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– Buena suerte.

Cerró la puerta de un portazo y se marchó arrastrando los pies por el camino, con la cabeza inclinada hacia delante y los hombros hundidos.

El rostro de Quil me angustió mientras daba la vuelta para dirigirme a la casa de los Black. Le aterraba ser el próximo. ¿Qué estaba pasando allí?

Me detuve en frente de la casa de Jacob, apagué el motor y bajé las ventanillas. El ambiente estaba muy cargado y no soplaba el viento. Planté los pies en el salpicadero y me instalé dispuesta a esperar.

Un movimiento realizado en el campo de mi visión periférica me hizo volver la cabeza. Billy me miraba a través de la ventana de la fachada con expresión confusa. Le saludé con la mano y le sonreí forzadamente, pero me quedé donde estaba.

Entrecerró los ojos y dejó caer la cortina detrás del cristal.

Estaba preparada para quedarme tanto tiempo como fuera necesario, pero me apetecía tener algo que hacer. Desenterré una vieja pluma del fondo de mi mochila y un antiguo examen. Comencé a garabatear en la parte posterior del papel borrador.

Apenas tuve tiempo de dibujar una fila de rombos cuando se produjo un brusco golpecito contra mi puerta.

Me incorporé y alcé la vista, esperando ver a Billy, pero fue Jacob quien gruñó:

– ¿Qué estás haciendo aquí, Bella?

Le miré perpleja y atónita.

Jacob había cambiado radicalmente en las últimas semanas, desde la última vez que le vi. Lo primero de lo que me di cuenta fue de que se había rapado su hermosa cabellera; había apurado mucho el corte, y ahora le cubría la cabeza una fina y lustrosa capa de pelo que parecía satén negro. Las facciones del rostro le habían cambiado de pronto, se mostraban duras y tensas, las de alguien de más edad. El cuello y los hombros también eran diferentes, en cierto modo, más gruesos. Las manos con las que aferraba el marco de la ventana parecían enormes, con los tendones y las venas marcados debajo de la piel cobriza. Pero los cambios físicos eran insignificantes…

… era su expresión la que le convertía en alguien casi irreconocible. La sonrisa franca y amistosa había desaparecido, como la cabellera, y la calidez de sus ojos oscuros había mudado en un rencor perturbador. Ahora existía una oscuridad en Jacob. Había hecho implosión, como mi sol.

– ¿Jacob? -susurré.

Se limitó a mirarme. Los ojos reflejaban tensión y enojo.

Comprendí que no estábamos solos. Los otros cuatro del grupo se hallaban detrás de él. Todos eran altos y de piel cobriza, el pelo rapado casi al cero, como el de Jacob. Podían haber pasado por hermanos, apenas lograba distinguir a Embry de entre ellos. La sorprendente hostilidad de todos los ojos acentuaba aún más el parecido.

Todos, salvo los de Sam, los del mayor, que les sacaba varios años. Él permanecía al fondo con el rostro sereno y seguro. Tuve que tragarme el mal genio que me estaba entrando, ya que me apetecía propinarle un buen porrazo. No, quería hacer más que eso. Deseé ser temible y letal más que cualquier otra cosa en el mundo, alguien a quien nadie se atreviera a importunar. Alguien capaz de ahuyentar a Sam Uley.

Quise ser vampiro.

El deseo virulento me pilló desprevenida y me dejó sin aliento. Era el más prohibido de los deseos -incluso aunque se debiera a una razón maligna como aquélla, gozar de ventaja sobre el enemigo- por ser el más doloroso. Había perdido ese futuro para siempre; en realidad, nunca lo había tenido en mis manos. Me erguí para recuperar el control de mí misma mientras sentía un vacío doloroso en el pecho.

– ¿Qué quieres? -inquirió Jacob. El resentimiento de sus facciones aumentó cuando presenció el despliegue de emociones en mi rostro.

– Hablar contigo -contesté con un hilo de voz. Intenté concentrarme, pero todo me seguía dando vueltas mientras me rebelaba contra la pérdida de mi sueño tabú.

– Adelante -masculló entre dientes. Su mirada era despiadada. Nunca le había visto mirar a alguien así, y menos a mí. Dolía con una sorprendente intensidad, producía un sufrimiento físico que me traspasaba la mente.

