Me descubrí contemplando el lugar que había venido a buscar antes de percatarme de que lo había encontrado. En la oscuridad, vislumbré un gran árbol blanco profundamente enraizado entre las rocas cuando me hallaba apenas a escasos centímetros. Las raíces retorcidas se prolongaban hasta el borde del espigón. Parecían un centenar de tentáculos frágiles. No estaba segura de que fuera el mismo árbol en que Jacob y yo habíamos mantenido la primera conversación -con la que tanto se había complicado mi vida-, pero lo parecía. Me senté en el mismo lugar que en aquel entonces y miré hacia el mar, ahora invisible.
La repulsión y la ira habían desaparecido después de verle dormido -inocente y vulnerable en su lecho-, pero no podía hacer la vista gorda ante lo que estaba pasando, como parecía ser el caso de Billy, aunque tampoco podía inculpar a Jacob. No es así como funciona el amor, resolví. Es imposible mostrarte lógico con las personas una vez que les tomas afecto. Jacob era mi amigo con independencia de que matara o no matara a la gente, y no sabía qué hacer al respecto.
Sentía una urgencia irresistible de protegerle al recordarle dormido, tan pacífico, algo completamente ilógico.
Pero fuera o no lógico, le estuve dando vueltas al recuerdo de su rostro en calma en un intento de alcanzar una respuesta, alguna forma de protegerle, mientras el cielo se fue aclarando hasta ponerse gris.
– Hola, Bella.
Me levanté de un brinco al oír la voz de Jacob procedente de las sombras. Él había hablado en voz baja, casi con timidez, pero me asusté, pues yo contaba con estar sobre aviso gracias al ruido que haría al caminar sobre las piedras que se extendían a mis espaldas. Vi su silueta recortándose contra las luces del inminente amanecer. Parecía enorme.
– ¿Jake?
Permaneció alejado varios pasos mientras se balanceaba con ansiedad, descansando su peso sobre un pie y luego sobre el otro.
– Billy me informó de tu llegada… No te ha llevado mucho tiempo averiguarlo, ¿no? Sabía que lo descubrirías.
– Sí, ahora recuerdo la historia en concreto -susurré.
El silencio se prolongó durante un buen rato y, aunque estaba demasiado oscuro para ver bien, sentí un picor en la piel, como si sus ojos estuvieran estudiando mi rostro. Debía de haber suficiente luz para que él leyera mi expresión, ya que había una nota mordaz en su voz cuando habló de nuevo.
– Podías haberte limitado a telefonear -dijo con aspereza.
Asentí.
– Lo sé.
Jacob comenzó a pasear entre las rocas. Si aguzaba mucho el oído era capaz de oír, a duras penas, el suave roce de sus pies sobre las piedras por encima del sonido de las olas. Era un ruido similar al de las castañuelas.
– ¿Por qué has venido? -inquirió sin dejar de pasear dando grandes zancadas.
– Pensé que sería mejor hablar frente a frente.
Soltó una risotada.
– Oh, sí, mucho mejor.
– Jacob, he de avisarte…
– ¿Contra los agentes forestales y los cazadores? No te preocupes, ya lo sabíamos.
– ¡¿Que no me preocupe?! -inquirí con incredulidad-. Jake, llevan armas, están tendiendo trampas, han ofrecido recompensas y…
– Podemos cuidarnos solos -gruñó sin dejar de andar-. No van a atrapar a nadie. Sólo van a ponérnoslo un poco más difícil, pero pronto comenzarán a desaparecer también.
– ¡Jake! -murmuré.
– ¡¿Qué?! Sólo es un hecho.
Palidecí de la repulsa.
– ¿Cómo puedes… pensar así? Conoces a esa gente. ¡Charlie está ahí fuera!
La idea me produjo un retortijón de estómago.
Se detuvo de forma abrupta y me replicó:
– ¿Y qué otra cosa podemos hacer?
Los rayos del sol confirieron una tonalidad rosácea a las nubes que pasaban encima de nosotros. Ahora le pude ver la expresión. Estaba enfadado y frustrado, se sentía engañado.
– ¿Podrías…? Bueno, ¿podrías intentar no convertirte en… hombre lobo? -le sugerí con un hilo de voz.
