– Estoy de acuerdo -dijo, y de una zancada salió al exterior, donde estaba lloviendo. Cerró la puerta al salir.
En cuanto le perdí de vista, me dejé caer al suelo y hundí la cabeza entre las rodillas.
¿Debía ir detrás de Charlie? ¿Qué le iba a decir?
¿Y qué ocurría con Jacob? Era mi mejor amigo. Necesitaba avisarle. La gente le iba a disparar si era de verdad un… -me acurruqué y me obligué a pensar la palabra- un hombre lobo, y sabía que era cierto, lo sentía. Necesitaba decirles a él y a sus amigos que iban a intentar matarlos si seguían merodeando por ahí en forma de lobos gigantescos. Debía decirles que parasen.
¡Tenían que parar! Charlie estaba en los bosques. ¿Les importaría? Hasta la fecha sólo habían desaparecido forasteros. Me pregunté si eso significaba algo o era pura coincidencia.
Necesitaba creer que al menos a Jacob sí le importaba.
En cualquier caso, debía prevenirle.
¿O no?
Jacob era mi mejor amigo, pero ¿no era también un monstruo? ¿Uno real? ¿Perverso? ¿Debía avisarles si en realidad él y sus amigos eran… eran unos asesinos y habían aniquilado a inocentes montañeros a sangre fría? ¿Sería un error protegerlos si resultaban ser auténticas criaturas de una peli de terror?
Era inevitable comparar a Jacob y sus amigos con los Cullen. Me envolví el pecho con los brazos. Luchaba contra el agujero mientras pensaba en ellos.
Evidentemente, no sabía nada de licántropos. Hubiera esperado algo más parecido a los largometrajes -grandes criaturas semihumanas y peludas, o algo así- de haber esperado algo, por lo que ignoraba si cazaban por apetito, sed o sólo por deseo de matar. Resultaba difícil decidir nada sin saber eso.
Pero no podría ser peor de lo que debían soportar los Cullen en su búsqueda del bien. Me acordé de Esme -se me escaparon unas lágrimas cuando imaginé su precioso y amable rostro- y de cómo, por muy maternal y adorable que fuera, tuvo que contener la respiración y, avergonzada, alejarse corriendo de mí cuando empecé a sangrar. No podía ser más duro que aquello. Pensé en Carlisle y en los siglos y siglos que había pasado esforzándose para aprender a ignorar la sangre con el fin de salvar vidas como médico. Nada podía ser más duro que eso.
Los hombres lobo habían elegido un camino diferente.
Ahora bien, ¿qué debía elegir yo?
El asesino
Todo hubiera sido distinto de haberse tratado de cualquier otra persona en vez de Jacob, pensé en mi fuero interno mientras conducía rumbo a La Push por la carretera que bordeaba el bosque.
No estaba convencida de hacer lo correcto, pero tenía un compromiso conmigo misma.
No podía aprobar lo que hacían Jacob y sus amigos -su manada-. Ahora comprendía lo que había dicho la noche pasada sobre que tal vez no quisiera volver a verle. Podía haberle telefoneado tal y como él me sugirió, pero lo consideraba una cobardía. Le había prometido al menos una conversación cara a cara. Le diría que no podía ignorar lo que estaban haciendo. No podía ser amiga de un asesino, quedarme callada, dejar que continuara la matanza… Eso me convertiría a mí en un monstruo.
Pero tampoco podía dejar de avisarle, debía hacer lo que estuviera en mi mano para protegerle.
Frené al llegar a la casa de los Black y fruncí los labios hasta convertirlos en una línea. Ya era bastante malo que mi mejor amigo fuera un licántropo, pero ¿tenía que ser también un monstruo?
La casa estaba a oscuras y no vi luces en las ventanas, pero no me importaba despertarlos. Aporreé la puerta con el puño con la energía del enfado. El sonido retumbó entre las paredes.
– Entra -le oí decir a Billy después de un minuto mientras pulsaba un interruptor.
