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—Manipulados, ¿de qué modo? —le preguntó Haviland…

—Pensaba que jamás me harías esa pregunta —dijo Rica Danwstar. El tirano saurio se inclinó hacia adelante, rugió y luego, abriendo su enorme boca, rodeó con sus fauces la cabeza de Rica—. Psiónica —dijo ella desde el interior de la boca del reptil.

—Ciertamente —dijo Haviland Tuf. —Una simple capacidad psiónica —anunció Rica desde el interior de la boca del tiranosaurio. Extendió la mano y le quitó algo de entre los dientes, emitiendo un leve ruido de repugnancia—. Algunos de esos monstruos carecían prácticamente de cerebro, eran todo instinto. Se les dio una aversión instintiva básica ya los monstruos más complicados se les hizo controlables mediante la psiónica. Los instrumentos de control eran simples identificadores psi: unos aparatos pequeños y muy lindos parecidos a diademas. Lo único que hace es obligar a ciertos monstruos a que me rehuyan ya otros a que me obedezcan. —Sacó la cabeza de la boca del dinosaurio y le dio una Sonora palmada en la mandíbula—. Abajo, chico —le dijo.

El tiranosaurio rugió de nuevo y agachó la cabeza. Rica Danwstar desenredó cuidadosamente el manojo de tiras y éste resultó ser un arnés que empezó a colocar encima del dinosaurio.

—Le he estado controlando durante toda nuestra Conversación —le dijo a Tuf en tono despreocupado—. Yo le llamé para que viniera. Tiene hambre. Se ha comido a Lion, pero Lion era más bien pequeño, ya estaba muerto y no ha comido nada más desde hace mil años.

Haviland Tuf miró el aguijón que tenía en la mano. En esos momentos le pareció aún peor que inútil y, además, no era un buen tirador.

—Me encantaría fabricar para él un clon de estegosaurio. —No, gracias —dijo Rica mientras terminaba de ajustar el arnés—, ahora no se puede dejar la partida. Querías jugar, Tuffy, pero me temo que has perdido. Tendrías que haberte ido cuando te ofrecí esa oportunidad. Vamos a examinar nuevamente tu reclamación, ¿quieres? Lion, Nevis y loS demás te ofrecieron una parte, sí, pero ¿de qué? Me temo que ahora vas a recibir una parte completa, lo quieras o no. Una parte completa de lo mismo que consiguieron ellos. Así queda liquidado tu argumento legal y en cuanto a tu pretensión basada en la utilidad superior —le dio otra palmada al dinosaurio y sonrió—, creo haber demostrado que puedo utilizar el Arca de un modo más efectivo que tú. Baja un poquito más. —El reptil se inclinó todavía más y Rica Danwstar se instaló en la silla de montar que había sujetado a su cuello. ¡Arriba! —le ordenó secamente y el reptil se incorporó.

—Por lo tanto, dejamos a un lado moralidad y legalidad, volviendo nuevamente a la violencia —dijo Tuf.

—Me temo que así es —dijo Rica desde lo alto de su tirano lagarto. El reptil avanzó lentamente, como si ella estuviera probando un mecanismo aún no muy familiar—. No digas que no he jugado limpiamente, Tuf. Tengo al dinosaurio pero tú tienes mi aguijón. Puede que, con suerte, consigas dar en el blanco. De ese modo, los dos estamos armados. —Se rió. Sólo que yo estoy armada, bueno, hasta los dientes.

Haviland Tuf, sin moverse, le arrojó su arma. Fue un buen lanzamiento y Rica, con un pequeño esfuerzo, pudo cogerla.

—¿Qué sucede? —le dijo—. Te rindes. —Tantos escrúpulos sobre el juego limpio me han impresionado —dijo Tuf—. No deseo jugar con ventajas de ningún tipo. Dado que la argumentación expuesta tiene su fuerza, me inclino ante ella. Ahí hay un animal —acarició a su gatito—, y aquí, en mis manos, también hay uno. Ahora ya tienes un arma. —Puso en marcha su vehículo y salió de marcha atrás de la intersección de pasillos, rodando velozmente por el que tenía detrás suyo, a la máxima aceleración de la que era capaz el motor yendo en aquel sentido.

