– Pues bien -comenzó con la voz temblorosa-, uno de nuestros pacientes de Pine Woods es una mujer llamada Olivia Sinclair. -Eso ya lo sabía-. Nora es la hija de Olivia -dijo Emily-. Al menos estoy casi segura de ello. Sin embargo, no tengo ninguna prueba para asegurarlo.
– Yo sí -dijo Susan-. Después de hablar con usted por teléfono, Emily, consulté los archivos de la cárcel.
Miré a Susan con una ceja levantada.
– ¿De la cárcel?
– Olivia Sinclair fue sentenciada a cadena perpetua cuando Nora tenía seis años -dijo.
– ¿Por qué?
– Por asesinato -dijo Susan.
– Me tomas el pelo.
Susan negó con la cabeza.
– Y no sólo eso, O’Hara. Mató a su marido. Y la hija de la pareja, Nora, estaba presente cuando ocurrió. -Susan continuó-. Unos años después de ser arrestada, Olivia Sinclair perdió el contacto con la realidad y la trasladaron a Pine Woods. Mientras tanto, Nora fue de un hogar de acogida a otro. La cambiaron tantas veces que nunca se consiguió obtener un historial unificado sobre ella. -Susan miró a Emily, que ahora parecía completamente perdida-. Lo siento -le dijo Susan-. Tenemos buenas razones para creer que Nora mató a su primer marido hace un par de años. Basándonos en eso, y en todo lo ocurrido últimamente, tenemos razones aún mejores para creer que también mató a su segundo marido.
– Ella y Connor Brown sólo estaban prometidos -le recordé a Susan.
– Estoy hablando de Jeffrey Walker.
Ahora estaba más perdido que Emily.
– ¿Jeffrey Walker?
– Ya sabes, el que escribe esas absurdas novelas históricas. O al menos las escribía.
– Sí, sé quién es. ¿Quieres decir que Nora y él estaban…?
– Casados.
– Dios -dije, mientras las piezas empezaban a encajar-. La prensa dijo que había muerto de un ataque al corazón. Y déjame adivinar -dije-: vivía en Boston.
Susan se tocó la nariz con un dedo.
– Lo que nos lleva de nuevo hasta Emily -dijo, y se volvió hacia la enfermera-. Adelante, dígale lo que sabe. Esto es bueno, O’Hara.
Emily asintió y nos pidió que la siguiéramos.
– Se lo enseñaré -dijo-. Vayamos a ver a Olivia.
110
Cruzamos el pasillo del hospital para conocer a Olivia, la madre de Nora. Durante todos aquellos años había utilizado su nombre de soltera, Conover, lo que nos había dificultado su búsqueda.
– Un día estoy hablando con Nora sobre el escritor Jeffrey Walker y al siguiente leo en el periódico que ha muerto -dijo Emily mientras caminábamos. Susan y yo nos limitábamos a escuchar-. Por supuesto, no pensé que hubiera ninguna conexión. Ni siquiera sabía que Nora tenía problemas hasta que lo vi en televisión. -Emily se detuvo en el vestíbulo. Era evidente que necesitaba decirnos algo antes de entrar en la habitación de Olivia-. Hace unas semanas, un mes quizá, leí por casualidad una nota que Olivia le había pasado a Nora. La nota contenía un secreto que nos dejó a todos de piedra. Pero también nos decía mucho sobre Olivia, y tal vez sobre Nora al mismo tiempo. Lo verán dentro de un minuto. -Emily reanudó la marcha. Pasó de largo ante unas cuantas puertas, se detuvo y asió el pomo de una de ellas-. Esta es la habitación de Olivia.
Cuando la enfermera abrió la puerta, vi a una mujer muy anciana recostada en la cama. Estaba leyendo una novela y no levantó los ojos del libro cuando los tres entramos en su habitación.
– Hola, Olivia. Estas son las personas de las que le hablé -dijo Emily con voz alta y clara.
Olivia levantó la mirada.
– Ah, hola -dijo-. Me gusta leer.