– ¡A solas! -siseé con voz más fuerte.

Volvió la vista atrás y supe adónde se dirigían sus ojos. Todos se volvieron a esperar la reacción de Sam.

Sam asintió una vez con rostro imperturbable. Efectuó un breve comentario en un idioma desconocido, lleno de consonantes líquidas, del que sólo estaba segura que no era francés ni castellano, por lo que supuse que era quileute. Se volvió y entró en casa de Jacob. Los demás -asumí que se trataba de Paul, Jared y Embry- le siguieron.

– De acuerdo.

Jacob pareció un poco menos furioso cuando se marcharon los otros. Su rostro estaba más calmado, pero también reflejaba más desesperación. Las comisuras de su boca se mostraban permanentemente caídas.

Respiré hondo.

– Sabes lo que quiero saber.

No respondió. Se limitó a mirarme con frialdad.

Le devolví la mirada y el silencio se prolongó. El dolor de su rostro hizo que me encontrara incómoda. Sentí que se me empezaba a formar un nudo en la garganta.

– ¿Podemos dar un paseo? -pregunté mientras aún era capaz de hablar.

No reaccionó de modo alguno. Su rostro no cambió.

Salí del coche al sentirme observada por ojos invisibles detrás de las ventanas y comencé a dirigirme al norte, hacia los árboles. Levanté un sonido de succión al andar sobre el barro de la cuneta y del herbazal. Como era el único sonido, pensé en un primer momento que no me seguía, pero lo tenía justo al lado cuando miré a mi alrededor. Sus pies habían encontrado un camino menos ruidoso que el mío.

Me sentí mejor en la hilera de árboles, donde lo más probable era que Sam no pudiera observarnos. Me devané los sesos para decidir cuáles eran las palabras más adecuadas, pero no se me ocurrió nada. Sólo me sentía más y más enfadada porque Jacob se hubiera dejado engañar sin que Billy hubiera hecho nada por impedirlo…, y porque Sam fuera capaz de mantener tal calma y seguridad…

De pronto, Jacob aceleró el ritmo y me dejó fácilmente atrás con sus largas piernas. Luego, se giró y se quedó en medio del camino, de frente a mí, para que yo también tuviera que detenerme.

Me quedé abstraída por la manifiesta gracilidad de su movimiento. Jacob había sido tan patoso como yo a causa de su interminable estirón. ¿Cuándo se había operado semejante cambio?

No me concedió la oportunidad para pensar en ello.

– Terminemos con esto -dijo con voz ronca y metálica.

Esperé. Él sabía lo que yo quería.

– No es lo que crees -de pronto, su voz reflejó un gran cansancio-. No es lo que yo pensaba… Estaba muy desencaminado.

– En ese caso, ¿qué es?

Estudió mi rostro durante un buen rato y estuvo haciendo conjeturas. El enfado no abandonó sus ojos en ningún momento.

– No te lo puedo decir -contestó al fin.

Mi mandíbula se tensó cuando mascullé:

– Creí que éramos amigos.

– Lo éramos.

Había un leve énfasis en el tiempo pasado.

– Pero tú ya no necesitas a ningún otro amigo -espeté con acritud-. Tienes a Sam. Hay algo que no va bien… Siempre le habías tenido ojeriza.

– Antes no le comprendía.

– Y ahora has visto la luz, ¿no? ¡Aleluya!

– Bella, no tiene nada que ver con lo que yo creía. Tampoco es culpa de Sam, ya que él me ayuda todo lo que puede -la voz se le crispó y miró por encima de mi cabeza, a lo lejos, mientras la ira ardía en sus ojos.

– Te ayuda… -repetí con recelo-. Naturalmente.

Pero Jacob no parecía estar escuchándome. Respiraba hondo con deliberada lentitud en un intento de calmarse. Estaba tan fuera de sí que las manos le temblaban.

– Jacob, por favor -le susurré-. ¿No vas a decirme qué ocurre? Tal vez pueda ayudarte.

– Ahora, nadie puede ayudarme -sus palabras fueron un susurro quejumbroso. La voz se le quebró.

– ¿Qué te ha hecho? -inquirí con los ojos anegados en lágrimas. Le tendí las manos, como ya había hecho antes en una ocasión, mientras avanzaba con los brazos abiertos.