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– ¿Quién quiere ser un monstruo de pesadilla?

– Y además, está la facilidad con la que me transformo, mucho mejor que los demás. ¿Me hace eso menos humano aún que Embry o que Sam? A veces, temo estar perdiéndome a mí mismo.

– ¿Es difícil volver a transformarte en ti mismo?

– Al principio lo es -respondió-. Se requiere cierta práctica para entrar y salir de fase, pero a mí me resulta más sencillo que a los demás.

– ¿Por qué?

– Porque Ephraim Black era mi bisabuelo por parte de padre y Quil Ateara por parte de madre.

– ¿Quil? -pregunté, sorprendida.

– Su bisabuelo -me aclaró Jacob-. El Quil al que conoces es primo segundo mío.

– ¿Qué tiene que ver quiénes fueran tus bisabuelos?

– Pues que Ephraim y Quil formaban parte de la última manada. El tercero era Levi Uley. Así que lo llevo en la sangre por ambas partes. Nunca tuve la menor oportunidad. Igual que Quil tampoco la tiene.

Su expresión era sombría.

– ¿Y cuál es la parte buena? -le pregunté por animarle un poco.

– La parte buena -respondió, sonriendo de nuevo-, es la velocidad.

– ¿Es mejor que ir en moto?

Jacob asintió con entusiasmo.

– No hay comparación.

– ¿A qué velocidad puedes…?

– ¿… correr? -Jacob completó mi frase-. Muy rápido. ¿Con qué puedo medirlo? El otro día atrapamos a… ¿cómo se llamaba? ¿Laurent? Me imagino que para ti eso significará más que para cualquier otra persona.

Sí que lo significaba. Yo no era capaz de imaginarme a los lobos corriendo más rápido que un vampiro. Cuando los Cullen corrían, lo hacían a tal velocidad que prácticamente se hacían invisibles.

– Ahora, cuéntame algo que yo no sepa -me dijo-. Algo sobre vampiros. ¿Cómo pudiste soportar estar con ellos? ¿No te ponían los pelos de punta?

– No -respondí con sequedad.

Mi tono le dejó pensativo durante unos instantes.

– Dime, ¿por qué tu chupasangre mató a ese tal James? -me preguntó de repente.

– James intentaba matarme. Para él, era como un juego. Y perdió. ¿Te acuerdas de la primavera pasada, cuando estuve en el hospital en Phoenix?

Jacob respiró hondo.

– ¿Tan cerca estuvo?

– Muy, muy cerca -contesté mientras me acariciaba la cicatriz. Jacob se dio cuenta, porque tenía agarrada la mano que moví para hacerlo.

– ¿Qué pasa? -Jacob cambió de manos para examinar mi derecha-. Ah, es esa cicatriz tan curiosa, la que está fría -la miró de cerca con nuevos ojos y tragó saliva.

– Sí, es lo que estás pensando -dije-. James me mordió.

Sus ojos se pusieron saltones y su rostro adquirió un extraño color cetrino bajo la superficie rojiza. Parecía estar a punto de vomitar.

– Pero, si te mordió… ¿no deberías ser una…? -se atragantó y no pudo seguir.

– Edward me salvó dos veces -susurré-. Chupó el veneno, igual que si me hubiera mordido una serpiente de cascabel -me estremecí al sentir un latigazo de dolor en los bordes del agujero.

Pero no fui la única que se estremeció. Todo el cuerpo de Jacob temblaba junto al mío. El propio coche se movía.

– Cuidado, Jake. Tranquilo. Cálmate.

– Sí -jadeó él-. Tranquilo -empezó a sacudir la cabeza de un lado a otro con rapidez. Pasados unos momentos, sólo le temblaban las manos.

– ¿Estás bien?

– Sí, casi. Cuéntame más. Necesito algo en qué pensar para distraerme.

– ¿Qué quieres saber?

– No lo sé -tenía los ojos cerrados y trataba de concentrarse-. Supongo que algo de material adicional. ¿Algún otro Cullen tenía… talentos extra, como leer la mente?

Dudé unos segundos. Me pareció que aquélla era una pregunta que le haría a una espía, no a una amiga. Pero ¿qué sentido tenía ocultar lo que sabía? En ese momento carecía de importancia y le ayudaría a controlarse.

