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– ¿Y qué pasa con tus distracciones?

Se rió sin traza de alegría.

– Eso fue parte de la mentira, mi amor. No había distracción posible ante la… agonía. Mi corazón no ha latido durante casi noventa años, pero esto era diferente. Era como si hubiera desaparecido, como si hubiera dejado un vacío en su lugar, como si hubiera dejado todo lo que tengo dentro aquí, contigo.

– Qué divertido -murmuré.

Enarcó una ceja perfecta.

– ¿Divertido?

– En realidad debería decir extraño, porque parece que describieras cómo me he sentido yo. También notaba que me faltaban piezas por dentro. No he sido capaz de respirar a fondo desde hace mucho tiempo -llené los pulmones, disfrutando casi lujuriosamente de la sensación-. Y el corazón… Creí que lo había perdido definitivamente.

Cerró los ojos y apoyó el oído otra vez sobre mi corazón. Apreté la mejilla contra su pelo, sentí su textura en mi piel y aspiré su delicioso perfume.

– ¿No encontraste el rastreo entretenido, entonces? -le pregunté, curiosa y quizás necesitada de distraerme yo. Me encontraba en serio peligro de que mis esperanzas volvieran. No las iba a poder contener mucho más. Mi corazón latía fuerte, cantando en mi pecho.

– No -suspiró él-. Eso no fue una distracción nunca. Era una obligación.

– ¿Y eso qué quiere decir?

– Quiere decir que aunque nunca esperé ningún peligro procedente de Victoria, no la iba a dejar escaparse con… Bueno, como te dije, se me da fatal. La rastreé hasta Texas, pero después seguí una pista falsa hasta Brasil, y en realidad ella lo que hizo fue venir aquí -gruñó-. ¡Ni siquiera estaba en el continente correcto! Y mientras tanto, el peor de mis peores temores…

– ¿Estuviste dando caza a Victoria? -casi pegué un grito en el momento en que encontré mi voz, que se alzó lo menos dos octavas.

Los ronquidos lejanos de Charlie se interrumpieron un momento y luego recuperaron de nuevo su cadencia regular.

– No lo hice bien -contestó al tiempo que estudiaba mi expresión indignada con una mirada confusa-, pero esta vez me saldrá mejor. Ella no va disfrutar del placer de respirar tranquila durante mucho tiempo.

– Eso… eso queda fuera de consideración -conseguí controlarme y recuperar la respiración. Qué locura. Incluso si Jasper o Emmett le ayudaran. Bueno, incluso aunque Jasper y Emmett le ayudaran. Esto era peor que cualquier otra cosa que yo pudiera imaginar; como por ejemplo, a Jacob Black de pie, a corta distancia de la pérfida figura felina de Victoria. No soportaba la idea de imaginar a Edward allí, incluso aunque él pareciera mucho más resistente que mi mejor amigo medio humano.

– Es demasiado tarde para ella. No debí dejar que se me escapara la otra vez, pero ahora no, no después de…

Le interrumpí otra vez, intentando sonar tranquila.

– ¿No me acabas de prometer ahora mismo que no me ibas a dejar? -le pregunté, luchando contra las palabras mientras las decía, intentando no dejarlas enraizar en mi corazón-. Eso no es precisamente algo compatible con una larga expedición de rastreo, ¿no?

Él frunció el ceño. Un gruñido lento se le escapó del pecho.

– Mantendré mi promesa, Bella, pero Victoria va a morir -el gruñido se acentuó-. Pronto.

– No te precipites -le contesté mientras intentaba ocultar mi pánico-. Quizás ella no vuelva. Quizás la haya asustado la manada de Jake. En realidad, no hay razón ninguna para ir tras ella. Además, tengo un problema mayor que Victoria.

Los ojos de Edward se entrecerraron, pero asintió.

– Es verdad. Los licántropos son una complicación.

Bufé.

– No estaba hablando de Jacob. Mi problema es bastante más grande que un puñado de lobos adolescentes en busca de líos.

Edward me miró como si fuera a decir algo y luego se lo pensó mejor. Sus dientes sonaron cuando los cerró y habló a través de ellos.

– ¿De verdad? -me preguntó-. Entonces, ¿cuál es tu mayor problema? Si el hecho de que Victoria vuelva a buscarte te parece algo irrelevante en comparación, ¿qué puede ser?

