Esa noche tuve un sueño nuevo. Estaba lloviendo y Jacob caminaba a mi lado sin hacer ruido, aunque el suelo crujía a mis pies como si pisara gravilla seca. Pero ése no era mi Jacob, sino el nuevo Jacob, resentido y grácil. El sigiloso garbo de sus andares me recordó a otra persona, y los rasgos de Jacob comenzaron a cambiar mientras los miraba. El color rojizo de su piel fue desapareciendo hasta quedar una tez blanca como la cal. Sus ojos se volvieron dorados y luego carmesíes, para volver después al dorado. El pelo corto se le encrespó al soplo de la brisa, y adquirió una tonalidad broncínea allí donde lo despeinaba el viento. Su rostro se convirtió en algo tan hermoso que hizo saltar en pedazos mi corazón. Tendí los brazos hacia él, que retrocedió un paso mientras alzaba las manos para escudarse. Entonces, Edward desapareció.
Cuando desperté a oscuras, no estaba segura de si acababa de empezar a llorar o había empezado mientras dormía y las lágrimas de ahora eran una prolongación del llanto de mi sueño. Miré el techo en penumbra. Tuve la impresión de que era bien entrada la noche. Estaba medio dormida, tal vez casi del todo. Los párpados se me cerraron pesadamente e imploré un sueño sin pesadillas.
Fue entonces cuando oí el ruido que debía de haberme despertado al principio. Algo puntiagudo raspaba contra mi ventana provocando un chirrido agudo, similar al arañar de las uñas contra el cristal.
El intruso
El susto me hizo abrir los ojos. Estaba tan fatigada y confusa que dudaba de si estaba dormida o despierta.
Alguien volvió a arañar el cristal de la ventana levantando un sonido chirriante y estridente.
Salí a trompicones de la cama, confusa y patosa. Parpadeé en mi intento de enjugar las lágrimas de mis ojos.
Una gran silueta oscura se bamboleaba de un lado a otro del cristal, se movía como si fuera a lanzarse contra el cristal y atravesarlo. Retrocedí estupefacta y aterrada, a punto de gritar.
Victoria.
Había venido a por mí.
Estaba muerta.
¡No, Charlie también, no!
Refrené el grito que iba a proferir. Debía conseguir que todo se desarrollara en silencio. No sabía cómo, pero tenía que evitar que Charlie acudiera a investigar…
Entonces, la figura sombría emitió una voz hosca que conocía muy bien.
– ¡Bella! -bisbiseó-. ¡Ay! ¡Maldita sea, abre la ventana! ¡Ay!
Estaba temblando de terror, por lo que necesité dos segundos antes de ser capaz de moverme, pero luego me apresuré a acudir a la ventana y abrirla a empellones. La escasa luminosidad que alumbraba las nubes me bastó para identificar la silueta.
– ¿Qué haces? -pregunté jadeando.
Jacob colgaba precariamente de la pícea que crecía en el pequeño patio delantero de Charlie. Su peso había inclinado el árbol hacia la casa y ahora pendía a menos de un metro de mí y a seis metros del suelo. Las finas ramas del extremo del árbol arañaban la fachada de la casa con un chirrido crispante.
– Intento cumplir… -resopló mientras cambiaba de posición su peso cada vez que el árbol le zarandeaba- mi promesa.
Tenía los ojos húmedos y borrosos. Parpadeé, repentinamente convencida de que seguía soñando.
– ¿Desde cuándo has prometido matarte cayéndote desde la copa del árbol de Charlie?
Bufó al no encontrar gracioso el comentario al tiempo que hacía oscilar las piernas para incrementar el ritmo de balanceo.
– Apártate de ahí -me ordenó.
– ¿Qué?
Volvió a mover las piernas -hacia atrás y hacia delante- y aumentó el impulso. Entonces comprendí lo que se proponía.
– ¡No, Jake!
Pero ya era demasiado tarde, por lo que me hice a un lado, Se lanzó hacia mi ventana abierta tras proferir un gruñido.
Estuve a punto de volver a chillar, ya que temí que se matara en la caída, o al menos se lisiara al golpearse contra el revestimiento exterior. Me quedé pasmada cuando entró en mi habitación de un ágil salto para luego aterrizar sobre la parte anterior de la planta del pie con un ruido sordo.
