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– Guay.

Pareció recuperar su nivel de entusiasmo del principio al cabo de un momento y propuso:

– ¿Qué te parece si invitamos a Angela y a Ben? ¿O a Eric y Katie?

Al parecer, se proponía convertir aquello en una especie de doble cita.

– ¿Y qué tal si vienen todos? -sugerí-, y Jessica también, por supuesto. Y Tyler, y Conner, y tal vez Lauren -añadí a regañadientes. Le había prometido variedad a Quil.

– Vale -musitó Mike con frustración.

– Además -proseguí-, cuento con un par de amigos de La Push a los que voy a invitar, por lo que parece que vamos a necesitar tu Suburban si acude todo el mundo.

Mike entrecerró los ojos con recelo.

– ¿Son ésos los amigos con los que ahora te pasas todo el tiempo estudiando?

– Sí, los mismos -respondí con desenfado-, aunque considéralo más bien unas clases particulares… Sólo son de segundo…

– Ah -repuso Mike, sorprendido, y sonrió después de considerarlo unos instantes.

Sin embargo, al final no se necesitó el Suburban de Mike.

Jessica y Lauren se disculparon alegando estar ocupadas en cuanto Mike dejó entrever que yo andaba de por medio. Eric y Katie ya tenían planes -celebraban el aniversario de sus tres semanas, o algo parecido-. Lauren se adelantó a Mike a la hora de hablar con Tyler y Conner, por lo que ambos estaban muy ocupados. Incluso Quil quedó descartado, castigado por pelearse en el instituto. Al final, sólo podían ir Angela, Ben y, por supuesto, Jacob.

Pese a todo, la escasa participación no disminuyó las expectativas de Mike. No sabía hablar de otra cosa que no fuera la salida del sábado.

– ¿Estás segura de que no prefieres ir a ver Tomorrow and Forever?-preguntó durante el almuerzo, refiriéndose a la comedia romántica de moda que encabezaba la taquilla-. En la página web Rotten Tomatoes la ponen mejor.

– Prefiero ver Crosshairs -insistí-. Me apetece ver un poco de acción, busco algo de vísceras y sangre -Mike giró la cabeza en otra dirección, pero no antes de que pudiera ver su expresión, que decía: «Pues sí, está loca».

Un vehículo muy conocido estaba aparcado delante de mi casa cuando llegué después del instituto. Jacob permanecía apoyado en el capó. Una enorme sonrisa le iluminaba el rostro.

– ¡Increíble! -grité mientras salía del coche de un salto-. ¡Lo has acabado! ¡No me lo puedo creer! ¡Has terminado el Volkswagen Golf!

Esbozó una sonrisa radiante.

– Esta misma noche… Éste es el viaje inaugural.

Alcé la mano para que chocara esos cinco. Y lo hizo, pero dejó allí la suya y retorció sus dedos a través de los míos.

– Así pues…, ¿conduzco yo esta noche?

– Segurísimo -contesté, y luego suspiré.

– ¿Qué ocurre?

– Me rindo… No puedo superar esto. Tú ganas. Eres el mayor.

Se encogió de hombros sin sorprenderse por mi capitulación y contestó:

– Naturalmente que lo soy.

El Suburban dobló la esquina dando resoplidos. Yo retiré mi mano de la de Jacob, pero Mike nos vio y puso una cara que fingí no advertir.

– Recuerdo a ese tío -dijo Jacob con un hilo de voz mientras Mike aparcaba al otro lado de la calle-. Es el que se creía que eras su novia. ¿Sigue confundido?

Enarqué una ceja.

– Hay gente inasequible al desaliento.

– Puede que no -repuso Jacob con gesto pensativo-; a veces, la persistencia tiene su recompensa.

– Aunque la mayoría de las veces sólo es un fastidio.

Mike salió del coche y cruzó la calle.

– Hola, Bella -me saludó; luego, su mirada se llenó de cautela cuando alzó los ojos hacia Jacob. También yo le miré, intentando mostrarme objetiva. En realidad, no parecía un chico de segundo para nada. Era tan grande que la cabeza de Mike apenas le llegaba al hombro. No quería ni imaginar adonde le llegaba yo cuando estaba a su lado. Además, su rostro tenía un aspecto más adulto incluso que el del mes pasado.

– Hola, Mike. ¿Recuerdas a Jacob Black?

– La verdad es que no -le tendió la mano.

