– Absolutamente nada -dijo, y me besó en la mejilla-. A partir de ahora yo asumo el mando.
Dejé a Nora en la pequeña cocina y me relajé en el sofá de la salita con lo único que había allí para leer: una revista de pesca de hacía cuatro años. Cuando estaba a la mitad de un mortífero artículo sobre la pesca del salmón en Sheen Falls Lodge, Irlanda, Nora gritó: «¡La cena está servida!».
Volví a la cocina y me senté frente a unas ostras salteadas con arroz salvaje y una ensalada con varios tipos de lechuga. Para beber, una botella de Pinot Grigio. Una cena digna de la revista Gourmet. Nora levantó su copa y brindó.
– Por una noche memorable.
– Por una noche memorable -repetí.
Entrechocamos las copas y empezamos a comer. Me preguntó qué había estado leyendo y le hablé del artículo sobre el salmón.
– ¿Te gusta pescar? -preguntó.
– Me encanta. -Le dije una mentirijilla inocente, que luego me encontré desarrollando con todo detalle. Así era mí relación con Nora-. Deja que te lo explique: cuando al fin sacas a ese enorme pez del agua, al que tanto has esperado, ese momento hace que todo valga la pena.
– ¿Adónde te gusta ir?
– Mmm… en esta misma zona se encuentran buenos lagos y ríos. Créeme, puedes coger uno de los gordos por aquí cerca. Pero no hay nada comparable con las islas: Jamaica, Saint Thomas, las Caimán… supongo que habrás estado por allí.
– Pues sí. La verdad es que estuve en las islas Caimán no hace mucho.
– ¿De vacaciones?
– Un pequeño viaje de negocios.
– Ah, ¿sí?
– Estuve decorando la casa de la playa de un banquero. Un magnífico lugar junto al mar.
– Muy interesante -dije, asintiendo. Pinché otra ostra-. Por cierto, esto está delicioso.
– Me alegro. -Tendió la mano y la puso encima de la mía-. ¿Te lo estás pasando bien?
– Muy bien.
– Estupendo, porque estaba un poco preocupada… por lo que has dicho antes sobre el hecho de que yo fuese tu clienta.
– Me refería a las circunstancias -dije-. Admitámoslo: de no ser por la muerte de Connor, no estaríamos aquí.
– Eso es cierto, no puedo negarlo. Pero…
Su voz se apagó.
– ¿Qué ibas a decir?
– Algo que seguramente no debería.
– No pasa nada -le dije. Miré a nuestro alrededor y sonreí-. Aquí no hay nadie más que nosotros.
Ella me devolvió una media sonrisa.
– No quiero parecer insensible, pero si algo he aprendido en mi profesión es que uno se puede enamorar de varias casas a la vez. ¿Acaso es ingenuo pensar que se puede aplicar lo mismo a las personas?
La miré profundamente a los ojos. ¿Adónde quería ir a parar? ¿Qué estaba intentando decirme?
– ¿Se trata de eso, Nora? ¿De amor?
Me sostuvo la mirada.
– Creo que sí -dijo-. Creo que me estoy enamorando de ti. ¿Es eso malo?
Al oírla pronunciar esas palabras, tuve que tragar saliva. Y entonces fue como si todo lo extraño que rodeaba a esa noche explotara en mi interior: de repente, me encontraba mal. ¿Era mi reacción ante lo que ella había dicho?
«Mantente firme, O’Hara.»
Me acordé de lo que había ocurrido la última vez que ella había cocinado para mí. ¿Cómo iba a quejarme ahora de que el marisco estaba en mal estado? Así que no dije nada, con la esperanza de que se me pasara el malestar. Se me tenía que pasar. Pero no fue así.
Y, antes de que me diera cuenta, me quedé sin habla. Ni siquiera podía respirar.
97
Nora estaba sentada mientras miraba cómo O’Hara se caía de la silla sin poder evitarlo y se abría una brecha en el cráneo al caerse al suelo. La sangre brotó al instante por encima de su ojo derecho. Tenía un corte muy feo, aunque parecía no haberse dado cuenta. Era evidente que estaba más preocupado por lo que estaba ocurriendo en su interior. Siempre lo estaban.
