– Pues sí que estás antojadiza esta noche.
– Pues sí, pero claro, no tienes que hacer nada que no quieras -añadí, picada.
Rió y después suspiró.
– Que el cielo me impida hacer aquello que no quiera -repuso con una extraña desesperación en la voz mientras ponía el dedo bajo mi barbilla y alzaba mi rostro hacia el suyo.
El beso empezó del modo habitual, Edward procuraba tener el mismo cuidado de siempre y mi corazón reaccionaba de forma tan desaforada como de costumbre. Entonces, algo pareció cambiar. De pronto, sus labios se volvieron más insistentes y su mano libre se enredó en mi pelo aferrando mi cabeza firmemente contra la suya. Agarré su pelo con mis manos; estaba cruzando los límites impuestos por su cautela, sin duda, pero esta vez no me detuvo. Sentí su frío cuerpo a través de la fina colcha, y me apreté con deseo contra él.
Cuando se apartó, lo hizo con brusquedad; me empujó hacia atrás con manos amables, pero firmes.
Me desplomé en la almohada jadeando, con la cabeza dándome vueltas. Algo intentaba asomar en los límites de mi memoria, pero se me escapaba…
– Lo siento -dijo él, también sin aliento-. Esto es pasarse de la raya.
– A mí no me importa en absoluto -resollé.
Frunció el ceño en la oscuridad.
– Intenta dormir, Bella.
– No, quiero que me beses otra vez.
– Sobrestimas mi autocontrol.
– ¿Qué te tienta más, mi sangre o mi cuerpo? -le desafié.
– Hay un empate -sonrió ampliamente a pesar de sí mismo y pronto se puso serio otra vez-. Y ahora, ¿por qué no dejas de tentar a la suerte y te duermes?
– Vale -asentí mientras me acurrucaba junto a él. Me sentía realmente exhausta. Había sido un día muy largo y tampoco en ese momento me notaba aliviada. Más bien me parecía como si estuviera a punto de suceder algo aún peor. Era una premonición tonta, ya que, ¿qué podía ser peor? No había nada que pudiera estar al nivel del susto de aquella tarde, sin duda.
Intentando actuar con astucia, apreté mi brazo herido contra su hombro, de modo que su piel fría me consolara del ardor de la herida. Pronto me sentí mucho mejor.
Estaba medio dormida, más bien casi del todo, cuando me di cuenta de qué era lo que me había recordado su beso: la pasada primavera, cuando tuvo que dejarme para intentar apartar a James de mi pista, Edward me había besado como despedida, sin saber cuándo o si nos veríamos de nuevo. Este beso había tenido el mismo sabor doloroso por alguna razón que no acertaba a imaginar. Me sumí en una inconsciencia inquieta, como si ya tuviera una pesadilla.
El final
A la mañana siguiente me sentía fataclass="underline" no había dormido bien, el brazo me ardía y tenía una jaqueca de aúpa. El hecho de que Edward se mostrara dulce pero distante cuando me besó la frente a toda prisa antes de escabullirse por la ventana no mejoró en nada mis perspectivas. Le tenía pavor a lo que pudiera haber pensado sobre el bien y el mal mientras yo dormía. La ansiedad parecía aumentar la intensidad del dolor que me martilleaba las sienes.
Edward me esperaba en el instituto, como siempre, pero su rostro evidenciaba que algo no iba bien. En sus ojos había un no sé qué oculto que me hacía sentir insegura y me asustaba. No quería volver a hablar sobre la noche pasada, pero estaba convencida de empeorar aún más las cosas si rehuía el asunto.
Me abrió la puerta del coche.
– ¿Qué tal te sientes?
– Muy bien -mentí. Me estremecí cuando el sonido del golpe de la puerta al cerrarse resonó en mi cabeza.
Anduvimos en silencio; acortó su paso para acompasarlo al mío. Me hubiera gustado formular un montón de preguntas, pero la mayoría tendrían que esperar, ya que quería hacérselas a Alice. ¿Cómo estaba Jasper esa mañana? ¿De qué habían hablado cuando yo me fui? ¿Qué habla dicho Rosalie? Y lo más importante de todo, según esas extrañas e imperfectas visiones del futuro que solía tener, ¿qué iba a ocurrir a partir de ahora? ¿Podía adivinar lo que rondaba por la mente de Edward y el motivo de que estuviera tan sombrío? ¿Había una justificación para esos tenues temores instintivos de los que no lograba desembarazarme?
