De todos modos, le pareció que había tenido bastante éxito. El gatito maulló y Haviland Tuf pensó que sería necesario alimentarle con un biberón de leche, tarea que le pareció fácilmente realizable. El gatito apenas si podía abrir los ojos y su largo pelaje gris estaba todavía mojado a causa de los fluidos en los que había estado sumergido hasta hacia muy poco. ¿Habría sido alguna vez Champiñón realmente tan pequeño?
—No puedo llamarte Champiñón —le dijo solemnemente a su nuevo compañero—. Es cierto que genéticamente tú y él sois iguales, pero Champiñón era Champiñón, en tanto que tú eres tú y no me gustaría empezar a crearte confusiones. Te llamaré Caos, con lo que resultarás un compañero muy adecuado para Desorden. —El gatito se agitó en la palma de su mano y le guiñó un ojo como si le hubiera entendido. Claro que, como bien sabía Tuf, todos los felinos poseen ciertas cualidades extrasensoriales.
Ya no le quedaba nada por hacer allí. Quizás había llegado el momento de buscar a sus anteriores y poco fiables compañeros para intentar alcanzar con ellos cierto arreglo que resultara mutuamente beneficioso. Sosteniendo a Caos junto a su cuerpo, Haviland Tuf se puso en marcha dispuesto a encontrarlos.
Cuando la luz roja que representaba a Nevis desapareció de la pantalla, Rica Danwstar pensó que casi todo estaba listo. Ya sólo quedaban ella y Tuf, lo cual, a efectos prácticos, significaba que era dueña y señora del Arca.
¿Qué diablos iba a hacer con ella? Resultaba difícil responder a esa pregunta. ¿Venderla a un consorcio de armamentos o al mundo que ofreciera el precio más alto? Dudoso. No confiaba en nadie que poseyera tanto poder. Después de todo, el poder corrompe. Quizá debiera conservarla en sus manos, pero vivir dentro de ese cementerio iba a resultar espantosamente solitario por mucho que su propia corrupción la hiciera inmune a las tentaciones del poder. Siempre podía buscar una tripulación, claro. Llenar la nave de amigos, amantes y subordinados. Sólo que, ¿cómo confiar en ellos? Rica frunció el ceño. Bueno, el problema era bastante espinoso, pero tenía mucho tiempo para resolverlo. Ya pensaría en ello después.
En esos instantes tenía un problema más urgente a considerar. Tuf había salido ahora mismo de la cámara central de clonación y se había metido en los pasillos. ¿Qué hacer con el?
Rica estudió la pantalla. La telaraña seguía en su cubil, caliente y cómodo, probablemente alimentándose todavía con Nevis. Las cuatro toneladas del ariete rodante se encontraban en el corredor principal de la cubierta seis, moviéndose de un lado a otro como una gigantesca bola de cañón viviente y no muy lista, rebotando en las paredes y buscando vanamente algo orgánico sobre lo que rodar, aplastándolo, para luego digerirlo.
El tiranosaurio se encontraba en el nivel adecuado. ¿Qué estaría haciendo? Rica tecleó los controles pidiendo información más detallada y sonrió. Si podía fiarse de los informes estaba comiendo. ¿Comiendo qué? Por unos momentos no supo qué pensar y de pronto lo comprendió. Debía de estar engullendo los restos de Jefri Lion y el drácula encapuchado, ya que el lugar donde se encontraba parecía el mismo donde habían muerto.
Pensándolo bien, estaba bastante cerca de Tuf. Por desgracia, cuando se puso otra vez en marcha lo hizo en la dirección errónea. Quizá pudiera prepararle una cita.
Claro que no debía subestimar a Tuf. Ya había logrado escapar por una vez al reptil y quizá pudiera escapar de nuevo. Incluso si le atraía al nivel en que se encontraba el ariete tendría el mismo tipo de problema. Tuf poseía cierta astucia animal e innata. jamás lograría engañarle de un modo tan tosco como al viejo Nevis, ya que era demasiado sutil. Recordó las partidas que habían disputado a bordo de la Cornucopia y la forma en que Tuf las había ganado todas.
¿Soltar quizá unas cuantas bioarmas más? Sería fácil hacerlo.
Rica Danwstar vaciló unos instantes. Ah, qué diablos, pensó, hay un modo más sencillo de hacerlo. Ya iba siendo hora de ponerse manos a la obra personalmente.
