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– Pero vas a estudiar aquí, en casa, o en la de Jess, ¿verdad?

– Claro, ¿dónde, si no?

– Bueno es sólo que, como ya te dije, quiero que te andes con cuidado y procures evitar los bosques.

Estaba tan distraída que me costó un minuto comprenderle.

– ¿Más problemas con los osos?

Charlie asintió con cara de pocos amigos.

– Hay un montañero perdido… Los guardias forestales encontraron su campamento a primera hora de la mañana, pero no hay señales de él por ninguna parte. Hay algunas huellas realmente grandes de animales… Por supuesto, pudieron haber acudido después al olor de la comida… De todos modos, ahora están tendiendo trampas por allí.

– Ah -repuse distraídamente.

En realidad, no escuchaba sus advertencias. Me alteraba mucho más la situación con Jacob que la posibilidad de que me mordiera un oso.

Me alegraba de que Charlie tuviera prisa. No iba a esperar a que llamara a Jessica, por lo que no tendría que seguir adelante con la charada. Realicé todos los movimientos apropiados, incluso recoger los libros del instituto sobre la mesa de la cocina para guardarlos en mi bolsa, y eso, probablemente, ya fue demasiado. Charlie hubiera sospechado de no haber estado deseando irse a pescar.

Estaba tan ocupada fingiendo hacer cosas que el cruel vacío del día que me aguardaba por delante se me vino encima una vez que se hubo ido. Decidí que no me iba a quedar en casa después de contemplar durante dos minutos el silencioso teléfono de la cocina. Consideré mis opciones.

No iba a llamar a Jessica. Hasta donde sabía, se había pasado al lado oscuro.

Podía ir en coche hasta La Push y recoger la moto, una idea atrayente de no ser por un problema insignificante: ¿quién me iba a llevar a urgencias luego, cuando lo necesitara?

O… ya tenía nuestro mapa y la brújula en el coche. Estaba casi segura de haber comprendido el método lo bastante bien como para no perderme. Tal vez hoy pudiera descartar un par de líneas y despejar el programa para cuando Jacob decidiera volver a honrarme con su presencia. Me negaba a pensar cuánto tiempo podía pasar, o si iba a ser para siempre…

Sentí una punzada de culpabilidad al comprender cómo le iba a sentar aquello a Charlie, pero la ignoré. Hoy no me podía volver a quedar en casa.

A los pocos minutos me encontraba en el ya conocido y embarrado camino que llevaba a ningún sitio en particular. Conducía con las ventanillas bajadas todo lo deprisa que era razonable para mi vehículo mientras disfrutaba del viento sobre mi rostro. El día estaba nublado, pero casi seco, un tiempo realmente bueno en el caso de Forks.

Necesité más tiempo para ponerme en marcha del que hubiera invertido de haber estado con Jacob. Después de aparcar en el lugar de costumbre, tuve que estudiar la aguja de la brújula y las marcas del mapa -ahora gastado- durante un cuarto de hora largo. Me adentré en los bosques una vez que estuve razonablemente segura de seguir la línea correcta de las coordenadas.

El bosque era un hervidero de vida ese día, ya que todas las pequeñas criaturas habían salido a disfrutar de la momentánea sequedad. No sabía la razón, pero el lugar tenía un aspecto más siniestro que otros días a pesar de los silbos y graznidos de los pájaros, el zumbido de los insectos alrededor de mi cabeza y el ocasional correteo de los ratones entre los arbustos. Me recordaba a mi más reciente pesadilla. Sabía que eso se debía únicamente al hecho de que estaba sola y echaba de menos el despreocupado silbido de Jacob y el sonido de otro par de pies por el suelo húmedo.

Cuanto más me adentraba en el bosque, mayor era el desasosiego. Respirar comenzó a ser difícil, no a causa del ejercicio, sino porque volví a tener problemas con el estúpido agujero del pecho. Mantuve los brazos pegados al torso e intenté desterrar la pena de mi mente. Estuve a punto de volverme, pero me repateaba desperdiciar el esfuerzo ya realizado.

