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Un vampiro no debería huir de unos perrazos como ésos. ¿Qué daño podían causar los colmillos de los lobos en su piel de granito?

Y los lobos deberían haber rehuido a Laurent. No tenía sentido alguno que le persiguieran ni aun desconociendo el miedo debido a su tremendo tamaño. Dudaba de que el olor de la piel marmórea de Laurent se pareciera al de la comida. ¿Por qué habían ignorado a una presa débil y de sangre caliente como yo para perseguirle a él?

No me cuadraba.

Una fría brisa azotó el prado haciendo que la hierba se ondulara como si algo hubiera cruzado el claro.

Me puse de pie y retrocedí, aunque el soplo del viento era leve. Fui dando tumbos a causa del miedo, me volví y corrí de cabeza a los árboles.

Las horas siguientes fueron una agonía. Logré salir de los árboles al tercer intento, tantos como me había costado dar con el prado. Al principio no presté atención adónde me dirigía, ya que me concentraba sólo en el lugar del que escapaba. Me encontraba ya en el corazón del bosque, desconocido y amenazador, cuando me hube serenado lo bastante para acordarme de la brújula. Las manos me temblaban con tal virulencia que tuve que dejarla encima del suelo embarrado para poderla leer. Me detenía cada pocos minutos para situar la brújula en el suelo y verificar que seguía dirigiéndome hacia el noroeste mientras oía el apagado susurro de criaturas ocultas moviéndose entre las hojas cuando no los acaballaba el frenético sonido de succión de mis pisadas.

El reclamo de un arrendajo me hizo dar un salto hacia atrás y caí en un grupo de píceas, que me llenaron los brazos de raspaduras y me apelmazaron el pelo con savia. La súbita carrera de una ardilla para subirse a una cicuta me hizo gritar con tanta fuerza que me hice daño en mis propios oídos.

Al final, delante pude ver una brecha en la línea de árboles. Aparecí en un punto del camino que se encontraba a kilómetro y medio al sur de donde había dejado el coche. Subí dando tumbos por el sendero, ya que estaba exhausta. Lloraba de nuevo cuando logré meterme en la cabina del conductor. Bajé con furia los duros seguros del coche antes de desenterrar las llaves de mi bolsillo. El rugido del motor me dio una sensación cuerda y reconfortante. Me ayudó a controlar las lágrimas mientras ponía el vehículo al máximo de su potencia rumbo a la carretera principal.

Estaba más calmada, aunque hecha un lío, cuando llegué a casa. El coche patrulla de Charlie estaba en la avenida que llevaba a casa. No me había percatado de lo tarde que era. El cielo ya había oscurecido.

– ¿Bella? -me llamó Charlie cuando cerré de un portazo la puerta de la entrada y eché los cerrojos a toda prisa.

– Sí, soy yo -contesté con voz vacilante.

– ¿Dónde has estado? -bramó mientras cruzaba la entrada de la cocina con un gesto que no presagiaba nada bueno.

Vacilé. Lo más probable es que hubiera llamado a casa de los Stanley. Sería mejor atenerme a la verdad.

– De excursión -admití.

Estrechó los ojos.

– ¿Qué ha pasado con la idea de ir a casa de Jessica?

– Hoy no me sentía con ánimo para estudiar Cálculo.

Charlie cruzó los brazos por delante del pecho.

– Pensé que te había pedido que te alejaras del bosque.

– Sí, lo sé. No te preocupes, no lo volveré a hacer -me estremecí.

Charlie pareció verme por vez primera. Recordé que había pasado un buen rato tirada en el suelo del bosque. ¡Menuda pinta debía de tener!

– ¿Qué ha pasado? -inquirió.

Una vez más decidí que la mejor opción era contarle la verdad, o al menos una parte. Estaba demasiado desasosegada para fingir que había vivido en el bosque un día sin incidentes.

– Vi al oso -intenté decirlo con calma, pero la voz me salió aguda y temblorosa-. Aunque no es un oso, sino una especie de lobo, y son cinco. Uno negro y enorme, otro gris, otro de pelaje rojizo…

Charlie puso unos ojos como platos. Avanzó una zancada hacia mí y me aferró por los hombros.

– ¿Estás bien?

Cabeceé débilmente una vez.

– Dime qué ha pasado.

– No me prestaron ninguna atención, pero salí por pies y me caí un montón de veces después de que se fueran.