– Digamos que es el segundo de mis peores problemas -intenté evadir la cuestión.

– De acuerdo -asintió él, suspicaz.

Hice una pausa. No estaba segura de si podría mencionarlos.

– Hay otros que vendrán a por mí -le recordé con un susurro sofocado.

Él suspiró, pero su reacción no fue todo lo fuerte que yo habría supuesto después de haber visto cómo se tomaba lo de Victoria.

– ¿Los Vulturis son sólo el segundo de esos problemas?

– No parece que te preocupen mucho -le hice notar.

– Bueno, tenemos bastante tiempo para pensarlo. El tiempo tiene un significado muy distinto para ellos y para ti, o incluso para mí. Ellos cuentan los años como tú los días. No me sorprendería que hubieras cumplido los treinta antes de que volvieran a acordarse de ti -añadió en tono ligero.

El horror me invadió.

Treinta.

Así que al final, sus promesas no significaban nada en realidad… Si él pensaba que yo llegaría algún día a cumplir los treinta era porque no podía estar planeando quedarse demasiado tiempo. El dolor hondo que me causó esta idea me hizo comprender que ya había comenzado a concebir esperanzas a pesar de no habérmelas permitido.

– No tienes por qué temer -me dijo, lleno de ansiedad conforme vio que las lágrimas volvían a brotar del borde de mis párpados-. No les dejaré que te hagan daño.

– Mientras estés aquí -y no es que me preocupara mucho lo que ocurriera cuando él se hubiera marchado.

Me tomó el rostro entre sus dos manos pétreas, sujetándolo con fuerza mientras sus ojos de medianoche se zambullían en los míos con la fuerza gravitacional de un agujero negro.

– Nunca te dejaré de nuevo.

– Pero has dicho treinta -farfullé, mientras las lágrimas se asomaban al borde de mis párpados-. ¿Y qué? Te quedarás, pero me dejarás envejecer de todos modos. Muy bonito.

Sus ojos se dulcificaron aunque su boca endureció el gesto.

– Eso es exactamente lo que voy a hacer. ¿Qué otra elección tengo? No puedo estar sin ti, pero no voy a destruir tu alma.

– Y eso es porque… -intenté mantener la voz calmada, pero esta cuestión era demasiado dura para mí. Recordé su rostro cuando Aro casi le suplicó que considerara la idea de hacerme inmortal. La mirada de repulsión que le dirigió. ¿Tenía que ver esa fijación de mantenerme humana realmente sólo con mi alma, o era porque no estaba seguro de que querría tenerme a su lado todo el tiempo?

– ¿Sí? -inquirió, esperando mi pregunta.

Sin embargo, le pregunté otra cosa distinta. Casi igual de difícil para mí.

– Pero ¿qué pasará cuando me haga tan vieja que la gente piense que soy tu madre? ¿O tu abuela?

Mi voz temblaba por el espanto, todavía podía ver el rostro de la abuelita en el espejo del sueño. Todo su rostro se había suavizado ahora. Me limpió las lágrimas de las mejillas con los labios.

– Eso no me importa -musitó contra mi piel-. Siempre serás la cosa más hermosa que haya en mi mundo. Claro que… -él dudó, estremeciéndose ligeramente-, si te haces mayor que yo y necesitas algo más… lo comprenderé, Bella. Te prometo que no me cruzaré en tu camino si alguna vez quieres dejarme.

Sus ojos brillaban como el ónice líquido y eran completamente sinceros. Hablaba como si hubiera pasado montones de tiempo reflexionando para trazar ese plan tan necio.

– Supongo que te das cuenta de que al final también me moriré -le exigí.

También parecía haber pensado en eso.

– Te seguiré tan pronto como pueda.

– Ese plan es totalmente… -busqué la palabra correcta- enfermizo.

– Bella, es el único camino correcto que nos queda…

– Retrocedamos un minuto -le dije; enfadarme hacía que me resultara mucho más fácil ser clara, contundente-. Recuerdas a los Vulturis, ¿verdad? No puedo permanecer humana para siempre. Ellos me matarán. Incluso si no piensan en mí hasta que cumpla los treinta -mascullé la cifra-, ¿crees sinceramente que se olvidarán?