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Sin embargo, no quería enfrentarme de nuevo con Charlie sin poder contarle que había emprendido algún tipo de contacto social. Sabía que no podría mentirle, aunque resultaba muy tentadora la posibilidad de conducir sola hasta Port Angeles, ida y vuelta, asegurándome de que el cuentakilómetros reflejara los kilómetros exactos por si lo comprobaba. Pero la madre de Jessica era la cotilla más grande del pueblo y teniendo en cuenta que Charlie iría al establecimiento de la señora Stanley antes o después, no podía arriesgarme a que mencionara el viaje en ese momento. La mentira era un lujo que no podía permitirme.

Suspiré antes de abrir la puerta de un empujón.

El señor Varner me miró con mala cara, ya que había empezado la clase. Me apresuré a sentarme en mi pupitre. Jessica no levantó la vista cuando me senté a su lado y yo estaba contenta de contar con al menos cincuenta y cinco minutos para prepararme mentalmente.

La clase se me pasó aún más deprisa que la de Lengua y Literatura. Buena parte de esa sensación se debió a que esa mañana había realizado en el coche una preparación modélica de la clase, aunque en su mayor parte tenía que ver con el hecho de que el tiempo siempre se me pasaba rapidísimo cuando me aguardaba algo desagradable.

Hice una mueca cuando el señor Varner finalizó la clase cinco minutos antes. Sonrió además como si tuviéramos que estar contentos por ello.

– ¿Jess? -se me arrugó la nariz de puro agobio mientras esperaba que se diera la vuelta hacia mí.

Ella se giró en su asiento para enfrentarse conmigo y me miró con incredulidad.

– ¿Me estás hablando a mí, Bella?

– Claro -abrí mucho los ojos intentando mostrar un aspecto inocente.

– ¿Qué pasa? ¿Necesitas ayuda con las mates? -el tono de su voz era bastante amargo.

– No -sacudí la cabeza-. En realidad, quería saber si te apetecería ir a ver una película conmigo esta noche… Ya sabes, una salida sólo de chicas -el discurso sonó acartonado, como si fueran unas líneas recitadas por una mala actriz, y ella me miró con suspicacia.

– ¿Por qué me lo pides? -me preguntó, todavía con desagrado.

– Eres la primera persona en la que siempre pienso cuando me apetece una salida de chicas -sonreí con la esperanza de parecer sincera. En realidad, tal vez fuera cierto. Al menos, ella era la primera persona en la que se me ocurría pensar cuando quería evitar a Charlie. Lo cual era algo parecido.

Pareció aplacarse un poco.

– Bueno, no sé.

– ¿Has hecho algún plan?

– No… Creo que podré ir contigo. ¿Qué quieres ver?

– No estoy segura de qué ponen -intenté evadir la cuestión porque ésa era la parte difícil. Me devané los sesos en busca de una pista, ¿había oído a alguien hablar hacía poco de alguna película? ¿Había visto algún cartel?-. ¿Qué tal esa de una mujer presidenta?

Me miró de una forma rara.

– Bella, hace siglos que quitaron esa película del cine.

– Vaya -fruncí el ceño-. ¿Hay algo que quieras ver?

La exuberancia natural de Jessica comenzó a mostrarse a pesar de sí misma, conforme pensaba en voz alta.

– Bueno, hay una nueva comedia romántica que está teniendo muy buenas críticas. Me apetece verla. Y mi padre acaba de ver Dead End y dice que le ha gustado de verdad.

Yo me aferré a ese título por parecer de lo más prometedor.

– ¿Y de que va ésa?

– De zombis o algo así. Dice que es la cosa que más miedo le ha dado desde hace años.

– Eso suena perfecto -prefería tratar con auténticos zombis antes que ver un filme romántico.

– De acuerdo -había un tono de sorpresa en su respuesta. Intenté recordar si me gustaban las películas de terror, pero no estaba segura-. ¿Quieres que te recoja después de la escuela? -me ofreció.

– De acuerdo.

Jessica me dedicó una sonrisa vacilante antes de irse. Se la devolví con cierto retraso, pero pensé que la había visto.

