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– ¿Qué clase de comportamiento extraño? -empleó su tono profesional de policía. Eso era bueno. Me estaba tomando en serio.

– Primero estaba asustado, y luego empezó a evitarme… Ahora temo que forme parte de esa estrambótica banda de ahí abajo, la banda de Sam, la de Sam Uley.

– ¿Sam Uley? -repitió Charlie, sorprendido de nuevo.

– Sí.

– Me parece que te equivocas, Bella -contestó con voz más relajada-. Sam Uley es un chico estupendo, bueno, ahora ya es un hombre. Y un buen hijo. Deberías oír hablar de él a Billy. En realidad, ya ha obrado maravillas con los jóvenes de la reserva. Fue él quien…

Charlie se calló a mitad de la frase. Supuse que estaba a punto de referirse a la noche en que me perdí en los bosques. Continué rápidamente.

– No es así, papá. Jacob le tenía miedo.

– ¿Has hablado de esto con Billy? -ahora intentaba apaciguarme. Le había perdido para mi causa en cuanto mencioné a Sam Uley.

– Billy no está preocupado.

– Bueno, Bella, entonces estoy seguro de que todo está en orden. Jacob es un crío y probablemente sólo está haciendo travesuras. Estoy convencido de que se encuentra bien. Después de todo, no se puede pasar todo el tiempo pegado a tus faldas.

– El problema no soy yo -le insistí, pero había perdido la batalla.

– No creo que debas preocuparte por esto. Deja que Billy cuide de Jacob.

– Charlie… -mi voz empezó a sonar quejumbrosa.

– Bella, ahora tengo un montón de trabajo entre manos. Se han perdido dos turistas que han dejado un rastro por los alrededores del lago -había una nota de ansiedad en su voz-. El problema del lobo se me está yendo de las manos…

Aquellas noticias me dejaron momentáneamente distraída -asombrada en realidad-. No había forma de que los lobos hubieran sobrevivido a un enfrentamiento con un rival de la talla de Laurent…

– ¿Estás segura de que les ha sucedido algo? -pregunté.

– Eso me temo, cielo. Había… -vaciló-. Volvía a haber huellas… Esta vez con un poco de sangre.

– ¡Vaya!

En ese caso no se había producido un enfrentamiento. Laurent debía de haberse limitado a dejar atrás a los lobos, pero ¿por qué? Lo que había visto en aquel prado era extraño dentro de lo extraño, e imposible de entender.

– Mira, tengo de dejarte, de verdad. No te preocupes por Jake. Estoy seguro de que no es nada, Bella.

– Muy bien -contesté secamente, frustrada cuando sus palabras me recordaron la urgencia de la crisis que tenía más cerca-. Adiós -colgué.

Contemplé fijamente el teléfono durante más de un minuto. ¡Qué demonios!, decidí. Billy contestó a los dos toques.

– ¿Diga?

– Hola, Billy -casi le gruñí. Procuré sonar más amistosa mientras continuaba hablando-. ¿Se puede poner Jacob, por favor?

– No está en casa.

¡Qué horror!

– ¿Sabes dónde está?

– Ha salido con sus amigos -me contestó con precaución.

– ¿Ah, sí? ¿Con alguien que conozco? ¿Con Quil? -hubiera jurado que él no interpretaba mis palabras con el mismo tono indiferente con el que yo pretendía pronunciarlas.

– No -respondió Billy lentamente-. No creo que hoy esté con Quil.

Sabía que era preferible no mencionar el nombre de Sam, por lo que pregunté:

– ¿Embry?

Billy pareció más feliz al contestar esta vez.

– Sí, está con Embry.

Eso me bastaba. Embry era uno de ellos.

– Bueno, ¿le puedes decir que me llame cuando vuelva?

– Claro, claro, por supuesto.

Clic.

– Hasta pronto, Billy -murmuré en la línea cortada.

Fui en coche a La Push, decidida a esperar. Iba a aguantar sentada frente a la casa toda la noche si era necesario -incluso me perdería las clases del instituto-. Jacob volvería a casa en algún momento y, cuando lo hiciera, tendría que hablar conmigo.

