Era consciente de que parte de mi motivación para hacer esto era la pesadilla; ahora que estaba realmente despierta, la vaciedad del sueño me carcomía los nervios, como si fuera un perro jugueteando con un hueso. Había algo que tenía que buscar. Algo imposible e inalcanzable, atemorizador y enajenador, pero estaba allí fuera, en alguna parte. Debía creer que era así.
Por otro lado, estaba esa extraña sensación de repetición que había sentido hoy en el colegio, la coincidencia de fechas. El sentimiento de que estaba empezando de nuevo, de que todo transcurría como si realmente fuera mi primer día en el instituto y yo fuera la persona más rara que había aquella tarde en la cafetería.
Las palabras se precipitaban por mi mente, monótonas, como si las estuviera leyendo y no como si se las estuviera oyendo decir:
Será como si nunca hubiese existido.
Me mentía cuando dividía en dos partes mi argumentación para venir aquí. No quería admitir la motivación más fuerte porque sonaba a perturbación mental.
La verdad es que quería volver a oírle, como le había oído en el extraño delirio del viernes por la noche. Durante aquellos escasos momentos, cuando su voz llegó desde alguna parte de mi inconsciente, cuando sonó perfecta, tan dulce como la miel, mucho mejor que en ese pálido eco que mi memoria era capaz de evocar, pude recordarle sin dolor. Pero no había durado; la pena me había superado, como yo sabía que ocurriría con certeza, y como demostraba esta misión de locos. Sin embargo, los preciosos instantes en los que pudiera volver a oírle eran un señuelo irresistible. Tenía que encontrar el modo de poder repetir la experiencia… o quizás sería más preciso decir «el episodio».
Tenía la esperanza de que esa sensación de déjà vu fuera la clave. Por eso iba a su casa, un lugar donde no había estado desde el día fatídico de mi fiesta de cumpleaños, hacía ya tantos meses.
La densa maleza, casi como una jungla, se deslizaba lentamente por las ventanillas del coche. El camino seguía adelante. Comencé a ir más deprisa, ya que me estaba poniendo nerviosa. ¿Cuánto tiempo llevaba conduciendo? ¿No debería haber llegado ya a la casa? El sendero estaba tan invadido por la espesura que no me parecía familiar.
¿Qué pasaría si no lograba encontrarlo? Me eché a temblar. ¿Y qué ocurriría si no quedaba ninguna prueba tangible en absoluto…?
Entonces apareció el hueco entre los árboles que yo estaba buscando, sólo que no se percibía con tanta facilidad como antes. La vegetación en Forks no tardaba mucho en reclamar cualquier terreno que se quedara baldío. Los altos helechos habían invadido el prado que rodeaba la casa, apretándose en torno a los troncos de los cedros, llegando incluso al amplio porche. Era como si el césped hubiera sido inundado, hasta la altura de la cintura, por verdes olas como plumas.
La casa estaba allí, pero no era la misma. Aunque no creía que nada hubiera cambiado en el exterior, el vacío gritaba desde las ventanas cerradas. Resultaba espeluznante. Por primera vez desde que había visto aquella hermosa casa, me pareció que era una guarida apropiada para vampiros.
Frené en seco mientras miraba alrededor. Tuve miedo de continuar.
Pero no ocurrió nada. No se oía ninguna voz en mi cabeza…
… de modo que dejé el motor en marcha y salté al mar de helechos. Quizás, si avanzaba hacia la casa, como había ocurrido el viernes por la noche…
Me acerqué lentamente hacia la fachada vacía y desnuda mientras sentía el reconfortante rugido del motor de mi coche a mi espalda. Me paré al llegar a las escaleras del porche, porque allí no había nada. Ni el más ligero testimonio de su presencia… de la presencia de él. La casa estaba allá, como un cuerpo sólido, pero eso no significaba nada. Su realidad concreta no llenaría el vacío de mis pesadillas.
