Maldición, pensó Nevis, un trabajo de todos los diablos. Toda la parte frontal del casco de Lion estaba reventada. La criatura poseía una especie de pico para chupar, de una consistencia cercana a la del hueso, y lo había clavado directamente en el visor de Lion, absorbiéndole después la mayor parte del rostro. Un espectáculo bastante feo, a decir verdad. La carne parecía casi derretida y en algunas zonas asomaba el hueso.
El monstruo aleteaba locamente en sus brazos y emitía un chillido bastante desagradable, a medio camino entre el gimoteo y el zumbido. Kaj Nevis extendió su brazo, apartándolo tanto como pudo, y dejó que aleteara mientras lo estudiaba. La criatura atacó su brazo, una y otra vez, pero no consiguió resultado alguno. Le gustaban esos ojos. Eran realmente malignos y aterradores. Pensó que la criatura podía resultar útil y se imaginó lo que pasaría una noche si soltaba de golpe doscientas cosas de su especie en Shandicity. ¡Oh, sí! estarían dispuestos a pagar el precio que pidiera. Le darían lo que pidiera, fuera lo que fuera: dinero, mujeres, poder, incluso el condenado planeta entero si eso era lo que deseaban. Iba a ser muy divertido poseer semejante nave.
Mientras tanto, sin embargo, esta criatura en concreto podía acabar siendo más bien una molestia.
Kaj Nevis agarró un ala con cada mano y la partió en dos. Luego, sonriendo, regresó por donde había venido.
Haviland Tuf comprobó de nuevo los instrumentos y ajustó delicadamente el flujo del líquido. Una vez satisfecho, cruzó las manos sobre el estómago y se acercó a la cuba en cuyo interior giraba un líquido opaco de un color entre el rojo y el negro. Al contemplarlo Tuf sintió algo parecido al vértigo, pero sabía que eso era sólo un efecto colateral del campo de estasis. En ese pequeño tanque, tan diminuto que casi podía rodearlo con las dos manos, se estaban desplegando vastas energías primigenias e incluso el tiempo se aceleraba para cumplir sus órdenes. Verlo le producía una extraña sensación de reverencia y temor.
El baño nutritivo se fue aclarando gradualmente hasta volverse casi traslúcido y en su interior a Tuf le pareció por un segundo que podía distinguir ya una silueta oscura que cobraba forma, creciendo y creciendo visiblemente. Todo el proceso ontogenético se desarrollaba ante sus mismos ojos. Cuatro patas, sí, ya podía verlas. y una cola. Tuf llegó a la conclusión de que eso sólo podía ser una cola.
Regresó a los controles. No deseaba que su creación fuera vulnerable a las plagas que habían acabado con Champiñón. Recordó la inoculación que el tirano saurio había recibido muy poco antes de su inesperada y más bien molesta liberación. Sin duda tenía que existir un modo para administrar los antígenos y la profilaxis adecuada antes de completar el proceso de nacimiento. Haviland Tuf empezó a buscar cuál era exactamente ese modo.
El Arca estaba casi limpia. Rica había sellado ya las barreras en tres cuartas partes de la nave y el programa de esterilización seguía su curso, con la lógica automatizada e inexorable que le era propia. La cubierta de aterrizaje, la sección de ingeniería, la sala de máquinas, la torre de control, el puente y nueve sectores más aparecían ahora con un pálido y limpio color azul en la imagen de la gran pantalla. Sólo el gran eje central, los corredores principales y las áreas de laboratorios cercanas a él seguían teñidas por ese rojo casi corrosivo que indicaba una atmósfera repleta de enfermedades y muerte en una miriada de formas distintas.
Eso era justamente lo que Rica Danwstar deseaba. En esos sectores centrales, conectados entre sí, estaba teniendo lugar otro tipo de proceso que poseía una lógica igualmente implacable. La ecuación final de ese proceso, no le cabía duda, la dejaría como única dueña y señora de la sembradora y de todo su conocimiento, poder y riqueza.
