—Quizá pueda permitirme la osadía de sugerir que lo intentemos de nuevo —dijo Haviland Tuf.
Danwstar rió.
—No, gracias —dijo—. Eres demasiado bueno en esto. Llevo el juego en la sangre, pero contigo no hay juego posible. Me he cansado de quedar la segunda.
—En las partidas que hemos jugado hasta el momento he tenido mucha suerte —dijo Haviland Tuf. Es indudable que en estos momentos mi suerte estará agotándose y que en su próxima intentona será incapaz de reducir a la nada mis pobres fuerzas.
—Oh, sí, es indudable —replicó Rica Danwstar sonriendo—, pero deberás perdonarme si decido posponer la intentona hasta que sufra de un caso terminal de aburrimiento. Al menos soy mejor que Lion… ¿no es cierto, Jefri?
Jefri Lion estaba sentado en una esquina de la sala de control de la nave, examinando un montón de viejos textos militares. Su chaqueta de camuflaje había adoptado la tonalidad marrón del panel de madera artificial que tenía detrás.
—El juego no sigue auténticos principios militares —dijo, con cierto disgusto en la voz—. Empleé las mismas tácticas que utilizó Stephen Cobalt Nortbstar cuando la Decimotercera Flota de la Humanidad sitió Hrakkean. El contraataque de Tuf resultaba absolutamente erróneo dadas las circunstancias y, en caso de que las reglas hubieran estado redactadas de modo correcto, habría sufrido una derrota sin paliativos.
—Cierto —dijo Haviland Tuf—, en eso me veo absolutamente superado. Después de todo, habéis tenido la fortuna de ser historiador militar, en tanto que yo soy un sencillo y humilde comerciante, por lo que no estoy familiarizado con las grandes campañas de la historia. De momento he tenido una suerte inmensa ya que las deficiencias del juego y mi buena estrella han conspirado para compensar mi ignorancia. Sin embargo, me encantaría tener la ocasión de comprender mejor los principios militares. Si tuvierais la bondad de probar suerte una vez más con el juego, estudiaré cuidadosamente todas vuestras sutilezas estratégicas, esperando, de esa manera, incorporar a mi pobre forma de jugar un enfoque más sólido y auténtico.
Jefri Lion, cuya flota plateada había sido la primera en desaparecer del tablero en cada partida jugada durante la última semana, carraspeó levemente con aire de incomodidad.
—Sí, ya… esto, Tuf, yo… —empezó a decir.
Fue oportunamente salvado por un repentino chillido y un chorro de maldiciones que surgió del compartimiento contiguo.
Haviland Tuf se puso en pie de inmediato y Rica Danwstar le imitó una fracción de segundo después.
Salieron al pasillo justo cuando Celise Waan salía a la carrera de uno de los camarotes, persiguiendo a una veloz silueta blanca y negra que pasó junto a ellos como un rayo para meterse en la sala de control.
—¡Cogedle! —les gritó Celise Waan. Tenía el rostro muy rojo e hinchado y parecía furiosa.
La puerta era pequeña y Haviland Tuf muy grande.
—¿Se me permite inquirir para qué? —preguntó, bloqueando la entrada.
La antropóloga extendió la mano izquierda: en su palma había tres arañazos no muy largos pero sí bastante profundos, de los cuales empezaba a brotar la sangre.
—¡Mirad lo que me ha hecho! —gritó.
—Ya veo —dijo Haviland Tuf—. Y a ella, ¿qué le ha hecho?.
Kaj Nevis salió del camarote con una sonrisa levemente sardónica en los labios.
—La cogió para arrojarla al otro lado de la habitación —dijo.
—¡Estaba encima de mi cama! —dijo Celise Waan—. ¡Quería echarme un rato y esa condenada criatura estaba dormida en mi cama! —Giró en redondo, encarándose con Nevis—. y tú, será mejor que borres esa sonrisita de tu cara. Ya es bastante malo vernos obligados a vivir uno encima de otro en esta nave tan miserable como angosta, pero a lo que sencillamente me niego es a compartir el escaso espacio existente con los sucios animalejos de este hombre imposible. Y todo esto es culpa tuya, Nevis. ¡Nos metimos en esta nave por tu causa! Ahora debes hacer algo: exijo que obligues a Tuf a que nos libre de esas sucias alimañas. Lo exijo, ¿me has oído?
