– Estoy bien -murmuré aturdida.
Mejor que bien, en realidad. Había regresado la voz a mi cabeza. Todavía sonaba en mis oídos, con ecos suaves, aterciopelados.
Mi mente analizó con rapidez todas las posibilidades. Aquí no había nada que pudiera resultarme familiar: era una carretera en la que nunca había estado, haciendo algo que jamás había hecho, así que no podía tratarse de ningún déjà vu. Esto me hizo suponer que las alucinaciones eran provocadas por algo más… Sentí la adrenalina fluir por mis venas y pensé que aquí estaba la respuesta. Debía de ser alguna combinación de adrenalina y peligro, o quizás de simple estupidez…
Jacob me estaba poniendo en pie.
– ¿Te has dado un golpe en la cabeza? -me preguntó.
– No lo creo -la moví arriba y abajo para comprobarlo-. ¿No habré estropeado la moto, verdad?
Este pensamiento me preocupaba. Estaba ansiosa por probarlo de nuevo, enseguida. El comportamiento temerario me estaba yendo mejor de lo que había pensado. Tenía que dejar de pensar en engaños. Quizás había encontrado la forma de provocar las alucinaciones, y esto sin duda era mucho más importante.
– No, sólo has calado el motor -dijo Jacob, interrumpiendo mis diligentes especulaciones-. Soltaste el embrague demasiado deprisa.
Asentí.
– Probaré de nuevo.
– ¿Estás segura? -inquirió Jacob.
– Afirmativo.
Esta vez intenté arrancarla yo. Era complicado; tenía que saltar un poco para dar el golpe seco sobre el pedal con fuerza suficiente, y cada vez que lo hacía, la moto intentaba tirarme. La fuerte mano de Jacob flotaba sobre los manillares, preparada para agarrarme si lo necesitaba.
Fueron necesarios unos cuantos buenos intentos y bastantes más de los malos antes de que el motor arrancara y comenzara a rugir entre mis muslos. Me acordé de sujetarlo como si fuera una granada y aceleré con la palanca de forma vacilante. Respondió con un gruñido al toque más ligero. Mi sonrisa se correspondía ahora con la de Jacob.
– Suelta despacio el embrague -me recordó.
¿Entonces, eso es lo que quieres, matarte? ¿Es eso de lo que va todo esto?, intervino de nuevo la otra voz, con severidad.
Sonreí con los labios apretados -todavía funcionaba- e ignoré las preguntas. Jacob no iba a dejar que me pasara nada malo.
Vete a casa con Charlie, ordenó la voz. Su pura belleza me asombró. No podía permitir que este recuerdo se perdiera, no importaba al precio que fuera.
– Suéltalo lentamente -me animó Jacob.
– Lo haré -contesté. Me molestó un poco la idea de que pareciera que les contestaba a los dos a la vez.
La voz de mi mente gruñó por encima del rugido de la moto.
Intenté concentrarme esta vez, para que la voz no volviera a sorprenderme y relajé la mano muy poco a poco. De pronto, la marcha entró y me arrastró hacia delante.
Y de repente, volaba.
Apareció un viento que no había soplado hasta ese momento, azotó mi piel y la aplastó contra el hueso del cráneo con tal fuerza que parecía que alguien tiraba de ella. Me había dejado el estómago en el punto de partida; la adrenalina fluía por mi cuerpo, haciéndome cosquillas en las venas. Los árboles parecían correr a mi lado, difuminándose en una pared verde.
Y eso que iba sólo en primera. Mi pie volvió a empujar la palanca de cambios, mientras giraba el manillar para dar más gas.
¡No, Bella!, la voz dulce como la miel tronó enfadada en mi oído. ¡Mira por dónde vas!
Esto me distrajo lo suficiente de la velocidad como para darme cuenta de que la carretera cambiaba lentamente en una curva hacia la izquierda y yo aún no había empezado la maniobra de giro. Jacob no me había explicado cómo hacerlo.
– Frenos, frenos -murmuré para mis adentros, y de forma instintiva hundí el pie derecho, de la misma manera que lo hacía en el coche.
La moto volvió a dar sacudidas a un lado y a otro respectivamente. Me conducía hacia aquel muro verde a toda pastilla. Intenté voltear el manillar en otra dirección y el cambio repentino de mi peso empujó la moto contra el suelo, todavía girando hacia los árboles.