—Como desees —dijo Rica Danwstar. El juego había terminado y ahora sentía una cierta tristeza. Tuf estaba haciendo girar su vehículo para huir normalmente y no marcha atrás. El tirano saurio abrió su enorme boca y la saliva fluyó sobre sus dientes de medio metro de longitud. Su rugido nacía de un hambre feroz, que había empezado por primera vez hacía un millón de años y, rugiendo, el reptil se lanzó sobre Tuf.

Y, rugiendo, recorrió el trecho de pasillo que le separaba de la intersección.

Veinte metros más lejos, la minimente del cañón de plasma tomó conocimiento de que algo superior en tamaño a las dimensiones de su blanco programado había entrado en la zona de fuego. Hubo un chasquido casi inaudible.

Haviland Tuf no estaba de cara al resplandor. Su cuerpo se interpuso entre Caos y la espantosa ola de calor y de ruido. Por fortuna, ésta duró sólo un instante, aunque aquel lugar olería a reptil quemado durante años y haría falta cambiar amplias secciones del suelo y las paredes.

—Yo también tenía un arma —le dijo Haviland Tuf a su gatito.

Mucho tiempo después, cuando el Arca ya estaba limpia y tanto él como Caos y Desorden estaban cómodamente instalados en la suite del capitán, a la cual había trasladado todos sus efectos personales después de haber dispuesto de los cadáveres, hecho las reparaciones posibles e imaginado un medio de calmar a la increíblemente ruidosa criatura que vivía en la cubierta seis, Haviland Tuf empezó a registrar metódicamente la nave. Al segundo día logró encontrar ropas, pero tanto los hombres como las mujeres del CIE habían sido más bajos que él y considerablemente más delgados, por lo cual ninguno de los uniformes le iba bien.

Pese a todo, logró encontrar algo que sí fue de su agrado. Se trataba de una gorra verde que encajaba perfectamente en su calva y algo blanquecina cabeza. En la parte delantera de la gorra, en oro, se veía la letra theta que había sido la insignia del cuerpo.

—Haviland Tuf —le dijo a su imagen en el espejo—, ingeniero ecológico.

No sonaba mal del todo, pensó.

2 — LOS PANES Y LOS PECES

Se llamaba Tolly Mune, pero le habían llamado montones de cosas.

Quienes entraban por primera vez en su dominio utilizaban su título con cierta deferencia. Había sido Maestre de Puerto durante más de cuarenta años y antes de eso había sido Ayudante del Maestre de Puerto, un puesto exótico y pintoresco, en la gran comunidad orbita! conocida oficialmente como el Puerto de S’uthlam. En el planeta, ese cargo era sólo otra casilla más, dentro de los organigramas burocráticos, pero en su órbita el Maestre de Puerto era a la vez el juez, el jefe ejecutivo, el alcalde, el legislador, el jefe de mecánicos, el árbitro y el jefe de policía, todo en uno. Por lo tanto, se referían a ella como la M. P.

El Puerto había empezado siendo pequeño y había ido creciendo a lo largo de los siglos, a medida que la población en aumento de S’uthlam convertía el planeta en un mercado de importancia cada vez mayor y una encrucijada clave en la red del comercio interestelar dentro del sector. En el centro del puerto se hallaba la estación, un asteroide hueco de unos dieciséis kilómetros de diámetro, con sus zonas de estacionamiento, talleres, dormitorios, laboratorios y comercios. Seis estaciones la habían precedido, cada una mayor que la anterior y cada una envejecida y finalmente superada por el paso del tiempo. La más antigua había sido construida hacía tres siglos, no era más grande que una nave espacial de tamaño medio y estaba unida a la Casa de la Araña como un grueso brote metálico emergiendo de una patata de piedra.

El nombre que recibía ahora era el de Casa de la Araña ya que se encontraba en el centro de una intrincada telaraña de metal plateado que resplandecía en la oscuridad del espacio. Irradiando de la estación en todas direcciones había dieciséis grandes ejes: el más nuevo tenía cuatro kilómetros de largo y aún estaba en construcción. Siete de los originales (el octavo había sido destruido en una explosión) extendían sus doce muelles como afiladas cuchillas en el espacio. Dentro de los grandes tubos estaba la industria del Puerto: almacenes, factorías, astilleros, aduanas y centros de embarque, además de todas las instalaciones de carga, descarga y reparaciones concebibles para todos los tipos de naves espaciales conocidas en el sector. Largos trenes neumáticos corrían por el centro de los tubos, transportando carga y pasajeros de una puerta a otra así como a la ruidosa y abarrotada conexión de la Casa de la Araña ya los ascensores que había bajo ella.