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A Charlie se le mudó el semblante.

– No sabía que él y Emily lo habían hecho oficial. Me parece muy bien. Pobre chica.

– ¿Sabes qué le pasó?

– La atacó un oso, allá en el norte, durante la temporada de desove del salmón. Fue horrible. Ya ha pasado más de un año desde el accidente. Tengo entendido que a Sam le afectó muchísimo.

– Es horrible -repetí yo.

Más de un año. Habría apostado que aquello ocurrió cuando sólo había un hombre lobo en La Push. Me estremecí al pensar en cómo debía de sentirse Sam cada vez que miraba a Emily a la cara.

Esa noche me quedé despierta mucho rato mientras intentaba organizar en mi mente los sucesos del día. Fui remontándome desde la cena con Billy, Jacob y Charlie hasta la larga tarde que había pasado en casa de los Black esperando con inquietud a saber algo de Jake, y después a la cocina de Emily, al horror del combate de los licántropos, a la conversación con Jacob en la playa…

Pensé en lo que me había dicho aquella misma mañana sobre la hipocresía. Estuve dándole vueltas un buen rato. No me gustaba pensar que era una hipócrita, pero ¿qué sentido tenía engañarme a mí misma?

Me enredé en un círculo vicioso. No, Edward no era un asesino. Ni siquiera en los momentos más oscuros de su pasado había matado a personas inocentes.

Pero ¿qué habría pasado si hubiera sido un asesino? ¿Y si durante la época en que le conocí se hubiese comportado como cualquier otro vampiro? ¿Y si se hubiesen producido desapariciones en el bosque, igual que ahora? ¿Me habría apartado de él?

Me dije que no, con tristeza, y me recordé a mí misma que el amor es irracional. Cuanto más quieres a alguien, menos lógica tiene todo.

Me di la vuelta en la cama y traté de pensar en otra cosa. Me imaginé a Jacob y a sus hermanos corriendo en la oscuridad. Me quedé dormida imaginando a los hombres lobo, invisibles en la noche y protegiéndome del peligro. Cuando empecé a soñar, volvía a estar en el bosque, pero esta vez no deambulaba perdida. Iba con Emily, agarrada a su mano llena de cicatrices, y ambas escrutábamos las tinieblas, esperando con ansiedad a que nuestros licántropos regresaran a casa.

Bajo presión

En Forks volvían a ser vacaciones de Pascua. Al despertar el lunes por la mañana, me quedé tumbada en la cama durante unos segundos asimilando ese hecho. El año pasado, por estas mismas fechas, también me había perseguido un vampiro. Esperaba que no se convirtiese en una especie de tradición.

Ya estaba adaptándome al ritmo de vida de La Push. Había pasado la mayor parte del domingo en la playa, mientras Charlie se entretenía con Billy en casa de los Black. Se suponía que yo estaba con Jacob, pero éste tenía otras cosas que hacer, así que me dediqué a pasear sola y le oculté el secreto a Charlie.

Cuando Jacob apareció para ver si yo estaba bien, me pidió perdón por dejarme abandonada tanto rato. Su agenda, me dijo, no era siempre tan apretada; pero los lobos estaban en alerta roja hasta que detuvieran a Victoria.

Ahora, cuando paseábamos por la playa, siempre me llevaba de la mano.

Eso me hizo pensar en las palabras de Jared; Jacob no debería haber involucrado en esto a su «chica». Me imaginé que, visto desde fuera, parecíamos novios. Mientras que Jake y yo tuviéramos claro cuál era la auténtica situación, no debía permitir que me molestara este hecho. Y tal vez no me habría molestado si no hubiera sabido que Jacob deseaba que las cosas fueran como parecían ser. En cualquier caso, el sentir su cálida mano en contacto con la mía me resultaba agradable, así que yo no protestaba.

Trabajé el martes por la tarde -Jacob me siguió en moto para cerciorarse de que llegaba a salvo-, y Mike se dio cuenta.

– ¿Estás saliendo con ese chico de La Push? ¿Con el de segundo? -me preguntó, disimulando su despecho a duras penas.

Me encogí de hombros.

– No estoy saliendo con él en el sentido estricto de la palabra, pero es verdad que paso la mayor parte del tiempo con él. Es mi mejor amigo.

Mike entrecerró los ojos con astucia.

