Pero yo iba a ver qué podía hacer para cambiar eso.
– Jacob, ¿sabes algo de motos? -le pregunté.
Se encogió de hombros.
– Algo. Mi amigo Embry tiene una porquería de moto; a veces trabajamos juntos en ella. ¿Por qué?
– Bien… -fruncí los labios mientras lo consideraba. No estaba segura de que mantuviera el pico cerrado, pero lo cierto es que tampoco tenía muchas otras opciones-. Hace poco adquirí un par de motos, y no están en muy buenas condiciones. Me preguntaba si serías capaz de ponerlas en marcha.
– Guay -pareció sentirse realmente halagado por el reto. Su rostro resplandecía-. Les echaré una ojeada.
Levanté un dedo, avisándole.
– La cosa es -le expliqué- que a Charlie no le gustan las motos. Francamente, le dará un ataque si se entera de esto. Así que no se lo puedes decir a Billy.
– De acuerdo, vale -sonrió Jacob-. Me hago cargo.
– Te pagaré -continué.
Eso le ofendió.
– No. Quiero ayudarte. No admitiré que me pagues.
– Bien… ¿y qué tal si hacemos un trato? -iba improvisando sobre la marcha, aunque me parecía razonable-. Yo solamente necesito una moto, y también me hará falta recibir lecciones. ¿Qué podemos hacer al respecto? Podría darte la otra moto a cambio de que me enseñes.
– Ge-nial -dividió la palabra en dos sílabas.
– Espera un minuto, ¿tienes ya la edad legal? ¿Cuándo es tu cumpleaños?
– Te lo perdiste -se burló él, estrechando sus ojos con un cierto resentimiento burlón-. Tengo ya dieciséis.
– No es que la edad te lo haya impedido antes -murmuré-. Siento lo de tu cumpleaños.
– No te preocupes por eso. También yo olvidé el tuyo. ¿Cuántos has cumplido, cuarenta?
Resoplé con desdén.
– Cerca.
– Podríamos hacer una fiesta compartida para celebrarlo.
– Suena como una cita.
Sus ojos chispearon ante la palabra.
Necesitaba controlar mi entusiasmo a fin de no infundirle una idea equivocada, pero lo cierto es que me resultaba difícil ya que hacía mucho tiempo que no me sentía tan ligera y optimista.
– Quizás cuando terminemos las motos, que serán una especie de autorregalo -añadí.
– Trato hecho. ¿Cuándo me las traerás?
Me mordí el labio, avergonzada.
– Las tengo en mi coche -admití.
– Genial -parecía decirlo sinceramente.
– ¿Las verá Billy si las traemos aquí?
Me guiñó el ojo.
– Seremos astutos.
Nos acercamos desde el este y caminamos pegados a los árboles cuando nos quedamos a la vista de la casa, simulando un paso casual, como de ir de paseo, sólo por si acaso. Jacob descargó las motos con rapidez desde la plataforma trasera del coche y las llevó una por una a la maleza, donde nos escondimos.
Le resultó muy fácil, y yo pensé que las motos pesaban mucho más de lo que parecía, viéndole actuar.
– No están tan mal -dictaminó Jacob mientras las empujaba hasta ponerlas a cubierto bajo los árboles-. Esta de aquí tal vez llegue a valer algo cuando acabe con ella. Es una Harley Sprint.
– Ésa entonces para ti.
– ¿Estás segura?
– Totalmente.
– Esta otra, sin embargo, va a costar algo de pasta -sentenció mientras torcía el gesto al examinar el metal oxidado y ennegrecido-. Tendremos que ahorrar para comprar algunos componentes primero.
– Nosotros, no -disentí-. Compraré todo lo necesario si tú haces esto sin cobrar.
– No lo sé… -murmuró.
– Tengo algún dinero ahorrado. Ya sabes, mi fondo para la universidad.
A la porra la universidad, dije para mis adentros. No había ahorrado lo bastante para ir a un lugar realmente bueno, y además, de todos modos, no tenía intención de marcharme de Forks. ¿Qué diferencia habría si lo descargaba un poco?
Jacob se limitó a asentir. Aquello le parecía perfectamente coherente.
