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18

– ¿Está bueno? -preguntó ella.

Connor abrió la boca para comerse el trozo de jamón que había cogido con los dedos. Masticó durante unos segundos.

– Delicioso.

– Estupendo, porque no sabía cuánto hacía que lo tenías -dijo-. ¿Qué tal la ducha?

– Me ha sentado de maravilla. Aunque no tanto como tú.

Nora acabó de trocear el jamón y empezó a cortar la cebolla en aros. «Aún tienes tiempo de cambiar de idea.»

Connor, que tan sólo vestía unos pantalones de deporte y llevaba el pelo mojado y peinado hacia atrás, se dirigió al frigorífico y cogió una Amstel.

– ¿Quieres una? -preguntó.

– No, gracias. Tengo mi agua. -Levantó una botella de Evian para que él la viera-. Tengo que cuidar mi línea… para ti.

Él abrió la cerveza y bebió un trago. Miró a Nora de soslayo.

– Cielo, ¿estás bien?

Nora se volvió hacia él con una lágrima solitaria deslizándose por su mejilla.

– ¡Oh! -dijo al darse cuenta de ello. Se la secó y se obligó a sonreír antes de apartar la mirada-. Creo que las cebollas sí me hacen llorar, después de todo.

Nora cocinó ligeramente la tortilla del Oeste, sin dejar que se quemara por fuera, tal como a Connor le gustaba, y la puso delante de él, en la mesa de la cocina. Connor la espolvoreó con sal y pimienta y le hincó el tenedor.

– ¡Fantástica! -declaró-. Esta podría ser tu mejor tortilla.

– Me alegro de que te guste.

Se sentó junto a él, que siguió comiendo unos cuantos bocados mientras ella le observaba.

– Dime, ¿qué quieres hacer mañana? -le preguntó Connor.

– No lo sé. Tal vez podríamos salir a dar una vuelta en mi coche nuevo.

– ¿Quieres decir fuera de los límites del garaje?

Se rió y pinchó otro pedazo con el tenedor. Pero cuando éste estaba a medio camino de la boca, Connor se quedó inmóvil.

En un abrir y cerrar de ojos, palideció por completo. Estaba blanco como la leche. La cabeza empezó a darle vueltas. El tenedor se cayó encima del plato con un sonoro golpe.

– Connor, ¿qué te ocurre?

– No… -Apenas podía hablar-. No lo sé -dijo forzando la voz-. De repente me siento muy…

Se sujetó el estómago como si le hubieran dado un puñetazo brutal. O un navajazo. Se le pusieron los ojos en blanco. Dio varias sacudidas en la silla antes de caer al suelo con un ruido sordo»

– ¡Connor! -Nora saltó de su silla e intentó ayudarle a levantarse del suelo-. Vamos -le dijo-, intenta ponerte en pie.

Se levantó con gran dificultad, pero sus piernas parecían de goma. Ella le llevó hasta el cuarto de baño de la entrada. Connor volvió a caerse al suelo, a punto de perder el conocimiento. Nora levantó el asiento del inodoro y él intentó arrastrarse hasta allí.

– Voy… voy… a vomitar -farfulló entre bocanadas de aire.

Estaba empezando a hiperventilar.

– Voy a ver si encuentro algo que te puedas tomar -dijo ella, con la voz alterada por el pánico-. Enseguida vuelvo.

Corrió hacia la cocina mientras Connor batallaba por asomarse al borde del inodoro. Ya no se trataba sólo de su estómago, ahora todo su cuerpo ardía como si estuviera en el infierno. Estaba sudando a chorros por cada uno de sus poros.

Nora volvió con un vaso en la mano. En su interior había un líquido claro y efervescente, parecía Alka-Seltzer.

– Toma, bébete esto -dijo ella.

Connor cogió el vaso con manos temblorosas. Apenas podía llevárselo a la boca, por lo que Nora tuvo que ayudarle. Bebió un sorbo y luego otro.

– Bebe más -ordenó ella-. Termínatelo.

Tomó otro sorbo antes de sujetarse el estómago de nuevo. Connor cerró los ojos con fuerza y apretó los dientes; los músculos de su mandíbula estaban tan tensos que parecía que iban a reventar por debajo de la piel.

– ¡Ayúdame! -suplicó-. ¡Nora!

Segundos más tarde, sus plegarias fueron escuchadas. El espantoso temblor empezó a disminuir. Remitía tan deprisa como había empezado.

