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Carlisle hizo un gesto con la cabeza en mi dirección y dijo:

– Tienes el uso de la palabra.

Tragué saliva. Sus intensas miradas me pusieron nerviosa. Edward me tomó de la mano por debajo de la mesa. Le miré de soslayo, pero él observaba a los demás con rostro repentinamente fiero.

– Bueno, espero que Alice os haya contado cuanto sucedió en Volterra -hice una pausa.

– Todo -me aseguró Alice.

Le dirigí una mirada elocuente.

– ¿Y lo que está a punto de ocurrir?

– Eso también.

Asintió con la cabeza y yo suspiré aliviada.

– Perfecto; entonces, estamos todos al corriente.

Esperaron pacientemente mientras intentaba ordenar mis ideas.

– Bueno, tengo un problema -comencé-. Alice prometió a los Vulturis que me convertiría en uno de vosotros. Van a enviar a alguien a comprobarlo y estoy segura de que eso es malo, algo que debemos evitar.

»Ahora, esto os afecta a todos -contemplé sus hermosos rostros, dejando el más bello de todos para el final. Una mueca curvaba los labios de Edward-. No voy a imponerme por la fuerza si no me aceptáis, con independencia de que Alice esté o no dispuesta a convertirme.

Esme abrió la boca para intervenir, pero alcé un dedo para detenerla.

– Dejadme terminar, por favor. Todos vosotros sabéis lo que quiero y estoy segura de que también conocéis la opinión de Edward al respecto. Creo que la única forma justa de decidir esto es que todo el mundo vote. Si decidís no aceptarme, bueno, en tal caso, supongo que tendré que volver sola a Italia. No puedo permitir que vengan aquí.

Arrugué la frente al considerar dicha expectativa. Oí el ruido sordo de un gruñido en el pecho de Edward, pero le ignoré.

– Así pues, tened en cuenta que en modo alguno os voy a poner en peligro. Quiero que votéis sí o no sólo al asunto de convertirme en vampira.

Esbocé un atisbo de sonrisa al pronunciar la palabra e hice un gesto a Carlisle para que empezara, pero Edward me interrumpió.

– Un momento.

Le miré con los ojos entrecerrados. Alzó las cejas mientras me estrechaba la mano.

– Tengo algo que añadir antes de que votemos.

Suspiré.

– No creo que debamos ponernos demasiado nerviosos -prosiguió- por el peligro al que se refiere Bella.

Su expresión se animó más. Apoyó la mano libre sobre la mesa reluciente y se inclinó hacia delante.

– Veréis -explicó sin dejar de recorrer la mesa con la mirada mientras hablaba-, había más de una razón por la que no quería estrechar la mano de Aro al final del todo. Se les pasó una cosa por alto y no quería ponerles sobre la pista.

Esbozó una gran sonrisa.

– ¿Y qué es? -le instó Alice. Estaba segura de que mi expresión era tan escéptica como la suya.

– Los Vulturis están demasiado seguros de sí mismos, y por un buen motivo. En realidad, no tienen ningún problema para encontrar a alguien cuando así lo deciden -bajó los ojos para mirarme-. ¿Os acordáis de Demetri?

Me estremecí. Él lo tomó como una afirmación.

– Encuentra a la gente, ése es su talento, la razón por la que le mantienen a su lado.

– Ahora bien, estuve hurgando en sus mentes para obtener la máxima información posible todo el tiempo que estuvimos con ellos. Buscaba algo, cualquier cosa que pudiera salvarnos. Así fue cómo me enteré de la forma en que funciona el don de Demetri. Es un rastreador, un rastreador mil veces más dotado que James. Su habilidad guarda una cierta relación con lo que Aro o yo hacemos. Capta el… gusto… No sé cómo describirlo… La clave, la esencia de la mente de una persona y entonces la sigue. Funciona incluso a enormes distancias.

– Pero después de los pequeños experimentos de Aro, bueno…

Edward se encogió de hombros.

– Crees que no va a ser capaz de localizarme -concluí con voz apagada.

– Estoy convencido. El confía ciegamente en ese don -Edward se mostraba muy pagado de sí mismo-. Si eso no funciona contigo, en lo que a ti respecta, se han quedado ciegos.

