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Laurent formaba parte del aquelarre de James la primera vez que nos encontramos. No se había involucrado en la caza que se desató -una caza en la que yo era la presa-, pero eso fue sólo por miedo, ya que me protegía otro aquelarre más numeroso que el suyo. De lo contrario, otro gallo hubiera cantado. En aquel entonces, no hubiera tenido reparo alguno en convertirme en su comida. Debía de haber cambiado, por supuesto, ya que se había ido a Alaska para vivir con el otro aquelarre civilizado que allí había, la otra familia que se negaba a beber sangre humana por razones éticas. Una familia como la de… No iba ni a permitirme pensar el nombre.

Sí, el miedo era lo que tenía más sentido, pero todo lo que experimenté fue una abrumadora satisfacción. El prado volvía a ser un lugar dominado por la magia, una magia oscura para ser sinceros, pero magia igualmente. Allí estaba la conexión que buscaba. La prueba, aunque bastante lejana, de que él había existido en algún momento de mi vida.

Resultaba imposible creer lo poco que Laurent había cambiado de aspecto. Supuse que era muy estúpido y humano esperar algún tipo de cambio en el último año, pero había algo en él… No lograba descubrir qué era.

– ¿Bella? -preguntó; parecía más sorprendido que yo.

– Me recuerdas.

Le sonreí. Era ridículo que estuviera eufórica porque un vampiro supiera mi nombre.

Esbozó una gran sonrisa.

– No esperaba verte aquí.

Se acercó a mí dando un paseo y con expresión divertida.

– ¿No debería ser al revés? Soy yo quien vive aquí. Pensé que te habías ido a Alaska.

Se detuvo a tres metros de distancia al tiempo que ladeaba la cabeza. Su rostro era el más hermoso que había visto en lo que me había parecido una eternidad. Estudié sus rasgos con avidez y experimenté un extraño sentimiento de liberación. Allí había alguien a quien no me esperaba encontrar ni por asomo, alguien que ya sabía todo lo que yo no era capaz de decir en voz alta.

– Tienes razón -admitió-. Me marché a Alaska. Aun así, no imaginaba… Al encontrar abandonado el hogar de los Cullen, creí que se habían trasladado.

– Ah -me mordí el labio cuando el apellido hizo vibrar los bordes en carne viva de mi herida. Me llevó unos segundos recuperar la compostura. Laurent me contempló con ojos de extrañeza. Al final, conseguí decirle-: Se trasladaron.

– Mmm -murmuró-. Me sorprende que te dejaran atrás. ¿No eras su mascota o algo así?

Sus ojos reflejaban que no pretendía ser ofensivo. Le sonreí secamente.

– Algo así.

– Mmm -repuso, muy pensativo otra vez.

En ese preciso momento comprendí por qué parecía el mismo de forma tan idéntica. Después de que Carlisle nos dijera que Laurent se había quedado con la familia de Tanya, las ocasionales veces en que pensaba en él comencé a imaginármelo con los mismos ojos dorados de los… Cullen -me obligué a soltar el apellido con un estremecimiento-, el de todos los vampiros buenos.

Retrocedí un paso de forma involuntaria. Sus curiosos ojos de color rojo oscuro siguieron el movimiento.

– ¿Vienen de visita a menudo? -preguntó, aún con indiferencia, pero inclinó su figura hacia mí.

Miente, susurró con ansiedad, en mi memoria, la hermosa voz aterciopelada.

Me sobresalté ante el sonido de su voz, pero no debería haberme sorprendido. ¿Acaso no estaba en el peor de los peligros concebibles? La moto era segura al lado de esto.

Hice lo que me ordenaba la voz.

– De vez en cuando -intenté que mi voz sonara suave y relajada-. Imagino que a mí el tiempo se me hace más largo. Ya sabes cómo son de distraídos… -estaba empezando a balbucear. Tuve que esforzarme para callar.

– Mmm -volvió a decir-. Pues la casa olía como si llevara cerrada bastante tiempo…

Bella, debes mentir mejor que eso, me instó la voz.

Lo intenté.

