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– ¿Nada de visitas? -inquirí atónita.

Charlie enarcó una ceja.

– No empieces a ponerte plasta, Bella. Billy sabe lo que le conviene a Jake. Muy pronto estará en pie y por aquí. Sé paciente.

No presioné más. Charlie estaba inquieto por Harry. Obviamente, aquello era lo importante, y no le iba a fastidiar con mis nimias preocupaciones. En vez de eso, me dirigí a mi habitación como una flecha, encendí el ordenador y me conecté. Navegué hasta encontrar un sitio web médico on line e introduje el término «mononucleosis» en el campo de búsqueda.

Todo lo que supe sobre ello es que se suponía que se transmitía con el beso, lo cual era a todas luces imposible en el caso de Jake. Leí rápidamente los síntomas… Tenía la fiebre, sin duda, pero ¿y el resto? No padecía una gran irritación de garganta ni estaba fatigado ni sufría jaquecas, al menos no antes de volver a casa después del cine. Él mismo había dicho que estaba «como un roble». ¿De verdad podía haber desarrollado los síntomas tan deprisa? El artículo parecía indicar que la irritación era lo primero en aparecer…

Miré fijamente la pantalla del ordenador y me pregunté cuál era la razón exacta por la que estaba haciendo aquello. ¿Por qué me mostraba tan… desconfiada? ¿Por qué iba a mentirle Billy a Harry?

Probablemente me estaba comportando como una tonta. Sólo estaba preocupada y, siendo sincera, también bastante asustada porque no me permitieran ver a Jacob… Eso me ponía nerviosa.

Seguí leyendo en diagonal el resto del artículo en busca de más información, pero me detuve al llegar a la parte en que decía que la mononucleosis podía llegar a durar más de un mes.

¿Un mes? Me quedé boquiabierta.

Billy no podía imponer su voluntad a las visitas tanto tiempo. Por supuesto que no. Jake se iba a volver loco si estaba tanto tiempo tirado en la cama sin hablar con nadie.

De todos modos, ¿de qué tenía miedo Billy? El artículo especificaba que un enfermo de mononucleosis debía evitar la actividad física, pero no decía nada de visitas. La enfermedad no era muy infecciosa.

Resolví que iba a darle a Billy una semana antes de ponerme avasalladora. Una semana era un plazo bien generoso.

La semana se me hizo larga. El miércoles ya no estaba segura de conseguir mantenerme viva hasta el sábado.

Aunque había decidido dejar solos a Billy y Jacob durante siete días, no había creído de verdad que Jacob estuviera de acuerdo con la norma impuesta por Billy. Todos los días corría al teléfono para revisar los mensajes del contestador. No hubo ninguno.

Hice trampas en tres ocasiones e intenté llamarle, pero las líneas telefónicas seguían sin funcionar.

Me encontraba muy, muy, muy sola. Demasiado. Al estar privada de la compañía de Jacob, de la adrenalina y de las distracciones, se me empezó a echar encima todo lo que había estado reprimiendo. Los sueños volvieron a castigarme con saña. No veía el final, sólo aquella horrible vacuidad, la mitad del tiempo en el bosque, la otra mitad en un mar de helechos donde la casa blanca ya no existía. En ocasiones, Sam Uley estaba en el bosque y me vigilaba otra vez. No le presté atención, ya que no hallaba ningún consuelo en su presencia, no me hacía sentirme menos sola. Eso no impedía que me despertara gritando una noche tras otra.

La brecha de mi pecho estaba peor que nunca. Me había creído capaz de tenerla bajo control, pero me encorvaba sobre ella día tras día, apretando los bordes y jadeando en busca de aire.

Sola no me manejaba bien.

Sentí un alivio más allá de toda medida la mañana en que me desperté -entre gritos, por supuesto- y recordé que ya era sábado. Hoy iba a llamar a Jacob e iría a La Push si no funcionaban las líneas de teléfono. De un modo u otro, sería un día mejor que cualquier otro de la última semana de soledad.

Marqué el número y aguardé sin grandes esperanzas. Estaba desprevenida cuando Billy contestó a la segunda llamada:

– ¿Diga?

