mano. Al hacerlo se alzó una cacofonía de bufidos a su alrededor, las irritadas protestas de los animales. Sintió que le mordían la cara, la garganta, los ojos. Algo estaba intentando meterse dentro de su traje.

Movió la mano lenta y torpemente. Apartó cuerpos de animales, recibió mordiscos y siguió moviéndola. Tanteó su cinturón y por último sintió el objeto duro y redondo entre sus dedos. Lo sacó del cinturón y lo acercó a su rostro, sosteniéndolo con toda la fuerza que le quedaba.

¿Dónde estaba el gatillo para armarla? Su pulgar recorrió el objeto, buscando. Ahí. Le dio media vuelta y luego lo apretó tal y como Lion le había dicho.

Cinco, recitó en silencio, cuatro, tres, dos, uno. y! en su último instante, Celise Waan vio la luz.

Kaj Nevis se había reído mucho contemplando el espectáculo.

No sabía qué demonios era esa condenada cosa, pero había resultado más que suficiente para entendérselas con Jefri Lion. Cuando cayó sobre él le rodeó con las alas y durante unos cuantos minutos Lion luchó y se debatió, rodando por el suelo con la criatura tapándole la cabeza y los hombros. Parecía un hombre luchando con un paraguas y el resultado era de una irresistible comicidad.

Finalmente Lion acabó quedándose inmóvil. Sólo sus piernas se agitaban de vez en cuando débilmente. Sus gritos cesaron y en el corredor se oyó un rítmico sonido de succión.

Nevis estaba tan divertido como contento de lo que había pasado, pero se imaginó que lo mejor sería no dejar ningún cabo suelto. La criatura estaba absorta alimentándose de Lion, y Nevis se acercó a ella tan silenciosamente como pudo, lo cual no era gran cosa, y la agarró. Cuando la arrancó de los restos de Jefri Lion se oyó un ruido parecido al que hace una botella al ser descorchada.