– He de mencionarle a Carlisle que has estado allí. Lamentará mucho haberse perdido tu visita -fingí deliberar durante un segundo-. Pero… probablemente no debería mencionárselo. Supongo que Edward… -conseguí pronunciar su nombre a duras penas, y al hacerlo se me contrajo el rostro, arruinando el engaño-. Bueno, tiene mucho genio… Estoy segura de que te acuerdas de él. Sigue un poco susceptible con todo el asunto de James -puse los ojos en blanco e hice un gesto displicente con la mano, como si todo aquello fuera agua pasada, pero había un deje de histeria en mi voz. Me pregunté si él lo reconocería.

– Pero ¿está de verdad? -preguntó con amabilidad… e incredulidad.

Le di una réplica breve a fin de que la voz no delatara mi pánico.

– Ajá.

Laurent dio un paso fortuito hacia un lado mientras miraba el pequeño prado. No se me pasó por alto que ese paso le acercaba más a mí. En mi cabeza, la voz respondió con un débil gruñido.

– Bueno, ¿y cómo van las cosas en Denali? -pregunté con voz demasiado aguda-. Carlisle me dijo que ahora estabas con Tanya.

Aquello le hizo detenerse y cavilar.

– Tanya me gusta mucho, y su hermana Irina aún más. Nunca antes había permanecido tanto tiempo en un sitio, pero aunque disfruto de las ventajas y de la novedad del asunto, las restricciones son difíciles. Me sorprende que cualquiera de ellos haya podido aguantar tanto tiempo -me sonrió con gesto de complicidad-. A veces, hago trampas.

No pude tragar saliva. Comencé a mover con cuidado un pie hacia atrás, pero me quedé petrificada cuando el parpadeo de sus ojos rojos le llevó a observar el movimiento.

– Ah -repuse con voz débil-, Jasper también ha tenido ese tipo de problemas.

No te muevas, susurró la voz. Intenté acatar la orden, pero resultaba difícil. El instinto de poner pies en polvorosa era casi incontrolable.

– ¿De verdad? -Laurent parecía interesado-. ¿Se fueron por ese motivo?

– No -respondí con sinceridad-. Jasper se muestra más cuidadoso en casa.

– Sí -Laurent se mostró de acuerdo con eso-. También yo.

El paso hacia delante que dio en ese momento fue totalmente deliberado.

– Al final, ¿te encontró Victoria? -pregunté con voz entrecortada, a la desesperada, para distraerle.

Fue la primera pregunta que se me ocurrió, y me arrepentí de haberla hecho en cuanto la hube formulado. Victoria, que me había dado caza con James para luego desaparecer, no era alguien en quien me apeteciera pensar en ese momento.

Pero la pregunta le detuvo.

– Sí -contestó mientras dudaba si dar otro paso-. De hecho, he venido aquí para hacerle un favor… -puso mala cara-. Esto no le va a hacer feliz.

– ¿Esto? -repetí con entusiasmo, invitándole a continuar.

Mantenía la mirada fija en los árboles, lejos de mí, y aproveché su distracción para dar un paso atrás a escondidas.

Volvió a mirar y me sonrió. La expresión le hizo parecer un ángel de cabellos negros.

– El que yo te mate -repuso en un seductor arrullo.

Tambaleándome, retrocedí otro paso. El frenético gruñido de mi cabeza dificultaba que pudiera oír.

– Ella querría reservarse esa parte -continuó con aire despreocupado-. Parece estar un poco molesta contigo, Bella.

– ¿Conmigo? -grité.

Movió la cabeza y rió entre dientes.

– Lo sé, a mí también me parece ponerse la camisa del revés, pero James era su compañero y tu Edward le mató.

Incluso allí, a punto de morir, su nombre rasgaba mis heridas abiertas como un arma de filo dentado.

Laurent hizo caso omiso de mi reacción.

– Pensó que sería más apropiado matarte a ti que a Edward, un intercambio justo, pareja por pareja. Me pidió que le allanara el terreno, por así decirlo. No me imaginaba que iba a ser tan fácil. Quizás se debe a que su plan estaba lleno de imperfecciones… Por lo visto, no se va a producir la venganza que ella había imaginado, ya que no debes significar mucho para él si te abandona dejándote desprotegida.