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Charlie me contempló con cara de pocos amigos.

– Es que no haces nada. Ése es el problema. Que nunca haces nada.

– ¿Acaso quieres que me meta en problemas? -le pregunté al tiempo que alzaba las cejas con perplejidad. Hice un esfuerzo para prestar atención, pero no era fácil. Estaba tan acostumbrada a mantenerme aparte de todo que mis oídos se aturullaban.

– ¡Tener problemas sería mejor que… que este arrastrarse de un lado para otro todo el tiempo!

El comentario me dolió un poco. Me había esforzado en evitar cualquier manifestación de taciturnidad, y eso incluía lo de no arrastrarse.

– No me arrastro.

– Palabra equivocada -concedió de mala gana-. Arrastrarse sería mucho mejor, porque ya sería hacer algo… Es sólo que estás… sin vida, Bella. Quizá ésa sea la expresión adecuada.

Esta vez la acusación dio en el blanco. Suspiré e intenté imprimir una cierta animación a mi respuesta.

– Lo siento, papá -mi disculpa sonó algo inexpresiva, incluso para mí. Pensaba que estaba consiguiendo engañarle. El único motivo de aquel intento era evitar que Charlie sufriera. Era deprimente descubrir que el esfuerzo había sido en vano.

– No quiero que te disculpes.

Suspiré.

– Entonces, dime qué quieres que haga.

– Bella, cariño… -vaciló antes de seguir hablando mientras evaluaba mi reacción ante sus próximas palabras-. No eres la única persona que ha pasado por esto, ya sabes.

– Lo sé -la mueca que acompañó mi respuesta fue desganada e inexpresiva.

– Escucha, cielo. Creo que… que quizás necesites algún tipo de ayuda.

– ¿Ayuda?

Hizo una pausa para volver a elegir las palabras adecuadas.

– Cuando tu madre se fue -comenzó al tiempo que torcía el gesto- y te llevó con ella… Bueno, realmente fue una mala época para mí -respiró hondo.

– Lo sé, papá -musité.

– Sin embargo, me sobrepuse -señaló-. Cariño, tú no lo estás haciendo. He esperado pensando que mejorarías con el tiempo -me miró fijamente y luego bajó los ojos con rapidez-. Pero creo que los dos sabemos que esto no está yendo a mejor.

– Estoy bien.

Me ignoró.

– Quizás… Bueno, tal vez si hablaras del tema con alguien…, con un profesional…

– ¿Quieres que me vea un loquero? -mi voz se iba volviendo más aguda conforme veía hacia dónde quería ir.

– Podría ayudar.

– Y también podría no servir para nada.

No sabía mucho sobre psicoanálisis, pero estaba bastante segura de que no funcionaba a menos que el paciente fuera relativamente sincero, y estaba segura de que me iba a pasar el resto de la vida en una celda acolchada si contaba la verdad.

Examinó mi expresión obstinada y eligió otra línea de ataque.

– No está en mis manos, Bella. Quizás tu madre…

– Mira -le dije con voz inexpresiva-. Saldré esta noche si quieres. Llamaré a Jess o a Angela.

– Eso no es lo que yo quiero -protestó, frustrado-. No creo que pueda soportar ver cómo intentas esforzarte aún más. No he visto a nadie intentarlo tanto. Duele verlo.

Fingí no haberle entendido y clavé la vista en la mesa.

– No te entiendo, papá. Primero te enfadas porque no hago nada y luego me dices que no quieres que salga.

– Quiero que seas feliz. No, ni siquiera eso. Sólo quiero que no te sientas tan desgraciada, y creo que te resultará más fácil lejos de Forks.

Mis ojos llamearon con la primera pequeña chispa de sentimiento que él había contemplado en mucho tiempo.

– No pienso irme -dije.

– ¿Por qué no? -inquirió.

– Es mi último semestre en la escuela, lo fastidiaría todo.

– Eres una buena estudiante, lo resolverás de alguna manera.

– No quiero agobiar a mamá y a Phil.

– Tu madre se muere por tenerte de vuelta.

– En Florida hace demasiado calor.

Volvió a golpear la mesa con el puño.