Giré el pomo de la puerta, que estaba abierta. Billy, que aún no se encontraba en su silla de ruedas y llevaba un albornoz sobre los hombros, se asomó desde la pequeña cocina hacia la entrada abierta. Puso unos ojos como platos al verme, pero luego su rostro se volvió imperturbable.
– Vaya, buenos días, Bella. ¿Qué haces levantándote tan temprano?
– Hola, Billy. He de hablar con Jacob. ¿Dónde está?
– Esto… En realidad, no lo sé -mintió muy serio.
– ¿Sabes qué está haciendo Charlie esta mañana? -inquirí a punto de ahogarme.
– ¿Debería?
– Él y media docena de vecinos se han echado al monte con armas para cazar lobos gigantes -la expresión de Billy se alteró unos segundos para luego poner un rostro carente de expresión-. Así pues, si no te importa -añadí-, me gustaría hablar con Jake.
Billy frunció la boca durante un buen rato y al final, señalando el minúsculo pasillo que salía de la entrada de la fachada con un movimiento de cabeza, dijo:
– Apuesto a que aún duerme. Estos días sale por ahí hasta muy tarde. El chico necesita descansar. Probablemente no deberías despertarle.
– Ahora me toca a mí -murmuré para mis adentros mientras me encaminaba hacia el pasillo. Billy suspiró.
El pequeño cuarto de Jacob era la única habitación de un pasillo que no mediría ni un metro de largo. No me moles-té en llamar, sino que abrí de sopetón y cerré de un fuerte golpe.
Jacob, aún vestido con los mismos vaqueros negros sudados que había llevado en mi habitación, la noche anterior, yacía en diagonal encima de la cama doble que ocupaba casi toda su habitación, salvo unos pocos centímetros a ambos lados del lecho, en el que no cabía a pesar de haberse tendido cruzado. Los pies le colgaban fuera por un lado y la cabeza por el otro. Dormía profundamente con la boca abierta y roncaba levemente, sin inmutarse después del portazo.
Su rostro dormido estaba en paz y toda la ira se había desvanecido de sus facciones. Tenía ojeras debajo de los ojos, no me había percatado hasta ese momento. A pesar de su tamaño desmedido, ahora parecía muy joven, y también muy cansado. Me embargó la piedad.
Retrocedí, salí y cerré la puerta haciendo el menor ruido posible al salir.
Billy me miró fijamente con curiosidad y prevención mientras caminaba lentamente de vuelta al salón.
– Me parece que voy a dejarle reposar un poco.
Billy asintió, y entonces nos miramos largo tiempo el uno al otro. Me moría de ganas por preguntarle cuál era su participación en todo este asunto y qué pensaba sobre aquello en lo que se había convertido su hijo, mas sabía que había apoyado a Sam desde el principio, por lo que supuse que los crímenes no debían preocuparle. No lograba concebir cómo era capaz de justificar semejante actitud.
Atisbé en sus ojos que también él tenía muchas preguntas que hacerme, pero tampoco las verbalizó.
– Escucha -dije rompiendo el silencio-, voy a bajar a la playa un rato. Dile que le espero allí cuando se despierte, ¿de acuerdo?
– Claro, claro -aceptó.
Me pregunté si lo haría de verdad, pero bueno, de no ser así, lo había intentado, ¿no?
Conduje hasta First Beach y me detuve en el aparcamiento, sucio y vacío. Todavía era de noche y se anunciaba el ceniciento fulgor previo al alba de un día nublado, por lo que apenas había visibilidad cuando apagué las luces del coche. Tuve que esperar para que mis ojos se acostumbraran a la penumbra antes de poder encontrar la senda que atravesaba el alto herbazal. Allí hacía más frío a causa del viento procedente del oscuro mar, por lo que hundí las manos en los bolsillos de mi chaqueta de invierno. Al menos había dejado de llover.
Caminé hasta la playa en dirección al espigón situado más al norte. No veía St. James ni las demás islas, sólo la difusa línea de la orilla del agua. Elegí con cuidado mi camino entre las rocas sin dejar de vigilar la madera que el mar arrastraba a la playa para no tropezar.