La moto me cayó encima otra vez -el motor siguió rugiendo con fuerza- y me arrastró por la arena mojada hasta impactar contra algo fijo. No podía ver nada. Tenía la cara enterrada en el musgo. Intenté levantar la cabeza, pero algo me lo impedía.
Me sentía mareada y confusa. Parecía como si hubiera tres cosas rugiendo a la vez: la moto que tenía encima, la voz que sonaba dentro de mi cabeza y algo más…
– ¡Bella! -gritaba Jacob. Escuché cómo se extinguía el rugido de la otra moto.
Mi motocicleta dejó de aplastarme y me revolví en el suelo, intentando recuperar la respiración. Todos los rugidos cesaron.
– Guau -murmuré. Estaba eufórica. Al fin había encontrado la suma idónea para provocar las alucinaciones: adrenalina más peligro más estupidez. O algo parecido.
– ¡Bella! -Jacob se había inclinado sobre mí con ansiedad-. Bella, ¿estás viva?
– ¡Estoy genial! -grité con entusiasmo. Flexioné los brazos y las piernas y todo parecía funcionar correctamente-. ¡Vamos a hacerlo otra vez!
– No creo que sea una buena idea -la voz de Jacob todavía sonaba preocupada-. Será mejor que te lleve primero al hospital.
– Estoy bien.
– ¿Ah, sí, Bella? Tienes un corte bien grande en la frente y estás poniendo todo perdido de sangre -me informó.
Me llevé la mano a la cabeza, mojada y pegajosa, de eso no cabía duda. No podía oler nada, salvo el musgo húmedo adherido a mi rostro, y eso me había evitado las náuseas.
– Oh, lo siento tanto, Jacob -me apreté fuerte la herida, como si de esa manera pudiera empujar de nuevo la sangre a mi cabeza.
– ¿Por qué te disculpas por sangrar? -preguntó él, mientras me sujetaba la cintura con su largo brazo y me alzaba hasta ponerme de pie-. Vámonos. Conduzco yo -alzó la mano para tomar las llaves.
– ¿Y qué hacemos con las motos? -le pregunté mientras se las daba.
Pensó durante un segundo.
– Espera aquí. Y toma esto -se quitó la camiseta, que ya se había manchado de sangre, y me la arrojó. Hice un lío con ella y me la apreté con fuerza contra la frente. Ya empezaba a sentir el olor de la sangre; inspiré profundamente a través de la boca e intenté pensar en otra cosa.
Jacob saltó sobre la moto negra, la arrancó al primer intento y corrió de nuevo hacia la carretera, dejando a sus espaldas una estela de arena y piedras. Tenía un aspecto atlético y profesional cuando se inclinó sobre el manillar, con la cabeza baja, el rostro hacia delante y el cabello brillante golpeando sobre la piel cobriza de su espalda. Se me entrecerraron los ojos de la envidia. Estaba segura de que yo no mostraba el mismo aspecto subida en la moto.
Me sorprendió lo lejos que había ido. Apenas podía distinguir a Jacob en la distancia cuando finalmente llegó al coche. Dejó la moto en la parte de atrás y saltó al asiento del conductor.
No me sentí mal en absoluto mientras él hacía que el motor de mi coche rugiera de forma ensordecedora en su prisa por volver a donde yo me encontraba. Me dolía un poco la cabeza y tenía el estómago algo revuelto, pero el corte no parecía serio. Las heridas de la cabeza son las que más sangran. Tanta urgencia me pareció innecesaria.
Jacob dejó el coche en marcha mientras corría hacia mi lado, volviendo a poner su brazo en torno a mi cintura.
– Venga, vamos a subirte al coche.
– Estoy bien, de verdad -le aseguré mientras me ayudaba a incorporarme-. No te pongas como loco, que sólo es un poco de sangre.
– Más bien es un montón de sangre -le escuché murmurar mientras volvía a buscar mi moto.
– Bueno, ahora vamos a pensar esto un poco -comencé cuando volvió-. Si me llevas tal como estoy a urgencias, seguro que Charlie se va a enterar -miré hacia mis pantalones, manchados de arena y polvo.