El resto del día transcurrió rápidamente y mis pensamientos se concentraron en planear la salida de esa noche. Sabía por experiencia que una vez que Jessica comenzara a hablar, yo podría evadirme con unas pocas respuestas murmuradas en los momentos oportunos. Sólo haría falta una mínima interacción. A veces, me confundía la espesa neblina que emborronaba mis días. Me sorprendía al encontrarme en mi habitación, sin recordar con claridad haber conducido desde la escuela a casa o incluso haber abierto la puerta de la calle. Pero eso no importaba. Lo más elemental que le pedía a la vida era precisamente perder la noción del tiempo.

No luché contra esa neblina mientras me volvía hacia el armario. El aturdimiento era más necesario en algunos sitios que en otros. Apenas me di cuenta de lo que miraba al abrir la puerta y dejar al descubierto la pila de basura del lado izquierdo del armario, debajo de unas ropas que nunca me ponía.

Mis ojos no se dirigieron hacia la bolsa negra de basura con los regalos de mi último cumpleaños ni vieron la forma del estéreo que se transparentaba en el plástico negro; tampoco pensé en la masa sanguinolenta en que se convirtieron mis uñas cuando terminé de sacarlo del salpicadero…

Tiré del viejo bolsito que usaba muy de vez en cuando hasta descolgarlo del gancho donde solía ponerlo y empujé la puerta hasta cerrarla.

En ese preciso momento oí unos bocinazos de claxon. En un santiamén pasé el billetero de la mochila del instituto al bolso. Tenía prisa, y deseé que eso hiciera que la noche pasara más rápido.

Me miré en el espejo del vestíbulo antes de abrir la puerta y compuse con cuidado la mejor cara posible. Esbocé una sonrisa e intenté conservarla a toda costa.

– Gracias por venir conmigo esta noche -le dije a Jess mientras me aupaba para entrar por la puerta del copiloto; procuré infundir el adecuado agradecimiento al tono de mi voz.

Había pasado mucho tiempo sin detenerme a pensar sobre lo que le podía decir a cualquiera que no fuera Charlie. Jess era más difícil. No estaba segura de cuáles serían las emociones apropiadas que tendría que fingir.

– Claro, pero ¿a qué viene esto? -se preguntó Jess mientras conducía calle abajo.

– ¿A qué viene qué?

– ¿Por qué has decidido tan repentinamente… que salgamos? -parecía haber cambiado la pregunta conforme la formulaba.

Me encogí de hombros.

– Simplemente necesitaba un cambio.

Entonces reconocí la canción de la radio y busqué el dial rápidamente.

– ¿Te importa? -pregunté.

– No, cámbiala.

Busqué las distintas emisoras hasta localizar una que fuera inofensiva. Espié la expresión de Jess a hurtadillas mientras la nueva música llenaba el coche.

Parpadeó.

– ¿Desde cuando te gusta el rap?

– No sé -contesté-. Algunas veces lo oigo.

– Pero… ¿te gusta de verdad? -preguntó dubitativa.

– Claro que sí.

Iba a ser demasiado difícil mantener una conversación normal con Jessica si además debía controlar la música. Asentí con la cabeza, deseando que estuviera llevando bien el ritmo.

– De acuerdo… -miró hacia fuera del parabrisas con los ojos como platos.

– ¿Qué tal te va con Mike ahora? -le pregunté con rapidez.

– Tú le ves más que yo.

No había empezado a cotorrear ante mi pregunta, tal y como yo esperaba, por lo que lo intenté de nuevo.

– Es difícil hablar de nada cuando estás trabajando -mascullé-. ¿Has salido con alguien últimamente?

– En realidad, no. Salgo algunas veces con Conner, y también salí con Eric hace dos semanas -puso los ojos en blanco y sospeché que detrás había una larga historia, así que aproveché la oportunidad.

– ¿Eric Yorkie? ¿Quién se lo pidió a quién?

Ella refunfuñó, más animada ya.

– Pues él, ¡claro! Y yo no encontré una manera amable de negarme.

– ¿Adonde te llevó? -le pregunté. Sabía que ella interpretaría mi entusiasmo como interés-. Cuéntamelo todo.