Los dos nos miramos de inmediato mientras conteníamos la respiración a la espera de saber si Charlie se había despertado Transcurrieron unos breves instantes de silencio hasta que es cuchamos los apagados ronquidos de mi padre.
Una enorme sonrisa se fue extendiendo por su rostro lentamente. Parecía muy complacido consigo mismo. No era la sonrisa que yo conocía y adoraba, era una sonrisa nueva -una burla amarga de su antigua franqueza- en el rostro que había pertenecido a Jacob.
Aquello fue demasiado para mí. Había llorado hasta quedarme dormida por culpa de aquel muchacho. Su severo rechazo había abierto un nuevo agujero en lo que quedaba de mi pecho. Había dejado a su paso una nueva pesadilla, como una infección en una llaga supurante, el insulto después de la herida. Y ahora estaba en mi habitación con su sonrisa de auto-complacencia como si nada hubiera pasado. Y peor aún, aunque su llegada había sido aparatosa y torpe, me había recordado las noches en que Edward solía entrar a hurtadillas por la ventana. El recuerdo hurgó ferozmente en las heridas abiertas.
Todo esto, unido al hecho de que estaba hecha polvo, no me ponía de muy buen humor.
– ¡Vete! -mascullé con toda la malevolencia de la que fui capaz.
Parpadeó. Se quedó en blanco a causa de la sorpresa.
– No -protestó-, vengo a presentarte mis disculpas.
– ¡No las acepto!
Le empujé para intentar echarle por la ventana. Después de todo, si era un sueño, no podía hacerle daño de verdad. No le moví ni un centímetro. Enseguida dejé caer mis manos y me alejé de él.
No llevaba siquiera una camiseta, a pesar de que el aire que entraba por la ventana era lo bastante fresco como para hacerme tiritar. Ponerle las manos en el pecho me hizo sentir incómoda. La piel le ardía, como la cabeza la última vez que le toqué. Era como si siguiera griposo y con fiebre.
Pero no tenía aspecto de estar enfermo. Parecía enorme. Se inclinó sobre mí, cohibido por la furiosa reacción. Era tan grande que tapaba toda la ventana.
De pronto, fue más de lo que pude soportar. Me sentí como si el efecto de todas las noches en vela se me echara encima de sopetón. Estaba tan terriblemente cansada que pensé que me iba a desmayar allí mismo. Me tambaleé con paso vacilante y luché por mantener los ojos abiertos.
– ¿Bella? -susurró Jacob con ansiedad.
Me tomó por el codo cuando volví a tambalearme y me guió de vuelta a la cama. Las piernas cedieron en cuanto llegué al borde y me dejé caer de cualquier manera encima del colchón.
– Eh, ¿estás bien? -preguntó Jacob. La preocupación pobló su frente de arrugas.
Alcé los ojos. Las lágrimas aún no se habían secado en mis mejillas.
– ¿Por qué rayos iba a estar bien, Jacob?
La angustia sustituyó buena parte de la severidad de su rostro.
– Cierto -admitió; respiró hondo-. Mierda, bueno, yo… Lo siento, Bella.
Yo no albergaba duda alguna de la sinceridad de la disculpa, aunque una crispación airada deformaba sus facciones.
– ¿Por qué has venido? No quiero tus disculpas, Jake.
– Lo sé -susurró-, pero no podía dejar las cosas como quedaron esta tarde. Fue horrible. Perdona.
Sacudí la cabeza cansinamente.
– No comprendo nada.
– Lo sé. Quiero explicártelo… -de pronto, se calló y se quedó boquiabierto, como si se le hubiera cortado la respiración. Luego, volvió a respirar hondo-. Quiero hacerlo, pero no puedo -dijo, aún enojado-, y nada me gustaría más.
Dejé caer la cabeza entre las manos, que amortiguaron mi pregunta:
– ¿Por qué?
Permaneció en silencio durante un momento. Ladeé la cabeza para verle la expresión -estaba demasiado cansada para mantenerla erguida- y me quedé asombrada. Tenía los ojos entrecerrados, los dientes prietos y el ceño fruncido por el esfuerzo.