– Sí, a Olivia le gusta leer. -Emily asintió y esbozó una sonrisa con la comisura de los labios. Luego se volvió para dirigirse a Susan y a mí-. Durante mucho tiempo, Olivia nos ha tenido engañados sobre su verdadero estado. Utilizaba toda clase de trucos para hacernos creer que estaba mucho peor de lo que realmente está. Una vez, cuando Nora estaba aquí, simuló un ataque de epilepsia porque su hija iba a confesarle algo que no debía, y Olivia sabía que grabamos todas las visitas de los pacientes. Olivia es una excelente actriz. ¿No es cierto, querida?
Olivia nos miraba a Susan y a mí, pero había escuchado lo que decía la enfermera.
– Supongo que sí.
– En fin, de todos modos estamos dispuestos a permitir que Olivia se quede aquí, en Pine Woods. Y ella ha accedido a colaborar con ustedes.
Olivia asintió, todavía con la mirada puesta en Susan y en mí.
– Voy a colaborar -dijo en un susurro-. ¿Acaso tengo elección?
Llegado este punto, Olivia dejó la novela y se levantó de la cama. Mientras se dirigía al armario, Emily siguió hablando.
– Cada vez que Nora venía de visita, le traía una novela a su madre, aunque creía que en realidad Olivia no era capaz de leer.
Olivia buscó dentro del armario y luego sacó una caja de cartón llena de libros, que también incluía algunos sobres y envoltorios.
– Hace un par de semanas, Nora dejó de venir, pero entonces empezaron a llegar paquetes a nombre de Olivia. Eran de Nora. En uno de ellos incluso había una nota -dijo Emily.
Estaba emocionado. ¡Paquetes! Seguramente, sería cuestión de seguir el rastro de su procedencia. ¿Había sido Nora lo bastante tonta como para incluir la dirección del remitente? Eso habría sido demasiado bonito para ser cierto. Y en efecto, lo era. Emily nos explicó que no había nada en los paquetes que revelara ningún dato sobre el paradero de Nora.
– Ningún remitente. Ningún matasellos o marca en especial. -Se volvió hacia Olivia-. Por favor, dele al agente O’Hara la nota que recibió.
La cogí, la desdoblé y leí en voz alta.
– «Querida mamá, siento no poder visitarte. Espero que te guste el libro. Te quiero mucho, tu hija, Nora.»
Volví a leer la nota y luego sacudí la cabeza.
– ¿Qué tiene esto de especial?
Susan me lo aclaró:
– Todo. A pesar de lo cuidadosa que ha sido Nora, no lo ha sido lo suficiente.
Miró a Emily.
Yo miré a Emily.
Al fin, Emily explicó lo que obviamente ya le había dicho a Susan.
– Observe el papel más de cerca, agente O’Hara. Aproxímelo a la luz -dijo-. ¿Lo ve? En la esquina inferior derecha.
Acerqué el papel a la ventana y miré atentamente.
– Dios santo.
El papel tenía una cenefa.
Miré a las tres mujeres… y entonces vi que Olivia Sinclair se había echado a llorar.
– Es tan buena hija… Tan cariñosa…
111
Nora se paseaba por la terraza privada bajo el sol de la tarde, con sólo la parte inferior de un biquini azul pálido y una brillante sonrisa. Bebió un sorbo de una botella de Evian y luego la presionó contra su mejilla. Nunca se cansaría de contemplar la playa de Baie Longue, con su deslumbrante arena blanca y el modo en que ésta parecía desvanecerse en las aguas color turquesa del Caribe. Ni ella misma habría elegido mejor las texturas y los colores.
La Samanna, en la isla de Saint-Martin, disfrutaba de merecida fama como complejo turístico exclusivo y aislado. Lo que más le interesaba a Nora era estar aislada. Durante el día, tras sus gafas de sol Chanel, era una acaudalada mujer de la alta sociedad que holgazaneaba junto a la piscina. Durante la noche… En fin, después del modo en que ella y Jordan hacían subir la temperatura del dormitorio, la cena siempre era cortesía del servicio de habitaciones.
De hecho, durante varios días no salieron de su refugio, como una pareja de luna de miel. Afortunadamente, el servicio de habitaciones de La Samanna también disponía de un buen menú para el desayuno y la comida.
– Cariño, ¿qué prefieres hoy, Duval-Leroy o Dom Perignon? -gritó Jordan desde el dormitorio.
Decisiones, siempre decisiones…