—Somos ricos —barbotó Celise Waan, olvidando por unos instantes sus muchos y variados agravios. Cogió a Jefri Lion por las manos y empezó a bailar con él en círculos frenéticos, que parecían hacer rebotar su gorda figura en el suelo a cada paso de baile—. ¡Somos ricos, ricos, ricos! ¡Somos ricos y famosos! ¡Todos somos muy ricos!
—Eso no es totalmente correcto —dijo Haviland Tuf—. No dudo, ciertamente, que todos ustedes lleguen a ser ricos en un futuro muy próximo; por el momento, sin embargo, en sus bolsillos no hay más dinero que hace un instante. Además, ni Rica Danwstar ni yo compartimos sus futuras perspectivas de mejora económica.
Nevis clavó en él una mirada impasible.
—¿Quejas, Tuf?
—Lejos de mí la intención de plantear objeciones —dijo Tuf con voz grave. Estaba sencillamente corrigiendo el error de Celise Waan.
Kaj Nevis asintió.
—Estupendo —dijo—. Ahora, antes de que ninguno de nosotros se enriquezca, debemos abordar esa cosa y ver en qué estado se encuentra. Incluso un pecio vacío debería proporcionarnos una buena tarifa de salvamento, pero si esta nave se encuentra en condiciones de operar no hay límite alguno a nuestras posibles ganancias.
—Está claro que puede funcionar —dijo Jefri Lion—. Ha estado haciendo llover plagas sobre H’Ro Brana cada tres generaciones, desde hace mil años estándar.
—Ya —dijo Nevis—, bueno, sí, es cierto, pero no es todo lo que importa. Ahora se encuentra en una órbita muerta. ¿Qué pasa con los motores? ¿y con la biblioteca celular y los computadores? Tenemos muchas cosas que comprobar. ¿Cómo podemos abordarla, Lion?
—Supongo que sería posible efectuar un contacto con sus escotillas —dijo Jefri Lion—. Tuf, esa cúpula… ¿la ves? —Señaló con el dedo.
—Mi visión no sufre el menor problema.
—Sí, ya… bueno, creo que debajo de ella se encuentra la cubierta de atraque y es tan grande como un campo de aterrizaje medio. Si podemos hacer que esa cúpula se abra, entonces se puede meter la nave justo dentro de ella.
—Sí —dijo Haviland Tuf—. Una palabra preñada de dificultades. Tan breve ya menudo tan cargada de frustraciones y disgustos futuros. —Como para subrayar sus palabras en ese mismo instante una pequeña luz roja se encendió bajo la pantalla principal. Tuf alzó un dedo tan pálido como delgado—. ¡Atención! —dijo.
—¿Qué es? —le preguntó Nevis.
—Una comunicación —proclamó Tuf con voz solemne. Se inclinó hacia adelante y apretó un botón bastante gastado del comunicador láser.
La estrella de la plaga se desvaneció de la pantalla y en su lugar apareció un rostro de aspecto cansado y macilento. Era un hombre de edad mediana sentado en una sala de comunicaciones. Su frente estaba surcada por hondas arrugas y tenía las mejillas algo hundidas. Su cabello era negro y espeso, sus ojos de un azul grisáceo. Vestía un atuendo militar que parecía recién salido de una cinta histórica y sobre su cabeza había una gorra verde en la cual se veía brillar una dorada letra theta.
—Aquí el Arca —anunció—. Acaban de penetrar en nuestra esfera defensiva. Identifíquense o se abrirá fuego sobre ustedes. Ésta es nuestra primera advertencia.
Haviland Tuf apretó su botón de EMISIÓN.
—Aquí la Cornucopia —anunció con voz clara y tranquila—. Haviland Tuf al mando. Arca, somos comerciantes totalmente inofensivos y sin armas. Venimos de ShanDellor. ¿Podríamos solicitar permiso para el atraque?
Celise Waan parecía totalmente perpleja.
—Hay tripulación… —dijo—. ¡La tripulación sigue viva!
—Totalmente fascinante e inesperado —dijo Jefri Lion dándose leves tirones de la barba—. Quizá sea un descendiente de la tripulación original del CIE. ¡O quizás utilizaron el cronobucle! Con él habrían podido deformar la textura del tiempo para acelerarlo o mantenerlo casi inmóvil. Sí, habría sido posible hacer incluso eso. ¡EI cronobucle!, pensad en lo que significa.