—Discúlpame —dijo Rica Danwstar, que estaba inmóvil detrás de Tuf. Él se volvió a mirarla y se apartó un poco—. ¿Te referías quizás a una de estas alimañas? —preguntó sonriente, mientras avanzaba por el pasillo. Con la mano izquierda sostenía a un gato, mientras le acariciaba suavemente con la mano derecha. El gato era un animal bastante grande, de pelaje largo y grisáceo. Sus ojos arrogantes brillaban con una leve luz amarilla. Debía pesar sus buenos diez kilos pero Rica lo sostenía tan fácilmente como si hubiera sido un gatito recién nacido—. ¿Qué estás proponiendo que haga Tuf con el viejo Champiñón, aquí presente? —le preguntó en tanto que el gato empezaba a ronronear estruendosamente.
—El que me hizo daño fue el otro, el blanco y negro —dijo Celise Waan—, pero ése es igual de perverso. ¡Mirad mi cara! ¡Mirad lo que me han hecho! Casi no puedo respirar, estoy a punto de caer gravemente enferma y cada vez que intento reposar unos minutos, me despierto con uno de esos animales encima de mi pecho. Ayer estaba tomando un pequeño refrigerio; me distraje un momento y ese animal blanco y negro volcó mi plato y empezó a jugar con mis bollos sazonados por el suelo, ¡Como si fueran juguetes! Con estas bestias por aquí nada está a salvo. Ya he perdido dos lápices luminosos y mi mejor anillo rosado. Y ahora esto, ¡este ataque! Realmente, esto ya es intolerable. Debo insistir en que esos condenados bichos sean encerrados inmediatamente en la bodega con las mercancías, inmediatamente, ¿me habéis oído?
—Por fortuna gozo de una audición perfecta —dijo Haviland Tuf—. Si los objetos que faltan no han aparecido al final del viaje, será un placer para mí reembolsarle su valor. La petición hecha en lo tocante a Champiñón y Desorden, sin embargo, debo rechazarla con todo mi sentimiento.
—¡Viajo como pasajera en esta ridícula nave espacial! —le gritó Celise Waan.
—¿Debo consentir que se insulte tanto a mi inteligencia como a mis oídos? —replicó Tuf—. Señora, vuestra condición de pasajera resulta de lo más obvio y no es necesario que me lo recordéis. Sin embargo, espero que me sea permitido a mi vez recordar que esta pequeña nave que, con tanta libertad habéis insultado, es mi hogar y mi medio de vida, por pobre que sea. Lo que es más, en tanto que sois una pasajera de esta nave y por ello tenéis derecho a gozar de ciertos derechos y prerrogativas, Champiñón y Desorden deben poseer lógicamente unos derechos mucho más amplios y consistentes dado que la nave, por decirlo así, constituye su morada habitual y permanente. No tengo por costumbre aceptar pasajeros a bordo de mi Cornucopia de Mercancías Excelentes a Bajos Precios y, como ya habréis podido observar, el espacio disponible apenas si resulta adecuado para mis propias necesidades. Lamentablemente, en los últimos tiempos he sufrido varias vicisitudes profesionales y no me recato en confesar que mis recursos vitales se estaban aproximando a un punto muy poco satisfactorio cuando Kaj Nevis se puso en contacto conmigo. Me he esforzado al máximo para acomodarles a todos a bordo de esta nave tan injustamente despreciada, llegando al extremo de ceder mis camarotes para satisfacer ciertas necesidades colectivas y he instalado mi pobre lecho en la sala de control. Pese a mis innegables penurias económicas, estoy empezando a lamentar profundamente el estúpido impulso altruista que me hizo aceptar este viaje, especialmente teniendo en cuenta que el pago recibido apenas si ha bastado para la compra de combustible y provisiones para el viaje, así como para el pago de las tasas portuarias de ShanDi. Empiezo a temer que os habéis aprovechado maliciosamente de mi buena fe pero, con todo, soy hombre de palabra y haré cuanto esté en mi mano para haceros llegar a vuestro misterioso destino. Sin embargo, y durante el trayecto, me veo obligado a pedir que se tolere a Champiñón y Desorden al igual que yo tolero ciertas presencias a bordo.