– ¿Y qué resuelve eso?

– Casi todo, obviamente. Alice será capaz de revelarnos cuando planean hacernos una visita. Te esconderemos. Quedarán impotentes -dijo con fiero entusiasmo-. Será como buscar una aguja en un pajar.

Él y Emmett intercambiaron una mirada y una sonrisita de complicidad.

Aquello no tenía ni pies ni cabeza.

– Te pueden encontrar a ti -le recordé.

Emmett se rió, extendió el brazo sobre la mesa y le tendió el puño a su hermano.

– Un plan estupendo, hermano -dijo con entusiasmo.

– No -masculló Rosalie.

– En absoluto -coincidí.

– Estupendo -comentó Jasper, elogioso.

– Idiotas -murmuró Alice.

Esme se limitó a mirar a Edward.

Me erguí en la silla para atraer la atención de todos. Aquélla era mi reunión.

– En tal caso, de acuerdo. Edward ha sometido una alternativa a vuestra consideración -dije con frialdad-. Votemos.

En este segundo intento empecé por Edward. Sería mejor descartar cuanto antes su opinión.

– ¿Quieres que me una a tu familia?

– No de esa forma -me miró con ojos duros y negros como el pedernal-. Quiero que sigas siendo humana.

Asentí una vez con cara de no sentirme afectada por su actitud, y luego continué:

– ¿Alice?

– Sí.

– Jasper?

– Sí -respondió con voz grave. Me sorprendió un poco. No estaba muy segura de cuál iba a ser el sentido de su voto, pero contuve mi reacción y proseguí-. ¿Rosalie?

Ella vaciló mientras se mordía la parte inferior de su labio carnoso.

– No -mantuve el rostro impertérrito y volví levemente la cabeza para seguir, pero ella alzó las manos con las palmas por delante-. Déjame explicarme -rogó-. Quiero decir que no tengo ninguna aversión hacia ti como posible hermana, es sólo que… Esta no es la clase de vida que hubiera elegido para mí misma. Me hubiera gustado que en ese momento alguien hubiera votado «no» por mí.

Asentí lentamente y me volví hacia Emmett.

– ¡Rayos, sí! -esbozó una sonrisa ancha-. Ya encontraremos otra forma de provocar una lucha con ese Demetri.

No había borrado la mueca de mi cara cuando miré a Esme.

– Sí, por supuesto, Bella. Ya te considero parte de mi familia.

– Gracias, Esme -murmuré, y me volví hacia Carlisle.

De pronto, me puse nerviosa y me arrepentí de no haberle pedido que votara el primero. Estaba segura de que su voto era el de mayor valía, el que importaba más que cualquier posible mayoría.

Carlisle no me miraba a mí.

– Edward -dijo él.

– No -refunfuñó Edward con los dientes apretados y retrajo los labios hasta enseñar los dientes.

– Es la única vía que tiene sentido -insistió Carlisle-. Has elegido no vivir sin ella, y eso no me deja alternativa.

Edward me soltó la mano y se apartó de la mesa. Se marchó del comedor muy indignado sin decir palabra, refunfuñando para sí mismo.

– Supongo que ya conoces el sentido de mi voto -concluyó Carlisle con un suspiro.

Mi mirada aún seguía detrás de Edward.

– Gracias -murmuré.

Un estrépito ensordecedor resonó en la habitación contigua.

Me estremecí y añadí rápidamente.

– Es todo lo que necesitaba. Gracias por querer que me quede. Yo también siento lo mismo por todos vosotros.

Al final de la frase, la voz se me quebró a causa de la emoción. Esme estuvo a mi lado en un abrir y cerrar de ojos y me abrazó con sus fríos brazos.

– Me querida Bella -musitó.

Le devolví el abrazo. Con el rabillo del ojo me percaté de que Rosalie mantenía la vista clavada en la mesa al comprender que mis palabras admitían una doble interpretación.

– Bueno, Alice -dije cuando Esme me soltó-. ¿Dónde quieres que lo hagamos?

Ella me miró fijamente con los ojos dilatados de pánico.