En ese mismo segundo, Jacob atravesó corriendo la carretera, directo hacia el monstruo.
– ¡Jacob! -grité.
A media zancada, un fuerte temblor sacudió la columna vertebral de Jacob, que saltó de cabeza hacia delante.
Con otro penetrante sonido de desgarro, Jacob estalló a su vez. Al hacerlo se desprendió de su piel, y jirones de tela blanca y negra volaron por los aires. Todo ocurrió tan rápido que, si hubiese parpadeado, me habría perdido la transformación. Un segundo antes, Jacob saltaba de cabeza, y un segundo después se había convertido en un gigantesco lobo de color pardo rojizo -tan descomunal que yo no podía comprender cómo aquella ingente masa había encajado dentro del cuerpo de mi amigo-, que embestía contra la bestia plateada.
Jacob chocó de cabeza contra el otro hombre lobo. Sus furiosos rugidos resonaron como truenos entre los árboles.
Los harapos blancos y negros -restos de la ropa de Jacob- cayeron flotando hasta el suelo en el mismo lugar donde él había desaparecido.
– ¡Jacob! -grité de nuevo, mientras trataba de acercarme a él.
– Quédate donde estás, Bella -me ordenó Sam.
Era difícil oírle por encima de los bramidos de ambos lobos, que se mordían y arañaban buscando la garganta del rival con sus afilados dientes. Jacob parecía ir ganando: era apreciablemente más grande, y también parecía mucho más fuerte.
Se servía del hombro para embestir contra el lobo gris una y otra vez, obligándolo a retroceder hacia los árboles.
– ¡Llevadla a casa de Emily! -ordenó Sam a los otros chicos, que se habían quedado absortos contemplando la pelea.
Jacob había conseguido sacar al lobo gris del camino a fuerza de empujones, y ahora ambos habían desaparecido en la espesura, aunque sus rugidos se oían aún con fuerza. Sam corrió tras ellos, quitándose los zapatos sobre la marcha. Cuando se lanzó entre los árboles estaba temblando de pies a cabeza.
Los gruñidos y ruidos de ramas tronchadas empezaban a perderse a lo lejos. De repente, el sonido se interrumpió y en la carretera volvió a reinar el silencio.
Uno de los chicos empezó a reírse.
Me di la vuelta para mirarle fijamente; mis ojos estaban abiertos de par en par y paralizados, incapaces siquiera de parpadear.
Al parecer, el chico se estaba riendo de mi expresión.
– Bueno, esto es algo que no ves todos los días -dijo con una risita disimulada. Su cara me resultaba vagamente familiar. Era más delgado que los otros… Sí, Embry Call.
– Yo sí -gruñó Jared, el otro chico-. A diario.
– Qué va. Paul no pierde los estribos todos los días -repuso Embry, sin dejar de sonreír-. Como mucho, dos de cada tres.
Jared se agachó para recoger algo blanco del suelo y lo sostuvo en alto para enseñárselo a Embry. Lo que fuera, colgaba de su mano en flácidas tiras.
– Está hecha polvo -dijo Jared-. Billy dijo que era el último par que podía comprarle. Supongo que Jacob tendrá que ir descalzo a partir de ahora.
– Ésta ha sobrevivido -dijo Embry, recogiendo una deportiva blanca-. Al menos, Jake podrá ir a la pata coja -añadió con una carcajada.
Jared se dedicó a recolectar harapos del suelo.
– Ten los zapatos de Sam. Todo lo demás está para tirarlo a la basura.
Embry tomó los zapatos y después corrió hacia los árboles entre los que había desaparecido Sam. Volvió pocos segundos después, con unos vaqueros cortados al hombro. Jared recogió los jirones de las ropas de Jacob y Paul e hizo una bola con ellos. De pronto, pareció acordarse de mi presencia.
Me miró con detenimiento, como si me estuviera evaluando.
– Eh, no irás a desmayarte o vomitar, o algo de eso… -me espetó.
– Creo que no -respondí después de tragar saliva.
– No tienes buen aspecto. Es mejor que te sientes.
– Vale -murmuré. Por segunda vez en la misma mañana, metí la cabeza entre las rodillas.
– Jake debería habernos avisado -se quejó Embry.
