Выбрать главу

La voz en mi mente respondió con un exquisito rugido. Yo sonreí, y el hombre, confiado, lo tomó como un estímulo por mi parte.

– ¿Te puedo ayudar en algo? Parece que te has perdido -sonrió y me guiñó un ojo.

Puse un pie con cuidado sobre la alcantarilla, que corría en la oscuridad con agua que parecía negra.

– No, no me he perdido.

Ahora que estaba más cerca y mis ojos volvieron a enfocar con detenimiento, analicé el rostro del hombre bajo y moreno. No me resultó nada familiar. Sufrí una cierta desilusión porque no era aquel hombre terrible que había intentado hacerme daño hacía ya casi un año.

La voz de mi mente se había quedado callada.

El hombre bajo advirtió mi mirada.

– ¿Puedo invitarte a beber algo? -me ofreció, nervioso, un poco halagado porque hubiera sido a él a quien hubiera distinguido con mi atención.

– Soy demasiado joven -le contesté de inmediato.

Se quedó desconcertado, preguntándose por qué me había acercado a ellos. Sentí la necesidad de explicarme.

– Desde el otro lado de la calle, me había parecido que era usted alguien a quien conocía. Lo siento, me he equivocado.

La amenaza que me había impulsado a cruzar la calle se había evaporado. Éstos no eran aquellos hombres peligrosos que yo recordaba. Incluso posiblemente fueran buenos chicos. Estaba a salvo, así que perdí interés.

– Bueno -repuso el rubio, tan seguro de sí mismo-, quédate a pasar el rato con nosotros.

– Gracias, pero no puedo -Jessica estaba dudando en mitad de la calle, con los ojos dilatados por la ira y la situación en la que la había metido.

– Venga, sólo unos minutos.

Negué con la cabeza y me volví para reunirme con Jessica.

– Vámonos a comer -sugerí sin mirarla apenas. Aunque por el momento, pareciera haberme liberado de la abducción zombi, continuaba igual de distante. Mi mente seguía preocupada. El aturdimiento falto de vida donde me sentía segura no terminaba de volver y me encontraba más llena de ansiedad con cada minuto que se retrasaba su llegada.

– ¿En qué estabas pensando? -me reprochó Jessica-. ¡No los conocías, podían haber sido unos psicópatas!

Me encogí de hombros, deseando que ella dejara pasar el asunto.

– Es sólo que creí conocer a uno de los chicos.

– Estás muy rara, Bella Swan. Me da la impresión de no saber quién eres.

– Lo siento.

No sabía qué otra cosa responder a eso.

Anduvimos en silencio hasta el McDonald's. En mi fuero interno, aposté que Jess se arrepentía de no haber ido en el coche en vez de recorrer a pie aquel corto trecho desde el cine. Ahora era ella quien tenía unas ganas locas de que terminara aquella noche, tantas como había tenido yo en un principio.

Intenté iniciar una conversación varias veces durante la cena, pero Jessica no estaba por la labor. Debía de haberla ofendido de verdad.

Cuando regresamos al coche, conectó la radio en su emisora favorita y puso el volumen lo bastante alto como para impedir cualquier intento de conversación.

Ahora no tuve que luchar con la intensidad habitual para ignorar la música. Tenía demasiadas cosas en qué pensar -ya que, al fin, mi mente no estaba tan cuidadosamente vacía y aturdida- como para fijarme en las letras.

Esperé a ver si regresaban el aturdimiento o el dolor, sabedora de que este último volvería antes o después. Había roto mis propias reglas. Me había acercado a los recuerdos, había ido a su encuentro, en vez de rehuirlos. Había oído la voz de Edward con una total nitidez y, por tanto, estaba segura de que lo iba a pagar caro, en especial si no era capaz de que regresar a la neblina para protegerme. Me sentía demasiado viva, y eso me asustaba.

Pero la emoción más fuerte que en estos momentos recorría mi cuerpo era el alivio, un alivio que surgía de lo más profundo de mi ser.