– Soy un viejo amigo de la familia -se presentó Jacob mientras le estrechaba la mano. Ambos apretaron con más fuerza de la necesaria. Mike dobló los dedos cuando cesó el saludo.

Oí sonar el teléfono de la cocina y antes de salir disparada hacia la casa les dije:

– Será mejor que conteste. Podría ser Charlie.

Era Ben. Angela había contraído una gripe estomacal y a él no le parecía bien venir sin ella. Se disculpó por ponernos en un apuro.

Caminé de regreso junto a los chicos que me esperaban moviendo la cabeza. En realidad, esperaba que Angela se recuperara pronto, pero debía admitir que este suceso me disgustaba por razones puramente egoístas. Aquella noche íbamos a estar sólo nosotros tres, Mike, Jacob y yo. Esto va a ir sobre ruedas, pensé con macabro sarcasmo.

No parecía que Mike y Jake hubieran empezado a hacerse amigos en mi ausencia. Se miraban el uno al otro a varios metros de distancia mientras me esperaban. Mike tenía una expresión huraña mientras que la de Jacob era tan jovial como siempre.

– Angela está enferma -les dije con desánimo-, por lo que ni ella ni Ben van a venir.

– Parece que la gripe ataca de nuevo. Austin y Conner faltaron hoy a clase. Tal vez deberíamos dejarlo para otro momento -sugirió Mike.

Jacob habló antes de que yo pudiera mostrarme de acuerdo.

– Yo todavía quiero ir, pero si prefieres retirarte, Mike…

– No, yo voy -le interrumpió Mike-. Sólo estaba pensando en Angela y Ben. Vamos.

Comenzó a andar hacia su vehículo, pero yo le pregunté:

– ¿Te importa que conduzca Jacob, Mike? Se lo prometí porque acaba de terminar su coche. Lo ha hecho con sus propias manos partiendo de cero -alardeé, orgullosa como una mamá de la Asociación de Padres de Alumnos cuyo hijo figura en la lista del director.

– Estupendo -espetó Mike.

– En ese caso, vamos -dijo Jacob, como si eso lo arreglara todo. Era el que parecía más cómodo de los tres.

Mike se subió al asiento trasero del Golf con cara de enfado.

Jacob siguió con su alegría congénita y no dejó de parlotear hasta que no pude hacer otra cosa que olvidar a Mike, que se iba enfurruñando calladamente en el asiento de atrás.

Luego, cambió de estrategia. Se inclinó hacia delante hasta apoyar el mentón sobre el hombro del asiento, con su mejilla rozando la mía. Me giré hasta acabar de espaldas a la ventanilla para alejarme. Entonces, interrumpió a Jacob a media frase para preguntar con tonillo petulante:

– ¿No funciona la radio de este trasto?

– Sí -contestó Jacob-, pero a Bella no le gusta la música.

Miré a Jake sorprendido. Yo nunca se lo había dicho.

– ¿A Bella? -preguntó Mike atónito.

– Tiene razón -murmuré sin dejar de mirar el sereno semblante de Jacob.

– ¿Cómo no te va a gustar la música? -inquirió Mike.

– No sé -me encogí de hombros-. Es sólo que… me molesta.

– Bah.

Mike se echó hacia atrás.

Jacob me entregó un billete de diez dólares cuando llegamos al cine.

– ¿Y esto por qué? -objeté.

– No tengo la edad necesaria para entrar en este cine sin la compañía de un adulto.

Me reí con ganas.

– Y a propósito de los parientes adultos… ¿Va a matarme Billy si te meto de tapadillo a ver esta película?

– No, le dije que planeabas corromper la inocencia de mi juventud.

Me reí por lo bajo. En ese momento Mike apresuró el paso para darnos alcance.

Casi habría preferido que Mike hubiera optado por retirarse. Seguía de morros y sin participar en el grupo, pero tampoco quería que la noche terminara en una cita a solas con Jacob. Y aquella actitud suya no ayudaba en nada.

La película era exactamente lo que decía ser. Cuatro personas salían despedidas por los aires y otra resultaba decapitada en los títulos. La chica del asiento de delante se cubrió en ese momento los ojos con la mano y hundió la cabeza en el pecho de su acompañante. Él le palmeaba el hombro y de vez en cuando también se estremecía. Mike no parecía estar viendo el largometraje. Tenía el rostro crispado mientras contemplaba los flecos de la cortina que había justo encima de la pantalla.