Pero Charlie no acudió y al final logré contener los aullidos que empezaban a formarse en mi garganta.
Ahora lo recordaba todo, todo, hasta la última palabra que me había dicho Jacob ese día en la playa, incluso la parte previa a los vampiros, los «fríos». En especial, esa parte.
– ¿Conoces alguna de nuestras leyendas ancestrales?-comenzó-. Me refiero a nuestro origen, el de los quileutes.
– En realidad, no -admití.
– Bueno, existen muchas leyendas. Se afirma que algunas se remontan al Diluvio. Supuestamente, los antiguos quileutes amarraron sus canoas a lo alto de los árboles más grandes de las montañas para sobrevivir, igual que Noé y el Arca -me sonrió para demostrarme el poco crédito que daba a esas historias-. Otra leyenda afirma que descendemos de los lobos, y que éstos siguen siendo nuestros hermanos. La ley de la tribu prohíbe matarlos.
»Y luego están las historias sobre los fríos.
– ¿Los fríos? -pregunté sin esconder mi curiosidad.
– Si. Las historias de los fríos son tan antiguas como las de los lobos, y algunas son mucho más recientes. De acuerdo con la leyenda, mi propio tatarabuelo conoció a algunos de ellos. Fue él quien selló el trato que los mantiene alejados de nuestras tierras.
Entornó los ojos.
– ¿Tu tatarabuelo? -le animé.
– Era el jefe de la tribu, como mi padre. Ya sabes, los fríos son los enemigos naturales de los lobos, bueno, no de los lobos en realidad, sino de los lobos que se convierten en hombres, como nuestros ancestros. Tú los llamarías licántropos.
– ¿Tienen enemigos los hombres lobo?
– Sólo uno.
Tenía algo en la garganta que me estaba ahogando. Intenté tragarlo, pero se mantuvo inmóvil. Entonces traté de escupir la palabra.
– Hombre lobo -dije con voz entrecortada.
Sí, esa palabra era lo que se me había atragantado, lo que me impedía respirar.
El mundo entero se tambaleó hasta inclinarse hacia el lado equivocado de su eje.
¿Qué clase de lugar era aquél? ¿Podía existir un mundo donde las antiguas leyendas vagaran por las fronteras de las ciudades pequeñas e insignificantes para enfrentarse a monstruos míticos? ¿Significaba eso que todos los cuentos de hadas imposibles tenían una base sólida y verdadera en ciertos sitios? ¿Había cordura y normalidad o todo era magia y cuentos de fantasmas?
Sostuve mi cabeza entre las manos en un intento de evitar que estallara.
Una vocecita mordaz preguntó en el fondo de mi mente dónde radicaba la diferencia. ¿Acaso no había aceptado la existencia de vampiros hacía mucho tiempo, y sin todos los ataques de histeria de esta ocasión?
Exactamente, quise replicar a la voz. ¿No tenía una persona de sobra con un sólo mito a lo largo de su vida?
Además, no hubo ni un momento en que Edward dejara de estar por encima de lo ordinario. No supuso una gran sorpresa saber lo que era, porque resultaba evidente que era algo.
Pero ¿Jacob? Jacob era sólo Jacob, ¿sólo eso? ¿Mi amigo Jacob? Jacob, el único humano con el que había sido capaz de relacionarme…
Y resulta que ni siquiera era un hombre.
Reprimí el deseo de volver a gritar.
¿Qué decía eso sobre mí?
Conocía la respuesta a esa pregunta. Significaba que había algo intrínsecamente malo en mí, de lo contrario, ¿por qué iba a estar mi vida poblada de personajes salidos de las películas de terror? ¿Por qué otro motivo me iba a preocupar tanto por ellos, hasta el punto de abrirme profundos agujeros en el pecho cuando se marchaban para seguir con sus existencias de leyenda?
Todo daba vueltas y cambiaba en mi mente mientras intentaba reorganizar las cosas que antaño habían tenido un sentido para que ahora pudieran significar algo más.