Me quedé allí, a unos pasos de la casa. No quería mirar por las ventanas. No estaba segura de qué sería más duro de ver. Si las habitaciones estuvieran vacías, sonando a eco desde el suelo hasta el techo, seguramente me resultaría doloroso. Como ocurrió en el funeral de la abuelita, cuando mi madre insistió en que no entrara a verla y permaneciera fuera. Me dijo que no necesitaba verla en ese estado, que sería mejor recordarla viva y no de esa manera.
Pero ¿no sería aún peor que no hubiera ningún cambio? ¿Que los sofás se encontraran colocados exactamente igual que la última vez, las pinturas en su sitio, y lo más horrible, el piano encima de la pequeña tarima? Eso sería casi tan malo como que la casa entera desapareciera de un golpe. La demostración clara de que no había ninguna posesión física que los atara de ningún modo. Que todo quedaba, intacto y olvidado, tras su paso.
Al igual que yo.
Le volví la espalda a ese enorme vacío y me apresuré hacia mi coche. Iba casi corriendo. Ansiaba alejarme, volver al mundo humano. Me sentía horriblemente vacía y quería ver a Jacob. Quizás estaba desarrollando una nueva clase de enfermedad, otro tipo de adicción, como lo había sido el aturdimiento antes, pero eso no me preocupaba. Conduje el coche lo más rápidamente que pude hasta salir disparada en dirección a mi dosis.
Jacob estaba esperándome. Se me empezó a relajar el pecho conforme lo vi, facilitándome la respiración.
– ¡Hola, Bella! -me llamó.
Sonreí aliviada.
– Hola, Jacob -saludé con la mano a Billy, que estaba mirando por la ventana.
– Vamos a ponernos a trabajar -dijo Jacob con una voz baja pero entusiasta.
Yo pude reír sin saber cómo.
– Pero ¿de verdad no estás harto de mí ya? -le pregunté. Seguramente estaría empezando a preguntarse cuán desesperada tenía que estar yo por conseguir compañía.
Jacob encabezó el camino alrededor de la casa en dirección a su garaje.
– Qué va. Todavía no.
– Por favor, hazme saber cuándo empiezo a ponerte de los nervios. No quiero ser una pesada.
– Vale -se rió, y sonó como un gorgoteo-. Aunque, bueno, yo de ti no me preocuparía por eso.
Cuando llegamos al garaje, me quedé de una pieza al encontrarme la motocicleta roja en pie, con aspecto de moto real, más que de una pila de hierros retorcidos.
– Jake, eres sorprendente -jadeé.
Rompió a reír de nuevo.
– Me obsesiono cuando tengo cualquier proyecto entre manos -se encogió de hombros-. Aunque lo habría alargado un poco más si tuviera algo de cerebro.
– ¿Por qué?
Miró hacia el suelo, parándose tanto rato que me pregunté si habría escuchado mi pregunta. Finalmente, inquirió:
– Bella, ¿que habrías hecho si te hubiera dicho que no podía arreglar las motos?
Yo tampoco respondí con rapidez, y él levantó la mirada para comprobar mi expresión.
– Te hubiera respondido que… tampoco era para tanto, que seguro que seríamos capaces de encontrar a alguien que pudiera hacerlo. Y si realmente nos hubiéramos sentido desesperados, incluso podríamos haber hecho alguna de las tareas del colegio.
Jacob sonrió y sus hombros se relajaron. Se sentó al lado de la moto y tomó una llave inglesa.
– Entonces, ¿me estás diciendo que seguirás viniendo cuando haya terminado?
– ¿A eso es a lo que te referías? -sacudí la cabeza-. Y yo que suponía que me estaba aprovechando de tus poco reconocidas habilidades mecánicas. Estaré aquí tanto tiempo como me dejes seguir viniendo.
– ¿Esperando a encontrarte con Quil de nuevo? -bromeó Jacob.
– Me has pillado.
Se rió entre dientes.
– ¿De verdad que te gusta pasar el tiempo conmigo? -me preguntó, maravillado.
– Mucho. Muchísimo. Y te lo demostraré. Mañana tengo trabajo, pero el miércoles haremos algo que no tenga que ver con la mecánica.