En uno de los brazos del trono del capitán había una delgada diadema de metal iridiscente que Rica había sacado antes de un compartimiento. La cogió y la hizo pasar brevemente por un lector para comprobar los circuitos, poniéndosela luego en la cabeza con una inclinación algo osada. Después se puso el casco, selló su traje y tomó su arma. Una vez más en la brecha…
Recorriendo los pasillos del Arca, Haviland Tuf encontró una especie de vehículo consistente en una pequeña plataforma descubierta provista de tres ruedas. Llevaba cierto tiempo de pie y antes de ello había estado escondiéndose bajo una mesa por lo cual agradeció sumamente la ocasión de sentarse. Puso en marcha el vehículo, ajustando la velocidad para que no fuera demasiado aprisa, se reclinó en el asiento y miró hacia adelante. Caos iba cómodamente instalado en su regazo.
Tuf recorrió varios kilómetros de pasillo. Como conductor, era metódico y cauteloso. Se detenía en cada encrucijada, miraba a derecha e izquierda y sopesaba las posibles opciones antes de actuar. Se desvió por dos veces, en parte obedeciendo a la lógica y en parte al más puro capricho, pero, normalmente, iba por los pasillos más anchos. En una ocasión detuvo el vehículo y bajó de él para explorar una hilera de puertas que le parecieron interesantes. No vio nada digno de mención y no encontró a nadie. De vez en cuando, Caos se removía en su regazo.
Y de pronto vio a Rica Danwstar.
Haviland Tuf detuvo su vehículo en el centro de una gran intersección. Miró a la derecha y pestañeó varias veces. Miró a la izquierda y luego, con las manos sobre el estómago, se quedó quieto viendo cómo ella se le acercaba lentamente.
Rica se detuvo a unos cinco metros de distancia. —¿Dando un paseo? —le dijo. En la mano derecha llevaba su ya familiar aguijón y en la izquierda una serie de tiras que llegaban hasta el suelo.
—Ciertamente —dijo Haviland Tuf—. He estado muy ocupado durante un tiempo. ¿Dónde se encuentran los demás?
—Muertos —dijo Rica Danwstar—. Fallecidos. Se han ido. Han sido eliminados del juego y nosotros dos somos los últimos, Tuf. La partida se acaba.
—Una situación muy familiar —dijo Tuf con voz átona. —Ésta es la última partida, Tuf —dijo Rica Danwstar—.
No habrá otra. Y esta vez gano yo. Tuf acarició a Caos y no le respondió. —Tuf —dijo ella con voz amistosa—, en todo este asunto tú eres el único inocente. No tengo nada contra ti. Coge tu nave y márchate.
—Si con ello se hace referencia a la Cornucopia de Mercancías Excelentes a Bajos Precios —dijo Haviland Tuf—, ¿me está permitido mencionar que sufrió graves daños y que aún no han sido reparados?
—Entonces, coge alguna otra nave. —Creo que no lo haré —dijo Tuf—. Mi reclamación en cuanto a la propiedad del Arca quizá no sea tan fundada como la de Celise Waan, Jefri Lion, Kaj Nevis y Anittas. Pero si me dices que todos ellos han fallecido, tengo la seguridad de que resulta tan fundada, al menos, como la tuya.
—No del todo —dijo Rica Danwstar, alzando su arma—. Esto le da ventaja a la mía.
Haviland Tuf contempló al gatito que tenía en el regazo. —Que ésta sea tu primera lección sobre la dureza del universo —le dijo en voz alta—. ¿De qué sirve la justicia y el juego limpio cuando uno de los bandos tiene un arma, en tanto que el otro no? La violencia brutal lo gobierna todo y la inteligencia y las buenas intenciones son pisoteadas sin piedad. —Miró a Rica Danwstar y dijo. Señora, debo reconocer su ventaja, pero me veo obligado igualmente a protestar. Los miembros de nuestro grupo ya fallecidos me admitieron en esta empresa, dándome el derecho a una parte igual de los beneficios, antes de que abordáramos el Arca. Que yo sepa, nunca se hizo una proposición similar en lo tocante a su persona y ello me otorga una ventaja legal. —Alzó un dedo—. Lo que es más, pienso argumentar que la propiedad es algo que viene con el uso y con la habilidad para ejercer dicho uso. Para proceder del modo más adecuado posible, el Arca debería estar al mando de la persona que ha demostrado el talento, el intelecto y la voluntad de utilizar lo más efectivamente posible sus múltiples capacidades. Afirmo que yo soy tal persona.