No había ninguna secta. Jamás la hubo, ni tampoco una banda. No, era mucho peor que eso. Se trataba de una manada…
.… una manada de cinco gigantescos licántropos de alucine con diferentes tonalidades de pelaje que habían pasado junto a mí en la pradera de Edward.
De repente, me entró una prisa enorme. Eché una ojeada al reloj, era demasiado temprano, pero no me importaba. Debía ir a La Push ahora. Tenía que ver a Jacob cuanto antes para que me dijera que no había perdido del todo el juicio.
Me vestí con las primeras ropas limpias que encontré, sin molestarme en comprobar si las llevaba o no a juego y bajé las escaleras de dos en dos. Estuve a punto de atropellar a Charlie cuando me deslizaba por el vestíbulo, directa hacia la puerta.
– ¿Adónde vas? -me preguntó, tan sorprendido de verme como yo a él-. ¿Sabes qué hora es?
– Sí. He de ver a Jacob.
– Creí que el asunto de Sam…
– Eso no importa. Debo hablar con él de inmediato.
– Es muy temprano -torció el gesto al ver que mi expresión no cambiaba-. ¿No quieres desayunar?
– No tengo hambre -la frase salió disparada de entre mis labios. Mi padre bloqueaba el camino hacia la salida. Sopesé la posibilidad de eludirle y echarle una carrera, pero sabía que tendría que explicárselo después-. Volveré pronto, ¿de acuerdo?
Charlie frunció el ceño.
– ¿Vas directamente a casa de Jacob, verdad? ¿Sin paradas en el camino?
– Por supuesto, ¿dónde iba a detenerme? -contesté atropelladamente a causa de la prisa.
– No lo sé -admitió-. Es sólo que… Bueno, los lobos han protagonizado otro ataque. Ha sido cerca del balneario, junto a las fuentes termales. En esta ocasión hay un testigo. La víctima se hallaba a diez metros del camino cuando desapareció. La esposa vio a un enorme lobo gris a los pocos minutos, mientras le estaba buscando, y corrió en busca de ayuda.
El estómago me dio un vuelco como en el descenso de una montaña rusa.
– ¿Le atacó un lobo?
– No hay rastro de él, sólo un poco de sangre de nuevo -el rostro de Charlie parecía apenado-. Los guardias forestales patrullan armados y están reclutando voluntarios con escopetas. Hay un montón de cazadores deseosos de participar. Se va a ofrecer una recompensa por las pieles de lobo. Eso significa que va a haber muchas armas ahí fuera, en el bosque, y eso me preocupa -sacudió la cabeza-. Los accidentes se producen cuando la gente se pone nerviosa.
– ¿Vais a disparar a los lobos? -mi voz subió unas tres octavas.
– ¿Qué otra cosa podemos a hacer? ¿Qué ocurre? -preguntó mientras escrutaba mi rostro con una mirada tensa-. No te convertirás en una ecologista fanática y te pondrás en mi contra, ¿verdad?
No logré responderle. Hubiera metido la cabeza entre las rodillas si él no hubiera estado observándome. Me había olvidado de los montañeros desaparecidos y de los rastros de zarpas ensangrentadas… En un primer momento no había relacionado esos acontecimientos.
– Escucha, cielo, no dejes que eso te asuste. Limítate a permanecer en el pueblo o en la carretera… Sin paradas, ¿vale?
– Vale -repetí con voz débil.
– Tengo que irme.
Al estudiarle de cerca por primera vez, vi que llevaba la pistola ajustada al cinto y calzaba botas de montaña.
– No vas a ir a por esos lobos, ¿verdad, papá?
– He de hacerlo, Bella. La gente está desapareciendo.
Alcé la voz otra vez, ahora de forma casi histérica.
– No, no vayas, no. ¡Es demasiado peligroso!
– Debo hacer mi trabajo, pequeña. No seas tan pesimista… Estaré bien -se volvió hacia la puerta y la mantuvo abierta-. ¿Vas a salir?
Vacilé al tener aún alterado el estómago. ¿Qué podía decir para detenerle? Estaba demasiado mareada para hallar la solución.
– ¿Bella?
– Tal vez sea demasiado temprano para ir a La Push -susurré.