Alzó las manos al aire y bramó:
– ¡Como si tuviera elección! Además, si lo que te preocupan son los desaparecidos, ¿de qué iba a servir?
– No te entiendo.
Me lanzó una mirada con los ojos entrecerrados y frunció los labios al refunfuñar:
– ¿Sabes lo que más me molesta? -pasé por alto la hostilidad de su expresión y negué con la cabeza, ya que parecía aguardar una respuesta-. Que seas tan hipócrita, Bella. Estás ahí sentada, aterrada por mi causa. ¿Es eso justo?
Las manos le temblaron de ira.
– ¿Hipócrita? ¿Tenerle miedo a un monstruo me convierte en una hipócrita?
– Bah -refunfuñó; se llevó las manos a las sienes y cerró los ojos con fuerza-. ¿Te has oído a ti misma?
– ¡¿Qué?!
Se acercó dos pasos, se inclinó hacia delante y me miró con rabia.
– Bueno, lamento mucho no ser la clase de monstruo que te va, Bella. Supongo que no soy tan bueno como un chupasangre, ¿no?
Me puse en pie de un salto y le devolví la mirada.
– ¡No, no eres tú! -grité-. ¡No es lo que eres, sino lo que haces!
– ¿Qué se supone que significa eso? -bramó mientras todo su cuerpo se estremecía de rabia.
Ve con cuidado, Bella, me previno la voz aterciopelada, no le presiones tanto. Tienes que calmarle. El aviso de Edward me pilló totalmente desprevenida.
Hoy no tenía sentido ni siquiera la voz de mi interior, sin embargo, le hice caso. Haría cualquier cosa por esa voz.
– Jacob -le supliqué amablemente y sin alterar la voz-, ¿es necesario matar gente? ¿No existe otro camino? Quiero decir, los vampiros han encontrado una forma de vivir sin matar a nadie. ¿No podríais intentarlo vosotros también?
Se irguió de repente como si mis palabras le hubieran descargado un calambrazo. Alzó las cejas y me miró con los ojos muy abiertos.
– ¿Matar gente? -inquirió.
– ¿De qué te pensabas que estábamos hablando?
Dejó de temblar y me contempló con una incredulidad cargada de esperanza.
– Pensé que hablábamos de tu repugnancia hacia los licántropos.
– No, Jake, no. No me refería a que fueras un… lobo. Eso está bien -le aseguré, y supe el significado de mis palabras en cuanto las pronuncié. En realidad, no me preocupaba si se convertía en un enorme lobo, seguía siendo Jacob-. Bastaría con que encontraras un modo de no hacer daño a la gente… Es eso lo que me afecta…
– ¿Eso es todo? ¿De verdad? -me interrumpió con una sonrisa que se extendía a todo su rostro-. ¿Te doy miedo porque soy un asesino? ¿No hay otra razón?
– ¿Te parece poco?
Rompió a reír.
– ¡Jacob Black, esto no es divertido!
– Por supuesto, por supuesto -admitió sin dejar de reírse.
Avanzó otra zancada y me dio otro abrazo de oso.
– Sé sincera, ¿de verdad no te importa que me transforme en un gran perro? -me preguntó al oído con voz jubilosa.
– No -contesté sin aliento-. No… puedo… respirar, Jake.
Me soltó, pero retuvo mis manos.
– No soy ningún asesino, Bella.
Estuve segura de que decía la verdad al escrutar su rostro. El pulso se me aceleró de alivio.
– ¿De verdad?
– De verdad -prometió solemnemente.
Le rodeé con mis brazos. Aquello me recordó aquel primer día de las motos, aunque ahora era más grande y me sentía aún más niña.
Me acarició el cabello tal y como hacía antes.
– Lamento haberte llamado hipócrita -se disculpó.
– Lamento haberte llamado asesino.
Se carcajeó.
En ese momento caí en la cuenta de una cosa y me aparté para poder verle la cara. Fruncí el ceño a causa de la ansiedad.
– Tú no, pero ¿y Sam? ¿Y los demás?
Negó con la cabeza y me sonrió como si se hubiera quitado un gran peso de encima.
– Por supuesto que no. ¿No recuerdas cómo te dije que nos llamábamos?