Dado que el puente ya estaba limpio, Rica se había quitado el casco y daba gracias de haber podido hacerlo. También había pedido un poco de comida. En concreto, una gruesa tajada proteínica, obtenida de una criatura llamada bestia de carne, que el Arca había mantenido en un suculento estasis durante mil años, y que había engullido acompañada por un gran vaso de agua dulce y helada que sabía ligeramente a miel de Milidia. Mientras observaba los informes que fluían en la pantalla, había ido comiendo y bebiendo, disfrutando enormemente a cada bocado.
Las cosas se habían simplificado considerablemente ahí abajo. Jefri Lion había salido de escena y en cierto modo le parecía lamentable. Era un hombre inofensivo, aunque su ingenuidad resultara a veces insoportable. Celise Waan estaba también fuera de juego y, por sorprendente que pareciera, se las había arreglado para llevarse consigo a los gatos del infierno. Kaj Nevis se había encargado del drácula encapuchado.
Sólo quedaban Nevis, Tuf y ella.
Rica sonrió. Tuf no representaba ningún problema. Estaba muy ocupado fabricando un gato y siempre había un modo sencillo y rápido para eliminarle. No, el único obstáculo real que se interponía aún entre Rica y el trofeo final era Kaj Nevis y el traje de combate Unqi. Lo más probable era que en esos instantes Kaj se encontrara realmente confiado yeso era bueno. Que siguiera así, pensó Rica.
Terminó de comer y se lamió los dedos. Pensaba que ya había llegado el momento de su lección zoológica. Pidió los informes existentes sobre las tres bioarmas que todavía vagaban por la nave y pensó que si alguna de ellas resultaba adecuada no debía preocuparse. Después de todo, le quedaban aún treinta y nueve más en el campo de estasis, esperando el momento de la liberación. Podía escoger a su verdugo sin ningún tipo de problemas.
¿Un traje de combate? Lo que tenía a su disposición era mejor que cien trajes de combate.
Una vez hubo terminado de leer los perfiles zoológicos Rica Danwstar sonreía ampliamente.
Basta de reservas y precauciones. El único problema era hacer las presentaciones del modo adecuado. Comprobó la geografía de la zona en la gran pantalla y trató de pensar en lo tortuosa que podía llegar a ser, en último extremo, la mente del viejo Kaj Nevis.
Rica sospechaba que no lo suficiente.
Los malditos pasillos seguían interminablemente y nunca parecían llevar a ningún sitio que no fueran más pasillos. Sus indicadores mostraban que ya estaba usando el aire del tercer tanque. Kaj Nevis sabía que era imprescindible encontrar rápidamente a los demás y quitarles de enmedio para poder dedicarse luego a resolver el problema de cómo demonios funcionaba aquella condenada nave.
Estaba recorriendo un pasillo especialmente largo y amplio cuando, de repente, una especie de cinta plástica incrustada en el suelo empezó a relucir bajo sus pies.
Nevis se detuvo y frunció el ceño. La cinta relucía casi como si intentara indicarle algo. Iba en línea recta hacia adelante y luego torcía por la siguiente intersección de pasillos penetrando en el de la derecha.
Nevis dio un paso hacia adelante y la parte de cinta que tenía a la espalda se apagó.
Le estaban indicando que fuera hacia algún sitio. Anittas había dicho algo respecto a que estaba conduciendo a varias personas dentro de la nave justo antes de recibir su pequeño corte de pelo. ¿Así que lo hacía de ese modo? ¿Sería quizá posible que el cibertec gozara todavía de algún tipo de vida dentro del ordenador del Arca? Nevis lo dudaba. Anittas le había dado la impresión de estar muerto y bien muerto y Kaj tenía mucha experiencia en cuanto a cómo hacer que alguien se muriera. Entonces, ¿de quién se trataba ahora? Rica Danwstar, por supuesto. Tenía que ser ella. El cibertec dijo que la había conducido hasta la sala de control.