El ritmo de las pisadas anestesió el dolor y me insensibilizó frente a mis pensamientos mientras seguía caminando a duras penas. Al final, logré acompasar la respiración y me alegré de haber perseverado. Esto de andar campo a través se me empezaba a dar mejor. Podía jurar que iba más deprisa.

Hasta ese momento no me había dado verdadera cuenta de lo mucho que había avanzado. Debía de haber cubierto algo más de seis kilómetros sin que todavía hubiera empezado a buscar por los alrededores, y entonces, con una brusquedad que me desorientó, crucé bajo el arco formado por dos arces para -abriéndome paso entre los helechos, que me llegaban hasta el pecho- entrar en el prado.

Estuve segura de que se trataba del mismo lugar al primer golpe de vista. Jamás había visto un claro tan simétrico, con una redondez tan perfecta, como si alguien hubiera arrancado a propósito los árboles -sin dejar evidencia alguna de tal violencia en la ondeante hierba- para crear un círculo impecable. Por el este se oía el suave borboteo del arroyo.

El lugar no resultaba tan apabullante sin la luz del sol, pero seguía siendo sereno y muy hermoso. Era una mala estación para las flores silvestres y el suelo rebosaba una densa hierba muy alta que se balanceaba al soplo de la brisa como si fueran las olas de un lago.

Se trataba del mismo lugar… Pero no, allí no estaba lo que había ido a buscar.

El desencanto fue casi tan inmediato como el reconocimiento. Me dejé caer de rodillas allí mismo, al borde del claro, y empecé a respirar entrecortadamente.

¿Para qué ir más lejos? Nada me retenía allí, nada, salvo los recuerdos que podía invocar cuando quisiera -siempre que estuviera dispuesta a soportar el correspondiente dolor-, y la pena que ahora me embargaba me había dejado helada. Aquel sitio no tenía nada de especial sin él. No estaba del todo segura de qué esperaba sentir allí, pero el prado carecía de atmósfera, estaba vacío, como todo lo demás. Sólo se parecía a mis pesadillas. La cabeza me empezó a dar vueltas vertiginosamente.

Al menos había acudido sola. Me invadió una oleada de alivio en cuanto me percaté de ello. Si hubiera descubierto el prado en compañía de Jacob, bueno, no hubiera habido forma de disimular el abismo en el que ahora me hallaba sumida. ¿Cómo le hubiera podido explicar aquella forma de caerme en pedazos o el hecho de haberme aovillado en el suelo para evitar que el hueco del pecho me desgajara? Prefería no haber tenido público…

… y tampoco tener que explicar a nadie por qué me había entrado esa prisa por irme. Después de haber salvado tantos problemas para localizar aquel estúpido claro, Jacob hubiera asumido que me apetecía pasar en él algo más que unos pocos segundos; pero yo ya estaba intentando hacer el acopio de fuerzas suficiente para ponerme en pie -después de que pudiera salir de la posición que había adoptado- y huir. Había demasiado dolor en aquel lugar vacío para poderlo soportar. Me iría a rastras si fuera preciso.

¡Cuánta suerte tenía de estar sola!

Sola. Repetí la palabra con macabra satisfacción hasta que conseguí ponerme en pie a pesar del dolor. En ese preciso momento salió de entre los árboles una figura en dirección al norte, a unos treinta pasos de distancia.

Un descomunal despliegue de emociones me traspasó en un segundo. La primera, la sorpresa; estaba lejos de cualquier sendero y no esperaba compañía. Además, me sacudió una ráfaga de desgarradora esperanza cuando fijé la vista en la silueta y vi la absoluta inmovilidad y la piel pálida. La suprimí con ferocidad mientras luchaba contra el igualmente despiadado azote de la agonía cuando mis ojos siguieron bajando: debajo del pelo negro no estaba el único rostro que yo quería ver. Después vino el miedo. Ésas no eran las facciones que me hacían llorar, pero estaban lo bastante cerca como para saber que el hombre con el que me encaraba no era un excursionista perdido.

Y al final, por último, el reconocimiento.

– ¡Laurent! -grité con alegría y sorpresa.

Era una reacción irracional. Probablemente debía de haberme quedado en el miedo.