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Estaban todavía inmersos en aquella charla sobre componentes y piezas cuando decidí que necesitaba regresar a casa antes de que Charlie apareciera por allí. Con un suspiro, me deslicé fuera del Golf.

Jacob me lanzó una mirada de disculpa.

– Te estamos aburriendo, ¿no?

– Qué va -no era una mentira. Estaba disfrutando-. Lo que pasa es que tengo que hacerle la cena a Charlie.

– Oh… Bien, terminaré de desmontar las piezas esta noche y averiguaré qué más necesito para poder reconstruirlas. ¿Cuándo quieres que volvamos a trabajar en ellas de nuevo?

– ¿Puedo volver mañana? -los domingos eran la pesadilla de mi existencia. Nunca había trabajo suficiente para mantenerme ocupada.

Quil le dio un codazo a Embry e intercambiaron muecas.

Jacob sonrió encantado.

– ¡Eso es genial!

– Podemos ir a comprar los componentes si haces una lista -sugerí.

El rostro de Jacob mostró una ligera decepción.

– Todavía no estoy seguro de que te vaya a dejar pagarlo todo.

Sacudí la cabeza.

– Nada de nada. Yo pondré los fondos para esto. Tú sólo tienes que aportar el trabajo y la maña.

Embry puso los ojos en blanco dirigiéndose a Quil.

– No me parece bien -Jacob sacudió la cabeza.

– Jake, si las llevo a un mecánico, ¿cuánto me costaría? -le señalé.

Él sonrió.

– Vale.

– Y eso sin mencionar las lecciones para aprender a montar -añadí.

Quil sonrió ampliamente a Embry y le susurró algo que no capté. La mano de Jacob salió disparada y golpeó la nuca de Quil.

– Ya está bien, largaos -masculló.

– No, de verdad, tengo que irme -protesté, dirigiéndome hacia la puerta-. Te veré mañana, Jacob.

Tan pronto como estuve fuera de su vista, escuché aullar a Quil y Embry, a coro:

– ¡Uauuuuu…!

A lo que siguió el sonido de una buena refriega, salpicada con unos cuantos quejidos y gritos de dolor.

– Como a alguno de vosotros se le ocurra poner el pie por estos lares mañana… -escuché cómo les amenazaba Jacob.

Su voz se fue perdiendo conforme me alejaba entre los árboles.

Reí bajito y en silencio. Oírme a mí misma hizo que se me dilataran las pupilas, maravillada. Estaba riéndome, riéndome de verdad y allí no había nadie mirándome. Me sentía ligera, sin peso, tanto que volví a reírme, y esto hizo que la sensación durara un poco más.

Conseguí llegar a casa antes que Charlie. Cuando él entró, estaba sacando el pollo frito de la sartén y apilándolo sobre unas servilletas de papel.

– Hola, papá -le devolví una sonrisa rápida.

Antes de que pudiera recomponer su expresión, pude percibir la sorpresa que revoloteó por su rostro.

– Hola, cielo -dijo, con la voz insegura-. ¿Te lo pasaste bien con Jacob?

Empecé a llevar la comida a la mesa.

– Sí, claro.

– Bueno, eso está bien -todavía parecía cauteloso-. ¿Qué hicisteis?

Ahora era el momento de mostrarme prudente.

– Estuve allí, por el garaje, y le acompañé mientras trabajaba. ¿Sabes que está remodelando un Volkswagen?

– Ah, sí, creo que Billy mencionó algo.

Charlie tuvo que interrumpir el interrogatorio cuando empezó a masticar, pero no dejó de estudiar mi rostro durante la cena.

Cuando terminamos, anduve dando vueltas por allí, limpiando la cocina hasta dos veces y después hice los deberes despacito en la habitación de la entrada, mientras él veía un partido de hockey. Esperé tanto como pude, pero al final Charlie me recordó lo tarde que era. Como no le respondí, se levantó, se estiró y después se marchó, apagando la luz al salir. Le seguí sin muchas ganas.

