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Observé cómo avanzaban las manecillas de los minutos en el reloj. Diez. Quince. No se tardaba más de un cuarto de hora en llegar incluso aunque hubiera estado yo al volante, y Jacob conducía mucho más deprisa. Dieciocho minutos. Descolgué y marqué.

Sonó una y otra vez. Tal vez Billy estuviera durmiendo. Tal vez había marcado mal. Volví a intentarlo.

Billy respondió a la octava llamada, justo cuando estaba a punto de colgar.

– ¿Diga? -contestó con voz cautelosa, como si esperase malas noticias.

– Billy, soy yo, Bella. ¿Aún no ha llegado Jake a casa? Se marchó hace casi veinte minutos.

– Está aquí -respondió con tono apagado.

– Se suponía que iba a llamarme -me enfadé un poco-. Se estaba poniendo malo cuando se fue, y me preocupaba.

– Estaba… demasiado enfermo para telefonear. Ahora mismo no se encuentra muy bien -Billy parecía frío. Comprendí que debía de querer estar con Jacob.

– Si necesitáis cualquier cosa, dímelo -me ofrecí. Pensé en Billy, pegado a la silla, y en Jake teniendo que arreglárselas solo-. Podría bajar…

– No, no -repuso Billy rápidamente-. Estamos bien. Quédate en casa.

La forma en que lo dijo resultó bastante antipática.

– De acuerdo -acepté.

– Adiós, Bella.

La línea se cortó.

– Adiós -murmuré.

Bueno, al menos había llegado a casa. Por extraño que parezca, no me sentí menos preocupada. Subí con dificultad las escaleras, poniéndome neurótica perdida. Tal vez pudiera bajar a echarle un vistazo mañana antes del trabajo. Y llevarles sopa. Debíamos de tener una lata de Campbell por algún sitio.

Comprendí que todos aquellos planes habían quedado cancelados cuando me desperté de madrugada -el reloj marcaba las cuatro y media de la mañana- y tuve que echar a correr hacia el baño. Charlie me encontró allí media hora después, tumbada sobre el suelo, con la mejilla pegada al frío borde de la bañera.

Me miró durante un buen rato y al final dijo:

– Gripe estomacal.

– Sí -gemí.

– ¿Necesitas algo? -preguntó.

– Telefonea a los Newton por mí -le ordené con voz ronca-. Explícales que tengo lo mismo que Mike y que hoy no voy a poder ir. Diles que lo siento.

– Claro, sin problemas -me aseguró Charlie.

Pasé el resto del día en el suelo del baño. Dormí unas pocas horas con la cabeza apoyada sobre una toalla doblada. Charlie se quejó de que debía ir a trabajar, pero creo que sólo quería entrar en el baño. Dejó en el suelo, a mi alcance, un vaso de agua para que no me deshidratara.

Me desperté cuando volvió a casa. Pude ver que en mi habitación reinaba la oscuridad, ya había anochecido. Oí sus fuertes pisadas mientras él subía las escaleras para ver cómo estaba.

– ¿Sigues viva?

– Algo parecido -contesté.

– ¿Quieres algo?

– No, gracias.

Vaciló. Estaba fuera de su elemento de todas todas.

– Vale, pues -dijo antes de volver a bajar a la cocina.

Oí sonar el teléfono a los pocos minutos. Charlie habló con alguien en voz baja durante unos momentos y luego colgó. Gritó desde abajo para que le oyera:

– Mike se encuentra mejor.

Bueno, eso resultaba esperanzador. Sólo había enfermado unas ocho horas antes que yo. Ocho horas más. La idea me provocó un retortijón de estómago. Aparté la toalla y me incliné sobre el inodoro.

Volví a dormirme encima de la toalla, pero estaba en mi cama cuando me desperté, y la luz del exterior entraba en mi habitación por la ventana. No recordaba haberme movido, por lo que Charlie debía de haberme trasladado hasta allí. También había puesto el vaso de agua encima de la mesilla. Estaba muerta de sed. Lo vacié de un trago, aunque tenía ese sabor extraño del agua que lleva en el vaso toda la noche.