– Eh, oh, vaya. ¡El teléfono vuelve a funcionar! Hola, Billy. Soy Bella. Sólo llamaba para saber cómo se encuentra Jacob. ¿Ha mejorado como para recibir visitas? Estaba pensando en dejarme caer por allí…

– Lo siento, Bella -me interrumpió Billy; me pregunté si estaba viendo la tele, ya que parecía distraído-. No está.

– Ah -necesité un segundo para asimilarlo-. Entonces, ¿se encuentra mejor?

– Sí -Billy vaciló durante un instante que se hizo eterno-. Resultó que al final, después de todo, no era mononucleosis, sino algún otro virus.

– ¿Ah, sí? ¿Y dónde está…?

– Se ha ido con los chicos a dar una vuelta en Port Angeles… Creo que iban a ver un programa doble o algo así. Se ha marchado para todo el día.

– Bueno, qué alivio. He estado tan preocupada… Me alegra mucho saber que se ha recuperado bastante como para salir.

Mi voz sonaba terriblemente falsa y empeoró hasta que terminé farfullando.

Jacob se encontraba mejor, pero no lo bastante para llamarme. Se había ido con sus amigos y yo estaba sentada en casa, echándole más de menos a cada hora que pasaba. Me sentía sola, aburrida, preocupada, herida… Y ahora, también desolada al comprender que la semana que habíamos estado separados no había tenido el mismo efecto sobre él.

– ¿Querías algo en particular? -preguntó Billy con amabilidad.

– No, en realidad, no.

– Bueno, le diré que has llamado -me prometió-. Adiós, Bella.

– Adiós -contesté, pero ya había colgado.

Permanecí durante un momento con el teléfono en la mano.

Jacob debía de haber cambiado de idea, tal y como yo temía. Iba a aceptar mi consejo y no desperdiciar su tiempo con alguien que no podía corresponder a sus sentimientos. Noté que la sangre huía de mi rostro.

– ¿Algo va mal? -me preguntó Charlie mientras bajaba las escaleras.

– No -mentí mientras colgaba el auricular-. Billy dice que Jacob se encuentra mejor. No era mononucleosis. Eso es estupendo.

– ¿Va a venir él aquí o vas a ir tú allí? -preguntó distraídamente mientras comenzaba a rebuscar por la nevera.

– Ninguna de las dos cosas -admití-. Se ha marchado con otros amigos.

Al final, el tono de mi voz le llamó la atención. Charlie alzó los ojos y me miró con repentina alarma. Se quedó inmóvil, con el paquete de lonchas de queso en la mano.

– ¿No es un poco pronto para el almuerzo? -pregunté con toda la despreocupación de la que fui capaz en un intento de distraerle.

– No, sólo estoy guardando algo para llevarme al río…

– Ah, ¿te vas a pescar hoy?

– Bueno, me ha llamado Harry y no está lloviendo… -había apilado un montón de comida mientras hablaba. De repente, alzó los ojos de nuevo, como si hubiera comprendido algo-. Oye, ¿quieres que me quede contigo ahora que Jake está fuera?

– No importa, papá -le respondí, esforzándome por sonar indiferente-. Los peces pican más cuando hace buen tiempo.

Me miró fijamente con la indecisión grabada en el semblante. Sabía que se preocupaba, que temía dejarme sola en el caso de que volviera a ponerme depresiva otra vez.

– Lo digo de verdad, papá -rápidamente inventé una mentirijilla, ya que prefería estar sola a tenerle todo el día mirándome-: Creo que voy a llamar a Jessica. Tenemos que estudiar para un examen de Cálculo y su ayuda me vendría muy bien.

En parte era cierto, pero de todos modos iba a tener que resolverlo sin su ayuda.

– Es una gran idea. Has pasado mucho tiempo con Jacob y tus otros amigos van a pensar que te has olvidado de ellos.

Sonreí y asentí como si me importara algo lo que pensara el resto de mis amigos.

Charlie comenzó a caminar, pero de pronto dio media vuelta con expresión preocupada.