A pesar de lo mucho que pugnaba por no pensar en él, sin embargo, tampoco intentaba olvidarle. De noche, a última hora, cuando el agotamiento por la falta de sueño derribaba mis defensas, me preocupaba el hecho de que todo pareciera estar desvaneciéndose, que mi mente fuera al final un colador incapaz de recordar el tono exacto del color de sus ojos, la sensación de su piel fría o la textura de su voz. No podía pensar en todo esto, pero debía recordarlo.

Bastaba con que creyera que él existía para que yo pudiera vivir. Podría soportar todo lo demás mientras supiera que existía Edward.

Ésa era la razón por la que me hallaba más atrapada en Forks de lo que lo había estado nunca con anterioridad, y ése era el motivo de que me opusiera a Charlie cuando sugería cualquier cambio. En realidad, no importaba, sabía que él nunca iba a regresar a este lugar.

Mas en caso de irme a Jacksonville o a cualquier otro sitio igual de soleado y poco familiar, ¿cómo podría estar segura de que él había sido real? Mi certeza flaquearía en un lugar donde no fuera capaz de concebirlo, y no iba a poder vivir con eso.

Era una forma muy dura de vivir: prohibiéndome recordar y aterrorizada por el olvido.

Me sorprendí cuando Jessica aparcó el coche enfrente de mi casa. El viaje no había sido muy largo, pero aun así, nunca hubiera pensado que Jessica fuera capaz de pasarlo entero sin hablar.

– Gracias por haber salido conmigo, Jess -dije mientras abría la puerta-. Ha sido… divertido -esperaba que la palabra «divertido» le pareciera apropiada.

– Seguro -masculló.

– Siento mucho lo de… después de la película.

– Da igual, Bella -clavó la vista en el parabrisas en vez de mirarme a mí. Parecía que su enfado iba en aumento en lugar de disminuir.

– ¿Nos vemos el lunes?

– Sí, claro. Adiós.

Entré y cerré la puerta a mi espalda. Ella se marchó sin mirarme siquiera.

La había olvidado del todo en cuanto estuve dentro de casa.

Charlie me esperaba plantado en el centro del vestíbulo, con los brazos cruzados con fuerza sobre el pecho y los puños apretados.

– Hola, papá -dije con la mente en otra cosa mientras pasaba por su lado de camino hacia las escaleras. Había estado pensando en Edward durante demasiado tiempo y quería estar en el piso de arriba cuando aquello se me cayese encima.

– ¿Dónde has estado? -me preguntó Charlie.

Miré a mi padre, sorprendida.

– Fui al cine con Jessica, a Port Angeles, tal como te dije esta mañana.

– Mmm -gruñó él.

– ¿No te parece bien?

Estudió mi rostro mientras abría los ojos, sorprendido de haber encontrado algo inesperado.

– Vale, de acuerdo. ¿Te lo pasaste bien?

– Sí, claro -contesté-. Estuvimos viendo a unos zombis comerse a la gente. Estuvo muy bien.

Entrecerró los ojos.

– Buenas noches, papá.

Me dejó pasar y yo me apresuré hacia mi habitación.

Poco después me tumbé en la cama, resignada a que el dolor finalmente hiciera acto de presencia.

Resultó algo atroz. Tenía la sensación de que me habían practicado una gran abertura en el pecho a través de la cual me habían extirpado los principales órganos vitales y me habían dejado allí, rajada, con los profundos cortes sin curar y sangrando y palpitando a pesar del tiempo transcurrido. Racionalmente, sabía que mis pulmones tenían que estar intactos, ya que jadeaba en busca de aire y la cabeza me daba vueltas como si todos esos esfuerzos no sirvieran para nada. Mi corazón también debía seguir latiendo, aunque no podía oír el sonido de mi pulso en los oídos e imaginaba mis manos azules del frío que sentía. Me acurrucaba y me abrazaba las costillas para sujetármelas. Luché por recuperar el aturdimiento, la negación, pero me eludía.

Y sin embargo, me di cuenta de que iba a sobrevivir. Estaba alerta, sentía el sufrimiento, aquel vacío doloroso que irradiaba de mi pecho y enviaba incontrolables flujos de angustia hacia la cabeza y las extremidades. Pero podía soportarlo. Podría vivir con él. No me parecía que el dolor se hubiera debilitado con el transcurso del tiempo, sino que, por el contrario, más bien era yo quien me había fortalecido lo suficiente para soportarlo.