Mientras subía las escaleras, esa sensación anormal de bienestar que había experimentado desde el final de la tarde se fue escurriendo de mi cuerpo, al tiempo que me iba invadiendo un miedo sordo ante lo que me tocaba pasar a partir de ahora.

Ya no me sentía aturdida. Esa noche volvería a ser, sin duda, tan terrorífica como la anterior. Me tumbé en la cama y me acurruqué en una bola, preparándome para el ataque. Apreté los ojos, bien cerrados y… la siguiente cosa que recuerdo es que ya era por la mañana.

Miré, sin podérmelo creer, la pálida luz plateada que se derramaba a través de mi ventana.

Había dormido sin soñar ni gritar por primera vez en más de cuatro meses. No podía decir qué emoción era más fuerte, si el alivio o el estupor.

Me quedé quieta en la cama unos minutos, esperando a que todo regresara de nuevo. Porque, sin duda, tenía que ocurrir algo. Si no el dolor, al menos el aturdimiento. Esperé, pero no pasó nada, y entonces me sentí más relajada de lo que me había sentido en mucho tiempo.

No confiaba en que aquello durara mucho. Me balanceaba en un equilibrio precario, resbaladizo, y no tardaría mucho en caerme. Sólo el hecho de estar mirando mi habitación con esos ojos súbitamente despejados, notando lo extraña que parecía, tan ordenada, como si nadie viviera allí, ya era peligroso de por sí.

Deseché aquel pensamiento y me concentré, mientras me vestía, en el hecho de que ese día vería a Jacob otra vez. La idea me hizo sentirme casi… esperanzada. Quizás todo sería como el día anterior. Quizás no tendría que volver a recordarme a mí misma cómo parecer interesada en las cosas o cómo asentir y sonreír en los momentos adecuados, del mismo modo que había estado haciendo durante todo este tiempo. Quizás… Aunque, de todos modos, no confiaba en que esto durara mucho. Tampoco podía confiar en que las cosas se desarrollaran como el día anterior, que fuera tan fácil. No me iba a permitir una decepción así.

Durante el desayuno, Charlie siguió mostrándose cauteloso e intentó ocultar el examen al que me sometía. Mantenía la vista fija en sus huevos revueltos mientras creía que no le miraba.

– ¿Qué tienes previsto para hoy? -me preguntó, observando con insistencia un hilo suelto del borde de su manga e intentando simular que no prestaba atención a mi respuesta.

– Creo que saldré a dar una vuelta con Jacob otra vez.

Asintió sin levantar la mirada.

– Ah -comentó.

– ¿Te importa? -fingí preocuparme-. Podría quedarme…

Alzó la mirada rápidamente, con una chispa de pánico en los ojos.

– No, no. Sigue con tus planes. De todas formas Harry se vendrá a ver conmigo el partido.

– Quizás Harry podría traerse a Billy -sugerí. Cuantos menos testigos, mejor.

– Es una gran idea.

No estaba segura de si el partido era la excusa para empujarme a salir, pero desde luego se le veía bastante entusiasmado. Se encaminó hacia el teléfono mientras yo recogía mi impermeable. Era perfectamente consciente del peso del talonario de cheques en el bolsillo de mi chaqueta. Jamás lo había usado hasta ahora.

Fuera, el agua caía como si se derramara de un cubo. Tuve que conducir a menos velocidad de la deseada -apenas veía lo que tenía delante de mí-, pero finalmente conseguí salir de las calles cenagosas en dirección a casa de Jacob. La puerta principal se abrió antes de que apagara el motor y él salió corriendo bajo un enorme paraguas negro.

Se asomó por encima de mi puerta cuando la abrí.

– Ha llamado Charlie diciendo que estabas en camino -explicó con una sonrisa.

Sin tener que hacer ningún esfuerzo y sin ninguna orden consciente, los músculos que rodeaban mis labios se contrajeron y respondieron a su sonrisa con otra que se extendió por mi rostro. Un extraño sentimiento de calidez me inundó la garganta, a pesar de la lluvia helada que se estrellaba contra mis mejillas.

– Hola, Jacob.

– Buena idea, hacer que invitaran a Billy.