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Pensaba que iba a enfadarme aún más al ver su expresión cínica y resentida, pero, en vez de eso, contemplarle me recordó la última vez que le había visto, con lágrimas en los ojos. Mi furia se debilitó y flaqueó conforme le miraba. Había pasado tanto tiempo desde aquella ocasión que me repateaba que el reencuentro tuviera que ser de este modo.

– Bella -dijo él a modo de saludo, asintiendo una vez en mi dirección sin apartar los ojos de Edward.

– ¿Por qué? -susurré, intentando ocultar el sonido del nudo de mi garganta-. ¿Cómo has podido hacerme esto, Jacob?

La mueca burlona se desvaneció, pero su rostro continuó duro y rígido.

– Ha sido por tu bien.

– ¿Y qué se supone que significa eso? ¿Quieres que Charlie me estrangule? ¿O quieres que le dé un ataque al corazón como a Harry? No importa lo furioso que estés conmigo, ¿cómo le has podido hacer esto a él?

Jacob hizo un gesto de dolor y sus cejas se juntaron, pero no contestó.

– No ha pretendido herir a nadie -murmuró Edward, explicando aquello que Jacob no estaba dispuesto a decir-, sólo quería que no pudieras salir de casa para que no estuvieras conmigo.

Sus ojos relampaguearon de odio mientras miraba de nuevo a Edward.

– ¡Ay, Jake! ¡Ya estoy castigada! ¿Por qué te crees que no he ido a La Push para patearte el culo por no ponerte al teléfono?

Los ojos de Jacob relumbraron de vuelta hacia mí, confundido por primera vez.

– ¿Era por eso? -inquirió, y luego apretó las mandíbulas como si le sentara mal haber preguntado.

– Creía que era yo quien te lo impedía, no Charlie -volvió a explicarme Edward.

– Para ya -le interrumpió Jacob.

Edward no contestó.

Jacob se estremeció una vez y después apretó los dientes tanto como los puños.

– Bella no había exagerado acerca de tus… habilidades -dijo entre dientes-. Así que ya debes de saber por qué estoy aquí.

– Sí -asintió Edward con voz tranquila-, pero quiero decirte algo antes de que empieces.

Jacob esperó, cerrando y abriendo las manos de forma compulsiva mientras intentaba controlar los temblores que corrían por sus brazos.

– Gracias -continuó Edward, y su voz vibró con la profundidad de su sinceridad-. Jamás seré capaz de agradecértelo lo suficiente. Estaré en deuda contigo el resto de mi… existencia.

Jacob le miró fijamente sin comprender, y sus temblores se tranquilizaron por la sorpresa. Intercambió una rápida mirada conmigo, pero mi rostro mostraba el mismo desconcierto que el suyo.

– Gracias por mantener a Bella viva -aclaró Edward con voz ronca, llena de intensidad-. Cuando yo… no lo hice.

– Edward… -empecé a hablar, pero él levantó una mano, con los ojos fijos en Jacob.

La comprensión recorrió el rostro de Jacob antes de que volviera a ocultarla detrás de la máscara de insensibilidad.

– No lo hice por ti.

– Me consta, pero eso no significa que me sienta menos agradecido. Pensé que deberías saberlo. Si hay algo que esté en mi mano hacer por ti…

Jacob alzó una ceja negra.

Edward negó con la cabeza.

– Eso no está en mis manos.

– ¿En las de quién, pues? -gruñó Jacob.

Edward dirigió la mirada hasta donde yo estaba.

– En las suyas. Aprendo rápido, Jacob Black, y no cometeré el mismo error dos veces. Voy a quedarme aquí hasta que ella me diga que me marche.

Me sumergí por un momento en la luz dorada de sus ojos. No era difícil entender la parte que me había perdido de la conversación. Lo único que Jacob podría querer de Edward sería que se fuera.

– Nunca -susurré, todavía inmersa en sus ojos.

Jacob hizo un sonido como si se atragantara.

Con renuencia, me solté de la mirada de Edward para fruncirle el ceño a Jacob.

– ¿Hay algo más que necesites, Jacob? ¿deseabas meterme en problemas? Misión cumplida. Charlie quizás me mande a un internado militar, pero eso no me alejará de Edward. Nada lo conseguirá. ¿Qué más quieres?