– No te engañes a ti misma, Bella. Ese tío está colado por ti.

– Lo sé -repuse con un suspiro-. La vida es muy complicada.

– Y las chicas muy crueles -añadió Mike en voz baja.

Pensé que también era una suposición lógica por su parte.

Esa noche, Sam y Emily vinieron a casa de Billy para tomar el postre conmigo y con Charlie. Ella trajo una tarta que se habría ganado el corazón de alguien más duro incluso que Charlie. Mientras la conversación pasaba con naturalidad de un tema a otro, me di cuenta de que los reparos que Charlie pudiera albergar sobre las bandas juveniles de La Push estaban desapareciendo.

Jake y yo nos escapamos temprano para disfrutar de un poco de intimidad. Salimos a su garaje y nos sentamos en el Volkswagen. Jacob echó la cabeza hacia atrás, con cara de agotamiento.

– Tienes que dormir un poco, Jake.

– Veré lo que puedo hacer.

Estiró un brazo para tomar mi mano. El contacto de su piel abrasaba.

– ¿Esto tiene que ver con lo de ser lobo? -le pregunté-. Me refiero al calor.

– Sí. Tenemos la temperatura más alta que la gente normal. Entre 47 y 48 grados centígrados. Podría estar así en mitad de una nevada -dijo, señalándose el torso desnudo- y me daría igual. Los copos se convertirían en gotas de lluvia al tocarme.

– Todos vosotros os curáis muy rápido. ¿Es otra característica de los hombres lobo?

– Sí. ¿Quieres verlo? Mola mucho -dijo, sonriendo y con los ojos muy abiertos. Se acercó a mí para abrir la guantera y estuvo un rato rebuscando algo. Al fin, sacó de ella una navaja.

– ¡No, no quiero verlo! -grité en cuanto me di cuenta de lo que pensaba hacer-. ¡Deja eso!

Jacob soltó una carcajada, pero volvió a guardar la navaja en la guantera.

– Vale. De todos modos, lo de curarse viene muy bien. No puedes ir al médico cuando tienes una temperatura corporal con la que deberías estar muerto.

– No, supongo que no -me quedé pensando en ello un rato-. Y lo de ser tan grande, ¿también tiene que ver? ¿Por eso estáis tan preocupados por Quil?

– Por eso y porque su abuelo dice que se puede freír un huevo en su frente -Jacob puso gesto de desánimo-. Ya no tardará mucho en convertirse. No hay una edad exacta… Se va acumulando poco a poco, y de repente… -se interrumpió y pasó un rato hasta que fue capaz de hablar de nuevo-. A veces, si te sientes alterado, cabreado o algo así, el proceso se puede disparar antes, pero yo no estaba cabreado por nada. Yo era feliz -Jacob se rió con amargura-. Sobre todo por tu culpa. Por eso no me ocurrió antes y siguió acumulándose en mi interior, como una bomba de relojería. ¿Sabes lo que me hizo estallar? Billy comentó que me veía raro cuando volví de ver esa película. No me dijo nada más, pero el caso es que perdí los nervios. Y en ese mismo momento… exploté. Casi le arranqué la cara. ¡A mi propio padre! -Jacob se estremeció y se puso pálido.

– ¿Es tan malo, Jake? -le pregunté, deseando que hubiese algún modo de ayudarle-. ¿Te sientes desdichado?

– No, no me siento desdichado -respondió-. Ahora que lo sabes, ya no. Antes sí que me resultaba duro -admitió, inclinándose hacia mí hasta apoyar la mejilla encima de mi cabeza.

Se quedó callado durante un rato y me pregunté en qué estaría pensando. Tal vez prefería no saberlo.

– ¿Cuál es la parte más dura? -susurré. Aún deseaba ayudarle.

– Lo peor es sentirse fuera de control -respondió pausadamente-. Saber que no puedo estar seguro de mí mismo, que a lo mejor no deberías estar cerca de mí, que quizá nadie debería estar cerca de mí. Es como si fuera un monstruo capaz de hacer daño a cualquiera. Ya has visto a Emily. Sam perdió los estribos tan sólo un segundo… y resultó que ella estaba demasiado cerca. Ahora no hay nada que pueda hacer para arreglarlo. He oído sus pensamientos y sé cómo se siente.