Estaba tan preocupada que el viaje que tanto me había aterrado hacer pareció llevarme unos segundos. El bosque empezó a ralear antes de lo esperado y supe que pronto podría ver las primeras casitas de la reserva.

Un chico con una gorra de baloncesto calada se alejaba a pie por el lado izquierdo del arcén.

Me quedé sin aliento durante un momento, haciéndome ilusiones de que la suerte se pusiera de mi lado por una vez y que me tropezara con Jacob sin necesidad de grandes esfuerzos, pero este chico era demasiado ancho y debajo de la gorra tenía el pelo corto. Estaba segura de que era Quil incluso viéndole de espadas, aunque parecía haber crecido desde la última vez que le vi. ¿Qué les daban de comer a los chicos quileutes? ¿Hormonas de crecimiento?

Crucé al lado opuesto del camino para frenar junto a él. Alzó la vista cuando el rugido del motor se acercó.

La expresión de Quil me produjo más pánico que sorpresa. Tenía un rostro sombrío e inquietante, con la frente surcada por numerosas arrugas de preocupación.

– Eh, hola, Bella -me saludó sin ganas.

– Hola, Quil… ¿Te encuentras bien?

Me miró con aire taciturno.

– Estupendamente.

– ¿Te puedo acercar a algún sitio? -le ofrecí.

– Sí, supongo -murmuró. Cruzó por delante del coche arrastrando los pies y abrió la puerta del copiloto para subir.

– ¿Adónde?

– Mi casa está en el lado norte, detrás del almacén -me dijo.

– ¿Has visto hoy a Jacob?

Le espeté la pregunta antes de que hubiera terminado de hablar. Miré a Quil con avidez, a la espera de su respuesta. Miró a lo lejos a través del parabrisas antes de responder. Al final, dijo:

– De lejos.

– ¿De lejos? -repetí.

– Intenté seguirlos. Iba con Embry -hablaba con un hilo de voz, por lo que resultaba difícil de oír por encima del motor. Me acerqué-. Sé que me vieron, pero se giraron y desaparecieron entre los árboles… Dudo que estuvieran solos. Es posible que Sam y su banda estuvieran con ellos. He estado dando tumbos por el bosque cerca de una hora, llamándolos a gritos. Acababa de encontrar el camino cuando has aparecido con el coche.

– Así pues, Sam lo ha atrapado a él también -había apretado los dientes, por lo que las palabras salieron ligeramente distorsionadas.

Quil me miró fijamente.

– ¿Estás al tanto de eso?

Asentí.

– Jake me lo dijo… antes.

– Antes -repitió Quil y suspiró.

– ¿Es tan malo el caso de Jacob como el de los demás?

– No se separa de Sam -Quil giró la cabeza y escupió por la ventana abierta.

– Y antes de eso… ¿Evitaba a todo el mundo? ¿Parecía enfadado?

– No tardó mucho más que el resto -contestó en voz baja y con tono áspero-. Tal vez un día. Luego, Sam se lo llevó.

– ¿Qué crees que es? ¿Drogas o algo así?

– No veo a Jacob ni a Embry metiéndose en una cosa así… Pero ¿qué sé yo? ¿Qué otra cosa puede ser? ¿Y por qué no se preocupan los ancianos? -sacudió la cabeza; ahora, el miedo asomaba a sus ojos-. Jacob no quería participar en esa… secta. No comprendo qué le ha podido cambiar -me miró con rostro aterrorizado-. No quiero ser el próximo.

Mis ojos reflejaron su pánico. Era la segunda vez que había oído describir aquello como una secta. Me estremecí.

– ¿Puede prestarnos alguna ayuda tu familia?

Gesticuló con desdén.

– Claro, mi abuelo está en el consejo de ancianos con el de Jacob, y en lo que a él concierne, Sam Uley es lo mejor que le ha pasado a este lugar.

Nos miramos el uno al otro durante un buen rato. Ya estábamos en La Push y mi tartana avanzaba muy despacio por el camino desierto. Podía ver la única tienda de la reserva delante, no muy lejos de allí.

– He de irme -dijo Quil-. Mi casa está justo ahí.

Señaló un pequeño rectángulo de madera con la mano. Frené y él se bajó de un salto.

– Voy a esperar a Jacob -dije con contundencia.