Me soltó los hombros y me rodeó con los brazos. No despegó los labios durante un buen rato.

– Lobos -murmuró.

– ¿Qué?

– Los agentes forestales dijeron que las huellas no encajaban con las de un oso, sino con las de varios lobos, aunque no de ese tamaño…

– Éstos eran enormes.

– ¿Cuántos dices que viste?

– Cinco.

Charlie meneó la cabeza y torció el gesto con ansiedad. Al final, habló con un tono que no admitía réplica:

– Se acabaron las excursiones.

– Sin problema -le prometí fervientemente.

Charlie telefoneó a la comisaría para informar de lo que yo había visto. Me mostré un poco esquiva en cuanto al lugar exacto donde había visto a los lobos y señalé que había sido en el sendero que conduce al norte. No quería que papá supiera cuánto me había adentrado en el bosque en contra de sus deseos y, lo más importante de todo, no quería que nadie vagabundeara cerca de donde Laurent podría estar buscándome. Me ponía mala sólo de pensarlo.

– ¿Tienes hambre? -me preguntó cuando colgó el auricular.

Negué con la cabeza, aunque lo normal hubiera sido estar famélica después de pasarme todo el día sin comer.

– Sólo estoy cansada -le dije. Me volví hacia las escaleras.

– Eh -dijo Charlie con voz cargada de repentino recelo una vez más-, ¿no dijiste que Jacob iba a pasar fuera todo el día?

– Eso es lo que me comentó Billy -le contesté, confundida por la pregunta.

Estudió mi expresión durante un minuto y pareció satisfecho con lo que encontró en ella.

– Ajá.

– ¿Por qué? -inquirí. Parecía estar insinuando que le había mentido esa mañana en algo más que en lo de estudiar con Jessica.

– Bueno, es sólo que le vi cuando fui a recoger a Harry. Estaba delante de la tienda de la reserva con unos amigos. Le saludé con la mano, pero él… Bueno, supongo… No sé si me vio. Me parece que estaba discutiendo con sus amigos. Tenía un aspecto extraño, como si estuviera contrariado por algo… Estaba cambiado. ¡Es digno de ver cómo crece ese chico! Cada vez que le veo ha pegado un estirón.

– Billy dijo que Jake y sus amigos se habían marchado a Port Angeles a ver un par de películas. Lo más probable es que estuvieran esperando a que alguien se reuniera con ellos.

– Ah.

Charlie asintió con la cabeza y se encaminó a la cocina.

Me quedé en el vestíbulo mientras imaginaba a Jacob discutiendo con sus amigos. Me pregunté si se habría enfrentado con Embry como consecuencia del asunto con Sam. Tal vez fuera ése el motivo por el que me había dejado tirada hoy. Si ello significaba que había solventado las cosas con Embry, me alegraba de que lo hubiera hecho.

Me detuve a revisar todos los cerrojos antes de subir a mi habitación. Era un comportamiento estúpido. Pues ¿qué diferencia podía marcar un cerrojo frente a alguno de los monstruos que había visto aquella tarde? Asumí que el pomo era lo único que iba a detener a los lobos, al carecer de pulgares, pero si venía Laurent…

… o Victoria…

Me tendí en la cama, pero estaba demasiado alterada para albergar la esperanza de dormir. Me acurruqué con fuerza debajo del edredón y encaré los horribles hechos.

No había nada que pudiera hacer. No podía adoptar ninguna precaución ni existía lugar al que huir. Tampoco había nadie que pudiera ayudarme.

El estómago me dio un vuelco cuando comprendí que la situación era incluso peor, ya que todo aquello implicaba también a Charlie. Mi padre, que dormía a una habitación de la mía, estaba a un pelo de distancia del objetivo, que se centraba en mí. Mi aroma les guiaría hasta aquí, estuviera yo o no…

Los temblores me sacudieron hasta que me castañetearon los dientes. Fantaseé con lo imposible para calmarme, imaginé que los grandes lobos habían alcanzado a Laurent en los bosques y habían masacrado al inmortal como hubieran hecho con cualquier persona normal. La idea me reconfortó a pesar de lo absurdo de la misma. Si los lobos le habían atrapado, no le podría decir a Victoria que estaba sola, de modo que tal vez creyera que los Cullen seguían protegiéndome si Laurent no regresaba. Bastaba con que los lobos pudieran triunfar en semejante enfrentamiento…