—¡Bueno, pues no pienso hacerlo! —proclamó Celise Waan.
—No me cabía duda alguna de que…—dijo Haviland Tuf.
—No voy a soportar más tiempo esta situación —le interrumpió la antropóloga—. No hay necesidad alguna de que estemos amontonados en un camarote como los soldados en un cuartel. Esta nave no parecía tan pequeña desde el exterior. ¿Adónde conduce esa puerta? —preguntó, extendiendo su rechoncho brazo.
—A las zonas de carga —dijo Haviland Tuf con voz inmutable—. Hay dieciséis y debo admitir que incluso la más pequeña de ellas es dos veces tan grande como mi austero aposento.
—¡Ajá! —dijo Celise Waan—. ¿y llevamos carga?
—El compartimiento dieciséis contiene reproducciones en plástico de máscaras orgiásticas Cooglish, que desgraciadamente fui incapaz de vender en ShanDellor, situación que expuse con toda sinceridad a Noah Wackerfuss a la que respondió ofreciéndome un precio tan bajo que me dejaba sin el menor margen de beneficio. En el compartimiento doce guardo ciertos efectos personales, equipo de naturaleza variada, ciertas piezas de colección y otros objetos heterogéneos. El resto de la nave se encuentra totalmente vacío, señora.
—¡Excelente! —dijo Celise Waan—. En tal caso, vamos a convertir los compartimientos más pequeños en aposentos privados para cada uno de nosotros. Instalar camas no debería resultar demasiado complicado.
—Resultaría de lo más sencillo —dijo Haviland Tuf.
—Entonces, ¡que se haga! —replicó secamente Celise Waan.
—Como desee la señora —dijo Tuf—. ¿Desea también alquilarme un traje de presión?
—¿Cómo?
Rica Danwstar estaba sonriendo desde hacía rato.
—Esos compartimientos no están incluidos dentro del sistema de apoyo vital —le dijo—. No hay aire, ni calor, ni presión, ni tan siquiera hay gravedad.
—Deberías encontrarte muy a gusto ahí —dijo Kaj Nevis.
—Desde luego —dijo Haviland Tuf.
El día y la noche carecían de significado a bordo de una nave espacial, pero los viejos ritmos del cuerpo humano seguían con sus eternas exigencias y la tecnología no había tenido más remedio que amoldarse a ellas. Por ello la Cornucopia, como todas las naves espaciales, con excepción de las enormes naves de guerra que contaban con tres turnos de tripulación y los cruceros de lujo de las transcorp, tenía un ciclo de sueño, un período de oscuridad y de silencio.
Rica Danwstar se puso en pie y comprobó su aguijón siguiendo lo que ya era una costumbre. Celise Waan roncaba ruidosamente; Jefri Lion se agitaba en su lecho, ganando batallas dentro de los confines de su cerebro, y Kaj Nevis vagaba por entre sueños de riqueza y de poder. El cibertec también dormía, aunque el suyo era un sueño más profundo que el de los demás. Para escapar al aburrimiento del viaje, Anittas se había instalado en un catre, se había conectado al computador de la nave y luego se había apagado. Su mitad cibernética se encargaba de controlar y vigilar a su mitad biológica: su respiración era tan lenta como el avance de un glaciar e igualmente monótona, en tanto que su temperatura corporal había bajado y su consumo energético se había reducido prácticamente a cero. Pero los sensores de metal plateado que le servían de ojos de vez en cuando parecían moverse levemente, como si estuvieran siguiendo el rastro de alguna imagen invisible para los demás.
Rica Danwstar avanzó silenciosamente por la habitación. Haviland Tuf estaba solo en la cámara de los controles. Su regazo estaba ocupado por el gato de pelo grisáceo y sus manos, pálidas y enormes, se movían sobre las teclas del computador. Desorden, la gata blanca y negra de menor tamaño, jugaba a sus pies. Rica había cogido un lápiz luminoso y dirigía el haz hacia el suelo, moviéndolo de un lado a otro. Tuf no la había oído entrar, porque nadie oía nunca moverse a Rica Danwstar si ella no lo quería.