Kaj Nevis lanzó un gruñido.
—¿Han pasado mil malditos años y piensas decirme que siguen vivos? ¿Cómo demonios se supone que vamos a entendérnoslas con ellos?
La imagen de la pantalla vaciló como si estuviera a punto de esfumarse y luego se aclaró de nuevo mostrando al mismo hombre de antes, con el uniforme de los Imperiales de la Tierra.
—Aquí el Arca. Su ID no está en el código adecuado. Están avanzando en nuestra esfera defensiva. Identifíquense o se abrirá fuego contra ustedes. Ésta es nuestra segunda advertencia.
—¡Señor, debo protestar por ello! —dijo Haviland Tuf—. No llevamos armas y carecemos de protección. Nuestras intenciones no son ofensivas ni peligrosas. Somos pacíficos comerciantes, simples estudiosos de la misma raza que usted: la humana. Nuestras intenciones no son hostiles y, lo que es más, no tenemos a nuestro alcance medio alguno para causarle daño a un navío tan formidable como su Arca. ¿Debemos ser recibidos con beligerancia?
La pantalla vaciló por segunda vez y volvió a estabilizarse.
—Aquí el Arca. Han penetrado en nuestra esfera defensiva. Identifíquense de inmediato o serán destruidos. Ésta es nuestra tercera y última advertencia.
—Grabaciones —dijo Kaj Nevis con voz casi entusiasta—. ¡Eso es! Nada de hibernación, ningún condenado campo de éxtasis temporal. Ahí dentro no hay nadie. Un ordenador está emitiendo grabaciones para nosotros.
—Me temo que eso es lo correcto —dijo Haviland Tuf—. Pero se plantea una pregunta: si el computador está programado para dirigir mensajes ya grabados, a las naves que se le aproximen, ¿qué otra cosa puede estar programado para hacer?
Jefri Lion le interrumpió. —¡Los códigos! —dijo—. ¡En mis archivos tengo un montón de códigos y secuencias de identificación del Imperio Federal recogidas en cristales! Iré a por ellos.
—Un plan excelente —dijo Haviland Tuf—, pero en él hay una deficiencia de lo más obvio, la cual consiste en el tiempo que será necesario para localizar y poder usar luego esos cristales en código. Si hubiera sido posible disponer del tiempo necesario para ponerla en práctica, habría aplaudido dicha sugerencia pero, ¡ay!, me temo que será imposible. El Arca nos ha disparado hace un instante —Haviland Tuf se inclinó sobre los controles—. Voy a hacer que entremos en hiperimpulso —anunció, pero, justo cuando sus largos y pálidos dedos tocaban ya las teclas, toda la Cornucopia tembló violentamente. Celise Waan cayó al suelo lanzando un alarido; Jefri Lion tropezó con Anittas e incluso Rica Danwstar se vio obligada a cogerse al asiento de Tuf para no perder el equilibrio. Entonces todas las luces se apagaron y en la oscuridad se oyó la voz de Haviland Tuf—. Me temo que hablé demasiado pronto —dijo—, o quizá, siendo más preciso, que actué demasiado tarde.
Por un instante que pareció interminable se encontraron sumidos en el silencio y en la oscuridad, llenos de terror, esperando el segundo disparo que significaría el final para todos ellos.
Y entonces, gradualmente, la oscuridad pareció hacerse algo menos densa. En las consolas que les rodeaban fueron apareciendo débiles luces, como si los instrumentos de la Cornucopia despertaran a una vacilante semivida.
—No estamos totalmente inutilizados —proclamó Haviland Tuf desde su asiento, con el cuerpo rígido como un palo. Sus enormes manos parecían cubrir todas las teclas del ordenador al mismo tiempo—. Voy a conseguir un informe de averías y quizás aún nos resulte posible retirarnos de aquí.
Celise Waan empezó entonces a emitir un sollozo histérico, leve al principio pero que fue progresivamente agudizándose hasta lo insoportable. Seguía caída en el suelo y no hacía intentos de levantarse. Kaj Nevis se volvió hacia ella.
—¡Cállate ya, maldita vaca! —le dijo secamente, dándole una patada. El sollozo se convirtió en un gimoteo apagado—. Si nos quedamos aquí inmóviles vamos a ser muy pronto un buen montón de carne muerta —dijo Nevis en voz alta y dominante—. El próximo disparo nos hará pedacitos. ¡Maldita sea, Tuf, mueve este trasto!