– ¿La tienes? -le oí preguntar a Sam.
– Sí, me la llevaré de aquí. Vuelvo al hospital. Luego me reuniré contigo. Gracias, Sam.
La cabeza todavía me daba vueltas. Su conversación carecía de sentido para mí en ese momento. Sam no contestó. No se oía nada; me pregunté si ya se habría marchado.
Las olas lamían y removían la arena detrás de nosotros mientras Jacob me sacaba de allí. Parecían enfadadas porque me hubiera escapado. Mientras miraba cansinamente hacia el horizonte, una chispa de color captó la atención de mis ojos extraviados; una pequeña llama de fuego bailaba sobre la masa de agua negra, allá lejos, en la bahía. La imagen carecía de sentido y me pregunté si estaba o no consciente. No dejaba de darle vueltas en la cabeza al recuerdo del agua oscura y agitada, donde me había sentido tan perdida que no identificaba con claridad el arriba y el abajo. Tan perdida… Sin embargo Jacob, de alguna manera…
– ¿Cómo me encontraste? -pregunté con voz ronca.
– Te estaba buscando -me contestó mientras subía al trote por la playa en dirección a la carretera, bajo la cortina de agua-. Seguí las huellas de las ruedas de tu coche y entonces te oí gritar -se estremeció-. ¿Por qué saltaste, Bella? ¿No te diste cuenta de que se estaba formando una gran tormenta? ¿Por qué no me esperaste? -la ira le colmaba la voz conforme el alivio pasaba a un segundo plano.
– Lo siento -murmuré-. Fue una estupidez.
– Desde luego, ha sido una verdadera estupidez -coincidió. Cayeron de su pelo varias gotas de lluvia cuando asintió con la cabeza-. Mira, ¿te importaría reservarte todas estas tonterías para cuando yo esté cerca? No puedo concentrarme si estoy todo el día pensando que andas tirándote de los acantilados a mi espalda.
– De acuerdo. Sin problemas -le aseguré. Mi voz sonó como la de una fumadora compulsiva. Intenté aclararme la garganta y entonces hice un gesto de dolor; fue como si me hubiera clavado un cuchillo en ese mismo sitio-. ¿Ha ocurrido algo hoy? ¿La… habéis encontrado?
Ahora me tocaba estremecerme a mí a pesar de que, pegada a su cuerpo ridículamente caluroso, no tenía nada de frío.
Jacob negó con la cabeza. Corría más que andaba mientras seguía la carretera en dirección a su casa.
– No, Victoria se arrojó al agua, y los chupasangres tienen allí más ventaja. Por eso volví corriendo a casa. Temía que a nado duplicara la velocidad con la que se movía a pie, y que regresara, y como pasas tanto tiempo en la playa… -se le formó un nudo en la garganta que le impidió hablar.
– Sam volvió contigo… ¿Están todos en casa? -esperaba que no siguieran buscándola.
– Sí. Algo así.
Bajo el aguacero que tamborileaba sobre nosotros, le observé entrecerrando los ojos para estudiar sus facciones. Tenía la mirada tensa por la preocupación o la pena.
Las palabras no cobraron sentido hasta que de pronto encajaron.
– Antes, al hablar con Sam, has mencionado el hospital. ¿Ha resultado herido alguno? ¿Luchó contra vosotros? -el tono de mi voz se alzó una octava, sonando extraño con la ronquera.
– No, no. Se trata de Harry Clearwater. Esta mañana le ha dado un ataque al corazón. Emily nos esperaba con la mala noticia al llegar.
– ¿Harry? -sacudí la cabeza mientras intentaba asumir sus palabras-. ¡Oh, no! ¿Lo sabe Charlie?
– Sí. Él también está allí, con mi padre.
– ¿Va a salir Harry de ésta?
Los ojos de Jacob se tensaron de nuevo.
– Por ahora, no tiene muy buena pinta.
De pronto, enfermé de culpabilidad. Pensar en el salto absurdo desde el acantilado hizo que me sintiera realmente mal. Nadie debería estar preocupándose por mí en esos instantes. ¡Qué momento más estúpido para volverse temeraria!
– ¿Qué puedo hacer? -le pregunté.