– No tendría que haber metido a su chica en esto. ¿Qué esperaba?
– Bueno, se ha descubierto el pastel -Embry suspiró-. Enhorabuena, Jake.
Levanté la cabeza y me quedé mirando a ambos chicos, que al parecer se lo estaban tomando todo muy a la ligera.
– ¿Es que no os preocupa lo que les pueda pasar? -les pregunté.
Embry parpadeó, sorprendido.
– ¿Preocuparnos? ¿Por qué?
– ¡Pueden hacerse daño!
Embry y Jared se troncharon de risa.
– Ojalá Paul le dé un buen mordisco -dijo Jared-. Eso le enseñará una lección.
Yo empalidecí.
– ¡Lo llevas claro! -repuso Embry-. ¿Has visto a Jake? Ni siquiera Sam puede entrar en fase de esa forma, en pleno salto. Al ver que Paul perdía el control, ¿cuánto ha tardado en atacarle, medio segundo? Ese tío tiene un don.
– Paul lleva luchando más tiempo. Te apuesto diez pavos a que le deja una marca.
– Trato hecho. Jake es un superdotado. Paul no tiene absolutamente nada que hacer.
Se estrecharon la mano con una sonrisa.
Intenté tranquilizarme al ver que no estaban preocupados, pero no podía quitarme de la cabeza las imágenes brutales de los dos licántropos a la greña. Tenía el estómago revuelto, vacío y con acidez, y la inquietud me había provocado dolor de cabeza.
– Vamos a ver a Emily. Seguro que tiene comida preparada -Embry bajó la mirada hacia mí-. ¿Te importa llevarnos?
– No hay problema -dije, medio atragantada.
Jared enarcó una ceja.
– Creo que es mejor que conduzcas tú, Embry. Aún tiene pinta de ir a devolver de un momento a otro.
– Buena idea. ¿Dónde están las llaves? -me preguntó Embry.
– Puestas en el contacto.
Embry abrió la puerta del acompañante.
– Pasa -me dijo en tono alegre, levantándome del suelo con una mano y poniéndome sobre el asiento. Después estudió el sitio disponible-. Tendrás que ir detrás -le dijo a Jared.
– Mejor. No tengo mucho estómago. Cuando eche la pota prefiero no verlo.
– Apuesto a que es más dura que eso. Al fin y al cabo, anda con vampiros.
– ¿Cinco pavos? -propuso Jared.
– Hecho. Me siento culpable por quitarte así tu dinero.
Embry entró y puso en marcha el motor mientras Jared se encaramaba de un salto a la parte de atrás. En cuanto cerró su puerta, Embry me dijo en voz baja:
– Procura no vomitar, ¿vale? Sólo tengo un billete de diez y si Paul ha conseguido clavarle los dientes a Jacob…
– Vale-musité.
Embry nos llevó de vuelta al pueblo.
– Oye, ¿cómo ha conseguido Jake burlar el requerimiento?
– El… ¿qué?
– La orden. Ya sabes, lo de no irse de la lengua. ¿Cómo es que te ha hablado de esto?
– Ah, ya-dije, recordando cómo la noche anterior Jake casi se atraganta al intentar decirme la verdad-. No lo ha hecho. Yo lo he adivinado.
Embry se mordisqueó los labios, con gesto de sorpresa.
– Mmm. Supongo que es posible.
– ¿Adónde vamos? -pregunté.
– A casa de Emily. Es la chica de Sam. Bueno, creo que ahora es su prometida. Se reunirán allí con nosotros cuando Sam termine de regañarles por lo que acaba de pasar y cuando Paul y Jake se agencien ropa nueva, si es que a Paul le queda algo.
– ¿Sabe Emily que…?
– Sí. Ah, y no te quedes mirándola. A Sam no le hace gracia.
Fruncí el ceño.
– ¿Por qué iba a quedarme mirándola?
Embry parecía incómodo.
– Como acabas de ver, andar con hombres lobo tiene sus riesgos -se apresuró a cambiar de tema-. Oye, ¿estás bien después de lo que pasó en el prado con esa sanguijuela de pelo negro? No parecía amigo tuyo, pero… – Embry se encogió de hombros.
– No, no era mi amigo.