Me regodeé en mi suerte mientras avanzábamos disimuladamente hacia el garaje prefabricado. Sólo un adolescente hubiera estado de acuerdo en engañar a nuestros respectivos padres para reparar unos vehículos peligrosos con el dinero destinado para mi educación universitaria. Él no había encontrado nada malo en esto. Jacob era un regalo de los dioses.
Amigos
No fue necesario esconder las motos, simplemente bastó con colocarlas en el cobertizo de Jacob. La silla de ruedas de Billy no tenía posibilidades de maniobrar por el terreno desigual que se extendía hasta la casa.
Jacob comenzó de inmediato a desmontar en piezas la moto roja, la que sería mía. Abrió la puerta del copiloto del Golf de modo que pudiera acomodarme en el asiento en vez de tener que hacerlo en el suelo. Mientras trabajaba, Jacob parloteó felizmente sin que yo tuviera que esforzarme mucho para mantener viva la conversación. Me puso al corriente sobre cómo le iban las cosas en su segundo año de instituto, y me contó todo sobre sus clases y sus dos mejores amigos.
– ¿Quil y Embry? -le interrumpí-. Son nombres bastantes raros.
Jacob rió entre dientes.
– Quil es el nombre de una prenda usada y creo que Embry consiguió su nombre de una estrella de un culebrón. Pero no se les puede decir nada. Se lo toman mal si mencionas el tema, ¡y se te echan encima después!
– Buenos amigos, entonces -enarqué una ceja.
– No, sí que lo son. Sólo que no te metas con sus nombres.
En ese momento, se escuchó una llamada en la distancia.
– ¿Jacob? -gritó una voz.
– ¿Ése es Billy? -pregunté.
– No -Jacob dejó caer la cabeza y pareció sonrojarse bajo su piel morena-. Mienta al diablo -masculló-, y el diablo aparecerá.
– ¿Jake? ¿Estás ahí?
La voz se oyó más cerca.
– ¡Sí! -Jacob devolvió el grito y luego suspiró.
Esperamos durante un breve lapso de tiempo hasta que dos chicos altos de piel oscura dieron la vuelta a la esquina y llegaron al cobertizo.
Uno era enjuto y casi tan alto como Jacob. El pelo negro le llegaba hasta la barbilla y tenía la raya en medio. Un mechón le caía suelto a un lado de la cara y el otro lo llevaba remetido detrás de la oreja. El más bajo también era más corpulento. Su camiseta blanca se ceñía a su pecho bien desarrollado y desde luego se le notaba lo feliz que eso le hacía. Llevaba el pelo corto, a la moda.
Ambos se detuvieron de golpe en cuanto me vieron. El chico delgado deslizó la mirada rápidamente de Jacob a mí, y el más musculoso no dejó de observarme mientras una sonrisa se extendía lentamente por su rostro.
– Hola, chicos -Jacob los saludó con pocas ganas.
– Hola, Jake -contestó el más bajo, sin apartar la vista de mí. Tuve que corresponderle con otra sonrisa, a pesar de su mueca picara. Cuando lo hice, me guiñó el ojo-. Hola a todos.
– Quil, Embry, os presento a mi amiga, Bella.
Todavía no sabía quién era quién, pero Quil y Embry intercambiaron una mirada intencionada entre los dos.
– La hija de Charlie, ¿no? -me preguntó el chico musculoso al tiempo que me tendía la mano.
– Cierto -le confirmé, al estrechársela. Su apretón era firme, parecía que estaba flexionando sus bíceps.
– Yo soy Quil Ateara -me anunció presuntuosamente, antes de soltarme la mano.
– Encantada de conocerte, Quil.
– Hola, Bella. Soy Embry, Embry Call, aunque imagino que ya lo suponías -Embry sonrió con timidez y me saludó con una mano, que introdujo rápidamente en el bolsillo de los vaqueros.
Yo asentí.
– Encantada de conocerte, también.
– Y bien, ¿qué estáis haciendo, chicos? -preguntó Quil, sin dejar de mirarme.
– Bella y yo vamos a reparar estas motos -la explicación de Jacob era poco exacta, pero motos parecía ser una palabra mágica. Ambos se acercaron para examinar el trabajo de Jacob, asaeteándole con multitud de preguntas. La mayor parte de las palabras que usaron eran incomprensibles para mí, y supuse que había que tener el cromosoma Y para entender realmente todo aquel entusiasmo.