Me incorporé lentamente para no provocar otro ataque de náuseas. Estaba débil y tenía mal sabor de boca, pero mi estómago se encontraba bien. Miré el despertador.

Mis veinticuatro horas habían concluido.

No forcé las cosas y no desayuné nada más que galletas. Charlie parecía muy aliviado de verme recuperada.

Telefoneé a Jacob en cuanto estuve segura de no tener que pasar otro día en el suelo del baño.

Fue el propio Jacob quien me contestó, pero supe que aún no se había recobrado nada más oír su contestación.

– ¿Diga?

Tenía la voz cascada, rota.

– Ay, Jake -rezongué con compasión-. ¡Qué mala voz…!

– Me encuentro fatal… -susurró.

– Cuánto siento haberte hecho salir conmigo. Te he fastidiado.

– Estoy contento de haber ido -su voz seguía siendo un susurro-. No te eches la culpa, no la tienes.

– Enseguida te vas a poner bien -le prometí-. Yo ya me sentía bien esta mañana, al despertar.

– ¿Estabas enferma? -preguntó con voz débil.

– Sí, yo también la pillé, pero ahora me encuentro bien…

– Eso es estupendo -contestó con voz apagada.

– … así que probablemente estarás bien en cuestión de horas -le animé.

Su respuesta apenas fue audible.

– Dudo que tenga lo mismo que tú.

– ¿No tienes una gripe estomacal? -le pregunté, confusa.

– No, esto es algo más.

– ¿Qué es lo que te duele?

– Todo -susurró-, todo el cuerpo.

El dolor era casi tangible en su voz.

– ¿Qué puedo hacer, Jake? ¿Qué te puedo llevar?

– Nada. No puedes venir -se mostró abrupto. Me recordó a Billy la otra noche.

– Ya he estado expuesta a lo que sea que tengas -puntualicé.

Me ignoró.

– Yo te llamaré en cuanto me sea posible. Te avisaré de cuándo puedes volver a venir.

– Jacob…

– He de irme -dijo con repentino apremio.

– Llámame cuando te encuentres mejor.

– De acuerdo -aceptó con una voz que tenía un cierto deje de amargura.

Permaneció en silencio durante un momento. Esperé a que se despidiera, pero él también esperó.

– Te veré pronto -dije al fin.

– Espera a que te llame -repitió.

– Vale… Adiós, Jacob.

– Bella…

Susurró mi nombre y luego colgó el teléfono.

El prado

Jacob no llamó.

Billy contestó la primera vez que telefoneé y me dijo que Jake seguía en cama. Me entrometí al preguntarle -para asegurarme- si le había llevado al médico. Me contestó que sí, pero, por algún motivo, no obtuve una respuesta concreta y la verdad es que no le creí. Llamé a diario varias veces durante los dos días siguientes, pero no me contestó nadie.

El sábado decidí ir a verle sin la maldita invitación, pero la casita roja estaba vacía. Aquello me asustó… ¿Estaba Jacob tan enfermo que había sido necesario ingresarlo? Me detuve en el hospital de camino a casa, pero la enfermera de recepción me dijo que no habían estado ni Jacob ni Billy.

Hice que Charlie llamara a Harry Clearwater en cuanto volvió del trabajo. Esperé con ansiedad mientras charlaba con su viejo amigo. La conversación parecía prolongarse sin que se mencionara siquiera a Jacob. Al parecer, era el propio Harry quien había estado en el hospital para someterse a unas pruebas cardiacas. La frente de Charlie se pobló de arrugas, pero Harry le restó importancia y se burló de él hasta que Charlie volvió a reír. Sólo entonces preguntó por Jacob, y la conversación por su parte no me dio demasiadas pistas, únicamente un montón de síes y varios «hum». Tamborileé con los dedos sobre la encimera de la cocina hasta que puso su mano sobre la mía para detenerme.

Al final, colgó el auricular y se volvió hacia mí.

– Harry dice que ha habido más de un problema con las líneas telefónicas y por eso no has podido contactar. Billy le ha llevado al médico local y al parecer tiene una infección vírica, mononucleosis. Está realmente cansado y Billy ha dicho que nada de visitas -me informó.