Entonces la lluvia dejó de empaparnos. No me di verdadera cuenta de que habíamos llegado a casa de Jacob hasta que cruzamos la puerta. El vendaval azotaba el tejado.
– Podrías quedarte aquí-repuso Jacob mientras me depositaba en el pequeño sofá-. Vamos, que no te muevas de esta casa. Te traeré alguna ropa seca.
Dejé que mis ojos se acostumbraran a la oscuridad de la estancia mientras Jacob iba de un lado para otro en su cuarto. La atestada habitación de la entrada parecía muy vacía sin Billy, casi desolada. Tenía un aspecto extrañamente ominoso, probablemente sólo porque yo sabía dónde estaba.
Jacob regresó en cuestión de segundos y me arrojó una pila de prendas de algodón gris.
– Te estarán grandes, pero no he encontrado nada mejor. Yo… esto… saldré fuera para que te puedas cambiar.
– No te vayas a ninguna parte. Estoy demasiado cansada para moverme todavía. Quédate conmigo.
Jacob se sentó en el suelo junto a mí y apoyó la espalda contra el sofá. Me pregunté cuándo habría sido la última vez que había dormido. A juzgar por su aspecto, estaba tan exhausto como yo.
Reclinó la cabeza sobre el cojín que estaba al lado del mío y bostezó.
– Ojalá pudiera descansar un minuto.
Cerró los ojos. Yo también dejé que los míos se cerraran.
Pobre Harry. Pobre Sue. Sabía que Charlie estaría con ellos. Era uno de sus mejores amigos. A pesar del pesimismo de Jacob, deseé fervientemente que Harry lo superara. Por el bien de Charlie. Por Sue, por Leah, por Seth.
El sofá de Billy estaba al lado del radiador, así que ahora me sentía caliente a pesar de mis ropas empapadas. Me dolían los pulmones de un modo que me empujaba hacia la inconsciencia más que a mantenerme despierta. Me pregunté vagamente si echar una cabezada sería una mala idea… si terminaría mezclando el ahogo con la conmoción cerebral. Jacob comenzó a roncar suavemente y me arrulló como si fuera una nana. Me quedé dormida enseguida.
Disfruté un sueño normal por vez primera en mucho tiempo. Sólo efectué un vagabundeo difuso por los viejos recuerdos: cegadoras visiones brillantes del sol de Phoenix, el rostro de mi madre, una destartalada casita en un árbol, un edredón usado, una pared de espejos, una llama en el agua negra… Iba olvidando una conforme pasaba a la siguiente, las olvidé todas…
… salvo la última, que quedó grabada en mi mente. No tenía sentido, sólo era un decorado en un escenario consistente en un balcón con una luna pintada colgada del cielo. Vi a la chica vestida con un camisón inclinarse sobre la baranda y hablar consigo misma.
Carecía de sentido, pero Julieta se hallaba en mi mente cuando me fui despertando poco a poco.
Jacob se había deslizado hasta quedar tumbado en el suelo, donde seguía durmiendo. Su respiración se había vuelto profunda y regular. La casa estaba ahora más oscura que antes y al otro lado de la ventana se veía todo negro. Me sentía rígida, pero caliente y casi seca. La garganta me ardía cada vez que respiraba.
Iba a tener que levantarme, al menos para tomarme una bebida, pero mi cuerpo sólo quería quedarse ahí, relajado, y no moverse nunca.
En vez de moverme, pensé en Julieta un poco más.
Me pregunté qué habría hecho si Romeo la hubiera dejado, no a causa del destierro, sino por desinterés. ¿Qué habría ocurrido si Rosalinda le hubiera dado un día de tiempo y él hubiera cambiado de opinión? ¿Y qué hubiera pasado si, en vez de casarse con Julieta, simplemente hubiese desaparecido?
Me parecía saber cómo se habría sentido Julieta.
Ella no habría vuelto a su vida anterior, seguro que no. Yo estaba convencida de que nunca se habría ido a otro lugar. Incluso si hubiera llegado a vivir hasta ser una anciana de pelo gris, cada vez que hubiera cerrado los ojos, habría visto el rostro de Romeo. Y ella lo habría aceptado, finalmente.