Aun así, de todos los hombres -incluidos Jeffrey, Connor y su primer marido, Tom Hollis- éste parecía ser el más duro de roer. La atracción que había sentido por el hombre al que conocía como Craig Reynolds era real, y la química también. Su ingenio, su encanto, su atractivo. Su inteligencia, tan parecida a la de ella. Era el mejor en todos los sentidos y ya le estaba echando de menos; lamentaba que aquello tuviera que terminar de ese modo.
Pero tenía que terminar de ese modo.
Se retorcía y asfixiaba con su propio vómito. Intentó levantarse, pero los pies no le respondían. La dosis no era mortal, sólo se trataba de un aperitivo. Sin embargo, temía haberse excedido.
Se dijo a sí misma que debía decir algo, simular preocupación. Se suponía que era una espectadora inocente que no sabía lo que estaba ocurriendo. Su pánico tenía que parecer real.
– Enseguida te traigo algo. Déjame ayudarte.
Corrió al fregadero y llenó un vaso de agua. Se sacó un sobre del bolsillo y vertió su contenido en el vaso. La superficie se llenó de burbujitas como si fuese champán. Cuando Nora volvió la espalda al fregadero, él ya no estaba.
¿Adónde había ido? No podía llegar muy lejos. Después de dar dos pasos, oyó un portazo cerca de la entrada y luego un pestillo. Se había metido en el cuarto de baño. Nora corrió hasta allí, con el vaso en la mano.
– Cielo, ¿estás bien? -llamó-. ¿Craig?
Podía oír las arcadas del pobre hombre. Por horrible que pareciera era una buena señaclass="underline" estaba listo para las burbujas. Si pudiera convencerlo de que le abriera la puerta…
Llamó con suavidad.
– Cielo, tengo una cosa para ti. Hará que te sientas mejor. Sé que no lo crees, pero es cierto.
Al ver que no respondía, volvió a llamar. Como él hacía caso omiso, aporreó la puerta.
– ¡Por favor, tienes que creerme!
Al fin, entre arcadas, él le respondió:
– ¡Sí, vale!
– En serio, Craig, déjame ayudarte -dijo-. Sólo tienes que beberte esto. Dejará de dolerte.
– ¡Ni en broma, joder!
Nora resopló.
«Quieres jugar, ¿eh? Pues juguemos.»
– ¿Estás seguro? -preguntó-. ¿Estás seguro de que no quieres abrir la puerta, O’Hara?
Escuchó el silencio que siguió a sus palabras mientras imaginaba su sorpresa. ¡Cuánto le habría gustado poder verle la cara en aquel momento! Al menos, podía azuzarle desde el otro lado de la puerta.
– Es tu verdadero nombre, ¿no? John O’Hara.
El silencio se rompió.
– Sí -gritó lleno de ira-. En realidad, agente John O’Hara, del FBI.
Nora abrió los ojos como platos: sus sospechas se confirmaban. Sin embargo, a pesar de todo, se echó a reír.
– ¿De veras? Estoy impresionada. ¿Lo ves? ¡Ya te dije que estabas hecho para algo más interesante que los seguros! Creo que…
Él la cortó con la voz fortalecida.
– Se ha acabado, Nora. Sé demasiado… y voy a vivir para contarlo. Mataste a Connor para conseguir su dinero, igual que hiciste con tu primer marido.
– ¡Eres un mentiroso! -dijo ella a voz en grito.
– La mentirosa eres tú, Nora. ¿O te llamas Olivia? Te llames como te llames, ya puedes despedirte de todo el dinero que tienes en las islas Caimán. Pero no te preocupes: en el sitio al que irás, la estancia es gratis.
– ¡Yo no voy a ninguna parte, gilipollas! ¡Pero tú sí!
– Eso ya lo veremos. Si me disculpas, tengo que hacer una llamada.
Nora oyó los tres tonos agudos procedentes del cuarto de baño. Estaba telefoneando a la policía. Una vez más, se echó a reír.
– Escúchame, idiota, estamos en medio de la nada. ¡Aquí no tenemos cobertura!
Ahora le tocó a él reírse.
– Eso es lo que tú crees, cielo.
98
Estaba tendido en el suelo, cubierto de sangre, vómitos y otros fluidos de mi cuerpo que sin duda no estaban hechos para ver la luz del día. Pero de pronto me sentía más feliz que un cerdo revolcándose en la mierda. No me importaba sentir dolor en todo el cuerpo, tanto por dentro como por fuera. Estaba vivo.