Mis vampiros buenos no iban a regresar. Había sido muy tranquilizador suponer que los del otro tipo iban a desaparecer.
Cerré los ojos con fuerza y esperé a sumirme en la inconsciencia, casi deseosa de que empezara la pesadilla. Mejor eso que el bello rostro pálido que ahora me sonreía detrás de los párpados.
En mi imaginación, los ojos de Victoria estaban negros a causa de la sed, relucían de anticipación y sus labios se curvaban de placer hasta dejar entrever los centelleantes colmillos. Su melena roja brillaba como el fuego. Le caía desordenada sobre su rostro salvaje.
En mi mente resonaron las palabras de Laurent. Si supieras lo que había planeado para ti…
Me metí el puño en la boca para no gritar.
La secta
Me sorprendía cada vez que abría los ojos a la luz de la mañana y comprendía que había sobrevivido a la noche. Una vez que pasaba esa sorpresa, se me aceleraba el corazón y las palmas de las manos me empezaban a sudar. No lograba respirar de nuevo hasta que me levantaba y me aseguraba de que Charlie también seguía con vida.
Podía dar fe de que él estaba preocupado al verme saltar ante el menor ruido o palidecer de pronto sin ninguna razón aparente. Parecía achacar el cambio a la prolongada ausencia de Jacob a juzgar por las preguntas que me hacía de vez en cuando.
Por lo general, el terror que dominaba mis pensamientos me distrajo del hecho de que había transcurrido otra semana sin que Jacob me hubiera llamado aún. No obstante, cuando era capaz de concentrarme en mi vida normal, si es que podía llamarse normal, el hecho me preocupaba.
Le echaba muchísimo de menos.
Ya había sido bastante malo estar sola antes de verme atontada por el miedo. Pero ahora, más que nunca, anhelaba sus carcajadas despreocupadas y su risa contagiosa. Necesitaba la segura cordura de su garaje convertido en casa y su cálida mano alrededor de mis fríos dedos.
Casi había esperado que me telefoneara el lunes. ¿Acaso no querría informarme si había realizado algún progreso con Embry? Deseaba creer que era la preocupación por su amigo lo que le ocupaba todo el tiempo hasta no dejarle ni un minuto para mí.
Le llamé el martes sin que respondiera nadie. ¿Persistían los problemas de las líneas telefónicas o había adquirido Billy un identificador de llamadas?
El miércoles le llamé cada media hora hasta pasadas las once de la noche, desesperada por oír la calidez de su voz.
El jueves permanecí sentada en el coche delante de casa con los contactos quitados y las llaves en la mano durante una hora seguida. Me debatía en mi interior, intentaba hallar un pretexto para efectuar un rápido viaje a La Push, pero no lo encontraba.
Por lo que sabía, Laurent tendría que haber vuelto ya con Victoria. Si iba a La Push corría el riesgo de guiar a alguno de los dos hasta la reserva. ¿Qué ocurriría si me atrapaban cuando Jake estuviera cerca? Por mucho que me doliese, sabía que lo que más le convenía a Jacob era evitarme. Y lo más seguro para él.
Resultaba muy duro ser incapaz de hallar la forma de mantener a salvo a Charlie. Lo más probable es que vinieran a buscarme durante la noche, y ¿qué podía hacer para que Charlie no estuviera en casa? Me encerraría en una habitación acolchada de algún psiquiátrico si le contaba la verdad. Lo soportaría -de buena gana incluso- si le mantenía a él a salvo, pero Victoria seguiría yendo detrás de mí, y el primer lugar en el que me buscaría sería aquella casa. Tal vez se conformaría si me encontraba en ella. Tal vez se limitaría a marcharse cuando hubiera terminado conmigo.
Por eso, no podía huir. Y aunque pudiera, ¿adónde iba a ir? ¿Con Renée? La idea de conducir a mis letales sombras al mundo tranquilo y soleado de mi madre me hizo estremecerme. Nunca la pondría en peligro de ese modo.
La preocupación fue horadando un agujero en mi estómago. No iba a tardar en sentir las correspondientes punzadas.
Charlie me hizo otro favor esa noche y volvió a telefonear a Harry para enterarse de si los Black se habían marchado de la ciudad. Harry le informó de que Billy había asistido a la reunión del consejo del miércoles por la noche sin hacer mención alguna de que fuera ausentarse. Charlie me avisó de que no me pusiera pesada. Jacob llamaría cuando se pudiera desplazar.
De pronto, el viernes por la tarde, cuando menos lo esperaba, lo comprendí todo mientras volvía a casa en coche.
Conducía sin prestar atención a la conocida carretera y dejaba que el sonido del motor dificultara la reflexión y amortiguara las preocupaciones cuando mi subconsciente emitió un veredicto en el que debía de haber trabajado sin darme entera cuenta.
En cuanto lo pensé, me sentí realmente tonta por no haberme dado cuenta antes. Claro, había tenido muchas cosas en la cabeza -vampiros obsesionados con la venganza, gigantescos lobos mutantes y un irregular agujero en el centro del pecho-, pero resultaba vergonzosamente obvio una vez que expuse las evidencias.
Jacob me evitaba. Charlie decía que parecía extraño, disgustado. Las respuestas de Billy eran vagas y servían de poca ayuda.
Se trataba de Sam Uley. Habían intentado decírmelo hasta mis pesadillas. Sam se había hecho con el control de Jacob. Fuera lo que fuera lo que les hubiera sucedido a los demás chicos de la reserva, le había alcanzado también a él, arrebatándome a mi amigo. La secta de Sam le había abducido.
Comprendí en medio de un torbellino de sentimientos que él no había renunciado a mí en absoluto.
Conduje al ralentí hasta llegar frente a mi casa. ¿Qué debía hacer? Analicé cada uno de los peligros.
Si iba en busca de Jacob, me arriesgaba a que Victoria o Laurent le encontraran en mi compañía.
Si no lo hacía, Sam lo liaría más y más en su espantosa banda de obligada adscripción. Tal vez fuera demasiado tarde si no actuaba pronto.
Había transcurrido una semana sin que los vampiros hubieran venido todavía en mi busca. Una semana era tiempo más que de sobra para que hubieran vuelto, por lo que yo no debía de ser una de sus prioridades. Lo más probable, tal y como había decidido antes, es que vinieran a cazarme de noche. Los riesgos de que me siguieran a La Push eran mucho más pequeños que la posibilidad de perder a Jacob por culpa de Sam.
Los peligros del solitario camino forestal merecían la pena. No era una visita caprichosa para ver si pasaba algo. Sabía que pasaba algo. Era una misión de rescate. Iba a hablar con Jacob, raptarle si era preciso. Había visto un reportaje de la PBS sobre la desprogramación de aquellos a quienes han lavado el cerebro. Tenía que haber algún tipo de cura.
Decidí que sería mejor telefonear antes a Charlie. Tal vez la policía se estaba ocupando de lo que sucedía en La Push. Lo hice a toda mecha, deseosa de entrar en acción.
Charlie contestó el teléfono de la comisaría en persona.
– Jefe Swan.
– Papá, soy Bella.
– ¿Qué ha pasado?
Esta vez no podía despejar sus peores temores. Me temblaba la voz.
– Estoy preocupada por Jacob.
– ¿Por qué? -preguntó sorprendido por lo inesperado del tema.
– Creo… Sospecho que se está cociendo algo raro en la reserva. Jacob me habló de una cosa extraña que les había sucedido a otros chicos de su edad. Ahora se comporta exactamente del modo que temía.