La mañana transcurrió muy despacio. Me moría de ganas de ver a Alice, aunque, en realidad, no podría hablar con ella en presencia de Edward, que continuaba mostrándose distante. Me preguntaba por el brazo de vez en cuando y yo le mentía.
A menudo, Alice se nos anticipaba en el almuerzo para no verse obligada a caminar a mi torpe ritmo, pero hoy no nos esperaba sentada a la mesa delante de una bandeja de comida que no iba a probar.
Edward no explicó su ausencia, por lo que me pregunté si su clase se habría prolongado. Hasta que vi a Conner y Ben, compañeros suyos en la cuarta hora, en clase de Francés.
– ¿Dónde está Alice? -le pregunté a Edward con nerviosismo.
El no apartó la vista de la barra de cereales que desmenuzaba lentamente entre los dedos mientras contestaba:
– Está con Jasper.
– ¿Y él se encuentra bien?
– Se han marchado una temporada.
– ¡¿Qué?! ¿Adonde?
Edward se encogió de hombros.
– A ningún lado en especial.
– Y Alice también -dije con una desesperación resignada. Lógico, si Jasper la necesitaba, ella se iría con él.
– Sí, también se ha ido por un tiempo. Intentaba convencerle de que fueran a Denali.
Denali era el lugar donde vivía la otra comunidad de vampiros formada por gente buena como los Cullen, Tanya y su familia. Había oído hablar de ellos en un par de ocasiones. El pasado invierno Edward se había ido con ellos cuando mi llegada hizo que Forks le resultara insoportable. Laurent, el miembro más civilizado del pequeño aquelarre de James, había preferido irse antes que alinearse con James contra los Cullen. Tenía sentido que Alice animara a Jasper a acudir allí.
Tragué para deshacer el repentino nudo que se me había formado en la garganta. Incliné la cabeza y la espalda, abrumada por la culpa. Había conseguido que se tuvieran que ir de casa, igual que Rosalie y Emmett. Era una plaga.
– ¿Te molesta el brazo? -me preguntó solícito.
– ¿A quién le importa mi estúpido brazo? -murmuré disgustada.
No contestó y yo dejé caer la cabeza sobre la mesa.
Al final del día, el silencio había convertido la situación en algo ridículo. Yo no quería ser quien lo rompiera, pero aparentemente no habría más remedio si quería que él volviera a hablarme otra vez.
– ¿Vendrás luego, por la noche? -le pregunté mientras caminábamos, en silencio, hasta mi coche. Él siempre venía.
– ¿Por la noche?
Me agradó que pareciera sorprendido.
– Tengo que trabajar. Cambié mi turno con la señora Newton para poder librar ayer.
– Ah -murmuró él.
– Vendrás luego, cuando esté en casa, ¿no? -odiaba sentirme repentinamente insegura de su respuesta.
– Si quieres que vaya…
– Siempre quiero que vengas -le recordé, con quizás un poco más de intensidad de lo que requería la conversación.
Esperaba que él se riera, sonriera o reaccionara de algún modo a mis palabras, pero me contestó con indiferencia:
– De acuerdo, está bien.
Me besó en la frente otra vez antes de cerrar la puerta. Entonces, se volvió y anduvo a grandes pasos hasta su coche con su elegancia habitual.
Conseguí salir del aparcamiento antes de que el pánico me dominara, y estaba ya hiperventilando cuando llegué al local de los Newton.
Me dije que él sólo necesitaba tiempo y que conseguiría sobreponerse a esto. Quizás estaba triste por la dispersión de su familia, pero Jasper y Alice volverían pronto, y también Rosalie y Emmett. Si servía de algo, me mantendría lejos de la gran casa blanca cerca del río y nunca más volvería a poner un pie allí. Eso no importaba. Seguiría viendo a Alice en el instituto, porque… tendría que regresar al instituto, ¿no?