Así que hablé atropelladamente, mientras mi mente conjuraba la imagen del rostro destrozado de Emily y se me erizaba el vello de los brazos. No era capaz de imaginar a aquel lobo pardo encajando dentro del Golf. Si se transformaba ahora, Jacob destruiría el garaje entero.

– Jasper podía… digamos que controlaba las emociones de la gente que le rodeaba. No lo hacía a mala idea, sólo para tranquilizar a los demás y cosas así. Probablemente ayudaría mucho a Paul -añadí, bromeando sin ganas-, y Alice era capaz de ver cosas que aún no habían sucedido. Ya sabes, el futuro, aunque no en sentido absoluto. Los sucesos que veía cambiaban si alguien modificaba las circunstancias en que se debían producir…

Como cuando me vio a mí muriendo, y también convirtiéndome en una de ellos. Dos hechos que no habían sucedido y uno que nunca llegaría a suceder. La cabeza me empezó a dar vueltas. Parecía como si no pudiera extraer suficiente oxígeno del aire, como si no tuviera pulmones.

Jacob había recuperado el control por completo y estaba muy quieto, sentado a mi lado.

– ¿Por qué haces eso? -me preguntó. Tiró con suavidad del brazo que tenía apretado contra mi pecho, pero renunció al ver que no se soltaba. Yo ni siquiera me había dado cuenta de que había adoptado esa postura-. Siempre lo haces cuando te alteras. ¿Por qué?

– Me hace daño pensar en ellos -susurré-. Es como si no pudiera respirar… como si me rompiera en pedazos… -era extraño, pero ahora podía contarle muchas cosas a Jacob. Ya no había secretos entre nosotros.

Jacob me acarició el pelo.

– No pasa nada, Bella, no pasa nada. No volveré a sacar el tema más. Lo siento.

– Estoy bien -dije, tragando saliva-.Me pasa continuamente. No es culpa tuya.

– Somos una pareja muy complicada, ¿verdad? -dijo Jacob-. Ninguno de los dos es capaz de mantener la compostura cuando estamos juntos.

– Es patético -reconocí, aún sin aliento.

– Al menos, nos tenemos el uno al otro -dijo él. Resultaba evidente que el pensamiento le reconfortaba.

A mí también.

– Sí, al menos nos tenemos -dije.

Todo iba bien cuando estábamos juntos, pero Jacob se sentía obligado a llevar a cabo aquel trabajo horrible y peligroso, por lo que yo estaba sola a menudo, apalancada en La Push por mi propia seguridad, sin nada que hacer para distraer la mente de otras preocupaciones.

Me sentía un estorbo, siempre ocupando espacio en casa de Billy. A ratos estudiaba para el examen de Cálculo de la semana siguiente, pero no podía concentrarme demasiado tiempo en las matemáticas. Cuando no tenía a mano algo que hacer, sentía que debía entablar conversación con Billy. Ya se sabe, la presión de las normas sociales. Pero él no era muy dado a rellenar los silencios prolongados, por lo que se agudizaba la sensación de ser un estorbo.

Probé a pasarme por casa de Emily el miércoles por la tarde, para variar. Al principio fue muy agradable. Emily era una persona alegre y activa que nunca se sentaba y que siempre estaba haciendo algo. Yo la seguía mientras se dedicaba a revolotear por la casita y por el patio para barrer el suelo inmaculado, arrancar malas hierbas, arreglar una bisagra rota o trenzar lana en un antiguo telar; y además, siempre estaba cocinando. Se quejaba de vez en cuando de que aquellas carreras extra despertaban aún más el apetito de los chicos, pero se veía que no le importaba cuidarlos. Resultaba fácil estar con ella: al fin y al cabo, ahora las dos éramos chicas lobo.

Pero Sam se pasó por su casa cuando llevaba allí unas horas. Sólo me quedé el tiempo justo para enterarme de que Jacob estaba bien y de que no había más novedades; después, tuve que escapar. El aura de amor y satisfacción que les rodeaba era más difícil de soportar en dosis concentradas, cuando no había nadie alrededor de ellos para diluirla.

Así que sólo me quedaba vagabundear por la playa y recorrer aquella medialuna sembrada de rocas arriba y abajo, arriba y abajo, una y otra vez.