– Los dos sabemos lo que está pasando aquí, Bella, y no es bueno para ti -tomó una gran bocanada de aire-. Han pasado meses. No ha habido llamadas ni cartas ni ningún tipo de contacto. No puedes seguir esperándole.

Le fulminé con la mirada. El arrebol estuvo a punto de llegar hasta mi rostro, pero sólo a punto. Había pasado mucho tiempo desde que había enrojecido a consecuencia de alguna emoción.

Ese asunto estaba terminantemente prohibido, como él sabía muy bien.

– No estoy esperando nada ni a nadie -musité con un tono monocorde.

– Bella… -comenzó Charlie con voz sorda.

– Tengo que ir al instituto -le atajé. Me incorporé, retiré mi desayuno intacto de la mesa y metí el bol en el fregadero sin detenerme a lavarlo. No podía soportar más aquella conversación.

– Haré planes con Jessica -dije sin volverme para evitar su mirada mientras me ponía el bolso en bandolera-. Quizás no vuelva para cenar. Me gustaría ir a Port Angeles a ver una película.

Salí por la puerta principal antes de que tuviera tiempo para reaccionar.

Impelida por la urgencia de huir de Charlie, acabé llegando al instituto la primera de todos. Eso tenía una parte buena, podía conseguir la mejor plaza de aparcamiento, y otra mala, disponía de tiempo libre en abundancia, y yo intentaba no tener tiempo libre a toda costa.

Rápidamente, antes de que pudiera empezar a pensar en las acusaciones de Charlie, saqué el libro de Cálculo. Lo hojeé hasta la parte que íbamos a empezar ese día e intenté comprender el sentido de lo que leía. Leer matemáticas es todavía peor que escucharlas en clase, pero había conseguido mejorar en esto. En los últimos meses, había necesitado dedicar a la asignatura diez veces más tiempo de lo que era habitual en mí. Como resultado, había conseguido mantenerme en el nivel de un sobresaliente raspado. Sabía que el señor Varner consideraba que mi mejoría se debía a sus superiores métodos de enseñanza. Si esto le hacía sentirse feliz, no iba a reventarle la burbuja.

Me esforcé al máximo hasta que se llenó el aparcamiento, y al final tuve que apresurarme con los deberes de Lengua y Literatura. Estábamos leyendo Rebelión en la granja. No me importaba analizar el tema del comunismo, era bastante fácil y un cambio bienvenido después de las agotadoras novelas románticas que habían formado parte del plan de estudios. Me acomodé en mi asiento, satisfecha por esta agradable novedad en las lecturas del señor Berty.

El tiempo pasó demasiado rápido hasta que llegó la hora de entrar en clase. El timbre sonó y empecé a recoger, una a una, las cosas en mi bolso.

– ¿Bella?

Reconocí la voz de Mike y adiviné sus palabras antes de que las pronunciara:

– ¿Trabajas mañana?

Levanté la mirada. Se había inclinado sobre el pasillo que separaba los pupitres con expresión ansiosa. Me preguntaba lo mismo todos los viernes sin tener en consideración que no había faltado ni un solo día. Bueno, con una excepción, hacía algunos meses, pero no tenía motivos para mostrarse tan preocupado. Era una empleada modelo.

– Mañana es sábado, ¿no? -repuse. Tal como Charlie me acababa de señalar, me di cuenta de que mi voz sonaba realmente apagada, sin vida.

– Sí, así es -asintió-. Te veré en Español.

Se despidió con la mano antes de darme la espalda. No volvería a molestarme otra vez acompañándome a clase.

Recorrí cansinamente y con gesto sombrío el camino que me llevaba al aula de Matemáticas. Ésa era la clase en la que me sentaba al lado de Jessica.

Habían pasado semanas, quizá meses, desde que Jess había dejado de saludarme cuando nos encontrábamos en el pasillo. Sabía que la había ofendido con mi comportamiento antisocial, y estaba enfurruñada conmigo. No iba a ser fácil hablar con ella ahora, sobre todo para pedirle que me hiciera un favor. Sopesé cuidadosamente mis opciones mientras holgazaneaba delante de la puerta, pensando en dejarlo para otro día.