Jacob siguió clavando la mirada en Edward.

– Sólo me falta recordar a tus amigos chupasangres unos cuantos puntos clave del tratado que cerraron. Ese tratado es la única cosa que me impide que le abra la garganta aquí y ahora.

– No los hemos olvidado -dijo Edward justo en el mismo momento que yo preguntaba:

– ¿Qué puntos clave?

Jacob seguía fulminando con la mirada a Edward, pero me contestó.

– El tratado es bastante específico. La tregua se acaba si cualquiera de vosotros muerde a un humano. Morder, no matar -remarcó. Finalmente, me miró. Sus ojos eran fríos.

Sólo me llevó un segundo comprender la distinción, y entonces mi rostro se volvió tan frío como el suyo.

– Eso no es asunto tuyo.

– Maldita sea si no… -fue todo lo que consiguió mascullar.

No esperaba que mis palabras precipitadas provocaran una respuesta tan fuerte. A pesar del aviso que venía a transmitir, él seguro que no lo sabía. Debió de pensar que la advertencia era una mera precaución. No se había dado cuenta, o quizá no había querido creer, que yo ya había adoptado una decisión, que realmente intentaba convertirme en un miembro de la familia Cullen.

Mi respuesta empujó a Jacob a casi revolverse entre convulsiones. Presionó los puños contra sus sienes, cerró los ojos con fuerza y se dobló sobre sí mismo en un intento de controlar los espasmos. Su rostro adquirió un tono verde amarillento debajo de la tez cobriza.

– ¿Jake? ¿Estás bien? -pregunté llena de ansiedad.

Di medio paso en su dirección, pero Edward me retuvo y me obligó a situarme detrás de su propio cuerpo.

– ¡Ten cuidado! ¡Ha perdido el control! -me avisó.

Pero Jacob casi había conseguido recobrarse otra vez; sólo sus brazos continuaban temblando. Miró a Edward con una cara llena de odio puro.

– ¡Arg! Yo nunca le haría daño a ella.

Ni Edward ni yo nos perdimos la inflexión ni la acusación que contenían sus palabras. Un siseo bajo se escapó de entre los labios de Edward y Jacob cerró sus puños en respuesta.

– ¡BELLA! -el rugido de Charlie venía de la dirección de la casa-. ¡ENTRA AHORA MISMO!

Todos nos quedamos helados y a la escucha en el silencio que siguió.

Yo fui la primera en hablar; mi voz temblaba.

– Mierda.

La expresión furiosa de Jacob flaqueó.

– Siento mucho esto -murmuró-. Tenía que hacer lo que pudiera… Tenía que intentarlo.

– Gracias -el temblor de mi voz arruinó el efecto del sarcasmo. Miré hacia el camino, casi esperando ver aparecer a Charlie embistiendo contra los helechos mojados como un toro enfurecido. En ese escenario, seguramente yo sería la bandera roja.

– Sólo una cosa más -me dijo Edward, y después miró a Jacob-. No hemos encontrado rastro alguno de Victoria a nuestro lado de la línea, ¿y vosotros?

Supo la respuesta tan pronto como Jacob la pensó, pero éste contestó de todos modos.

– La última vez fue cuando Bella estuvo… fuera. Le dejamos creer que había conseguido infiltrarse para estrechar el cerco, y estábamos preparados para emboscarla…

Un escalofrío helado me recorrió la columna.

– Pero entonces salió disparada, como un murciélago escapando del infierno. Por lo que nosotros creemos, captó tu olor y eso la sacó del apuro. No ha aparecido por nuestras tierras desde entonces.

Edward asintió.

– Cuando ella regrese, no es ya problema vuestro. Nosotros…

– Mató en nuestro territorio -masculló Jacob-. ¡Es nuestra!

– No… -empecé a protestar dirigiéndome a los dos.

– ¡BELLA! ¡VEO EL COCHE DE EDWARD Y SÉ QUE ESTÁS AHÍ FUERA! ¡SI NO ENTRAS EN CASA EN UN MINUTO…! -Charlie ni siquiera se molestó en completar su amenaza.