—Aún levantado… —dijo ella desde la puerta, apoyándose en el umbral.
Tuf hizo girar su asiento y la contempló con expresión impasible.
—Una deducción realmente extraordinaria —dijo—. Aquí estoy yo, activo y atareado, atendiendo a las constantes demandas de mi nave y, gracias al testimonio de ojos y oídos, es posible saltar, de modo fulgurante, a la conclusión de que no estoy dormido todavía. Unos poderes de razonamiento que me dejan atónito.
Rica Danwstar entró en la sala de controles y se tendió en el catre de Tuf, que aún permanecía intacto después del último ciclo nocturno.
—Yo también estoy despierta —dijo sonriendo.
—Apenas si puedo creerlo —le contestó Haviland Tuf.
—Pues será mejor que lo creas —dijo Rica—. No duermo demasiado, Tuf, sólo dos o tres horas cada noche. En mi profesión es algo muy útil.
—Sin duda —dijo Tuf.
—Claro que, a bordo de una nave espacial, es más bien un inconveniente. Me aburro, Tuf.
—¿Una partida, quizá? Rica sonrió.
—Quizá, pero de un juego distinto.
—Siempre estoy dispuesto a conocer un nuevo juego.
—Bien. Entonces, juguemos a las conspiraciones.
—No estoy familiarizado con sus reglas.
—Oh, son de lo más sencillo…
—Ya. Quizá tenga la amabilidad de extenderse un poco más al respecto…
El rostro de Tuf seguía tan inmutable como cuando Rica entró en la habitación.
—Nunca habrías podido ganar esta última partida, si Waan me hubiera apoyado en el instante en que se lo pedí —le dijo Rica con voz despreocupada—. Tuf, las alianzas pueden ser provechosas para todas las partes implicadas. A bordo de esta nave los únicos que no tenemos aliados somos tú y yo: a los dos se nos paga un sueldo y si Lion está en lo cierto respecto a la estrella de la plaga, los demás se repartirán un tesoro tan vasto que resulta casi imposible de concebir, en tanto que nosotros dos sólo recibiremos nuestros sueldos. Eso no me parece muy justo.
—La equidad suele resultar muy difícil de precisar y normalmente es aún más difícil de lograr —dijo Haviland Tuf—. Quizás albergue el deseo de que mi compensación sea más generosa pero, sin duda, muchos en mi lugar se quejarían de lo mismo. Pese a todo, mi sueldo fue negociado y aceptado en su momento.
—Las negociaciones siempre pueden reanudarse —le sugirió Rica Danwstar—. Nos necesitan. A los dos. Se me ha ocurrido que trabajando juntos quizá pudiéramos… bueno… insistir en unos términos mejores. Digamos que una parte completa de un reparto a seis bandas. ¿Qué piensas de ello?
—Una idea intrigante en favor de la cual hay muchos argumentos —dijo Tuf—. Algunos podrían arriesgarse a sugerir que no resulta demasiado ética, cierto, pero quienes gozan de una auténtica sofisticación intelectual siempre poseen una notable flexibilidad ética.
Rica Danwstar estudió durante un momento el pálido e inexpresivo rostro de Tuf y sonrió.
—No te gusta, ¿verdad, Tuf? En el fondo siempre juegas siguiendo las reglas.
—Las reglas son la esencia y el corazón de los juegos, si quiere decirlo así. Le otorgan estructura y significado a nuestras pequeñas competiciones.
—A veces es más divertido tirar el tablero al suelo de una patada —dijo Rica Danwstar—, y también puede resultar más efectivo.
Tuf formó un puente con sus manos ante la cara. —Aunque no me sienta demasiado satisfecho con mi escasa paga, he de cumplir mi contrato con Kaj Nevis. No deseo que en el futuro pueda hablar mal de mí o de la Cornucopia de Mercancías Excelentes a Bajos Precios.
Rica se rió. —Oh, Tuf, dudo que piense hablar mal de ti. De hecho, dudo que te nombre, ya sea para bien o para mal, una vez hayas cumplido tu función y sea posible prescindir de ti. —Le gustó ver que sus palabras habían hecho pestañear a Tuf.