– Creo que la medicina está haciendo su efecto, cariño -dijo Nora.

Connor volvía a respirar con normalidad. Recuperó el color y abrió los ojos, primero muy despacio y luego por completo. Soltó un gran suspiro de alivio.

– ¿Qué me ha pasado? -preguntó.

Y comenzó de nuevo. Diez veces peor. Ahora, el temblor se había transformado en una serie de espasmos que sacudían su cuerpo. Los jadeos se convirtieron en una súbita y horrible asfixia. El rostro de Connor se volvió azul y sus ojos se inyectaron en sangre.

El vaso se le cayó de las manos y se hizo añicos. Su cuerpo sufrió violentas convulsiones y se retorcía de dolor. Se llevó las manos al cuello, desesperado por inhalar un poco de aire. Trató de gritar, pero no pudo. Su boca se negaba a emitir sonido alguno.

Intentó agarrarse a Nora, pero ésta dio un paso atrás. No quería mirar pero al mismo tiempo no podía darse la vuelta. Lo único que podía hacer era esperar que las sacudidas y las convulsiones cesaran de nuevo, como así ocurrió. Aunque esta vez para siempre.

Connor yacía muerto en el suelo de uno de los baños de su mansión colonial de 3.500 metros cuadrados.

19

Lo primero que hizo Nora fue recoger los trozos de cristal del suelo del cuarto de baño.

Lo segundo fue tirar los restos de tortilla al triturador y ponerlo en marcha. Luego lavó a conciencia el plato y el tenedor.

Lo tercero fue prepararse un buen trago. Medio vaso de Johnny Walker Blue Label, que se bebió de un sorbo en medio segundo. Se sirvió un poco más y se sentó a la mesa de la cocina. Puso en orden sus ideas, repasó el guión que se había aprendido, respiró hondo y expulsó el aire despacio.

Era la hora del espectáculo.

Nora se dirigió con calma hacia el teléfono, marcó un número y se recordó a sí misma que los mejores mentirosos nunca dan detalles. Después de que sonaran dos tonos, una mujer descolgó y dijo: «Teléfono de emergencias».

– ¡Oh, Dios mío! -gritó Nora al auricular-. ¡Por favor, ayúdeme, no respira!

– ¿A quién se refiere, señora?

– No sé lo que ha ocurrido, estaba comiendo y de repente…

– Señora -la interrumpió la operadora-. ¿A quién se refiere?

Nora sollozó, respirando agitadamente.

– ¡Mi novio! -gimió.

– ¿Se está ahogando?

– No -gritó-. Ha empezado a sentirse mal y… y… entonces ha… -Nora se interrumpió.

Pensó que las frases sin terminar debían de resultar más convincentes en las grabaciones del teléfono de emergencias.

– ¿Dónde está usted, señora? ¿Cuál es su dirección? -preguntó la operadora-. Necesito una dirección.

Nora alternó los balbuceos con un llanto renovado hasta que por fin se decidió a dar la dirección de Connor en Briarcliff Manor.

– Muy bien, señora, quédese donde está. Intente mantener la calma, la ambulancia llegará enseguida.

– ¡Por favor, dense prisa!

Nora colgó el teléfono. Calculó que disponía de unos seis o siete minutos más. Tiempo de sobra para un último repaso.

Decidió que la botella de Johnny Walker se quedaba ahí, junto con el vaso en el que se lo había servido. Después de todo, ¿quién iba a culparla por tomarse una copa en un momento como aquél? En cambio, el frasco con los comprimidos tenía que desaparecer.

Lo volvió a guardar en su maleta, enterrado en el fondo de su botiquín, que, a su vez, estaba oculto bajo varias prendas de ropa. Si alguien llegaba alguna a vez a encontrarlo y leer la etiqueta, vería que se trataba de Zyrtec, de 10 miligramos, para las alergias estacionales.

Sin embargo, no sería aconsejable que ese alguien se tomara uno.

Nora cerró la cremallera de la maleta y la subió al dormitorio principal. Allí se aplicó los últimos retoques ante un espejo de cuerpo entero: se sacó la camiseta de algodón por fuera de los vaqueros y tiró varias veces del cuello. A continuación se restregó los ojos con fuerza hasta enrojecerlos. Con una serie de pestañeos forzó la caída de unas cuantas lágrimas para acabar de estropear su maquillaje.