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Me pregunté si al final se habría casado con Paris, sólo para complacer a sus padres y mantener la paz. No, probablemente no, decidí, pero de todos modos, la historia dice poco de Paris. Era un simple monigote, un cero a la izquierda, una amenaza, un ultimátum para forzar la mano a Julieta.

¿Y qué pasaría si se supiera más sobre Paris? ¿Qué sucedería si Paris hubiera sido amigo de Julieta? ¿Su mejor amigo? ¿Qué habría ocurrido si él fuera la única persona en la que pudiera confiar la devastación causada por Romeo, la única persona que realmente la comprendiera y la hiciera sentirse otra vez medio humana? ¿Y si él era paciente y amable? ¿Y si cuidaba de ella? ¿Qué sucedería si Julieta supiera que no podría sobrevivir sin él? ¿Qué pasaría si él realmente la amara y deseara que ella fuera feliz?

¿Y si ella quisiera a Paris? No como a Romeo, por descontado, ya que no había nada similar, pero sí lo bastante para que ella deseara que él también fuera feliz.

En la habitación no se oía otro sonido que la respiración cadenciosa y profunda de Jacob, como la nana que se canta en voz baja a un niño, como el vaivén de una mecedora, como el tictac de un viejo reloj cuando no se tiene por qué ir a ninguna parte… Era un sonido reconfortante.

Si Romeo se hubiera ido realmente para no volver, ¿qué importaba si Julieta aceptaba o no la oferta de Paris? Quizás ella hubiera intentado conformarse con los restos que le quedaran de su vida anterior. Tal vez esto fuese lo más cerca que pudiera llegar a estar de la felicidad.

Suspiré, y después gruñí cuando el suspiro me arañó la garganta. Estaba dando demasiada importancia a la historia. Romeo no hubiera cambiado de idea. Ésa es la razón por la cual la gente todavía recuerda su nombre, siempre emparejado con el de ella: Romeo y Julieta. Y ése también es el motivo de que se la considere una buena historia. «Julieta se conforma con Paris» nunca habría sido un éxito.

Cerré los ojos y me dejé ir de nuevo. Permití a mi mente que vagara lejos de esa estúpida obra de teatro en la que no quería volver a pensar, y en vez de eso regresé a la realidad para cavilar sobre el necio error de los saltos de acantilado; y no sólo el acantilado, sino también las motos y mi comportamiento alocado a lo Evel Knievel [2]. ¿Qué habría ocurrido de haberme pasado algo malo? ¿Qué habría supuesto eso para Charlie? El repentino ataque al corazón de Harry me había puesto las cosas en perspectiva. Una perspectiva que yo no quería afrontar porque significaba que tendría que cambiar mis costumbres. ¿Podría vivir así?

Tal vez. No iba a ser fácil; de hecho, sería triste de verdad el abandonar mis alucinaciones para intentar madurar, pero quizá debería hacerlo. Incluso podría llegar a conseguirlo. Si tuviera a Jacob.

No podía tomar esa decisión justo en ese momento. Dolía demasiado. Tendría que pensar en otra cosa.

Mientras me esforzaba en encontrar algo agradable en lo que pensar, le estuve dando vueltas a las imágenes del atolondrado comportamiento de la tarde: la sensación del aire en la cara al caer, la negrura del agua, la succión de la corriente, el rostro de Edward -me demoré en ella durante un buen rato-, las cálidas manos de Jacob mientras intentaba devolverme a la vida, la lluvia que nos atacaba desde las nubes púrpuras como miles de aguijones, la extraña llama entre las olas…

Recordé la llama de color sobre las aguas con un cierto sentimiento de familiaridad. Desde luego, no podía ser fuego de verdad…

El chapoteo de un coche en la carretera enlodada cortó el hilo de mis pensamientos. Oí cómo frenaba delante de la casa y también el estrépito de puertas que se abrían y cerraban. Pensé que debía sentarme y después decidí pasar de la idea.

Era fácil identificar la voz de Billy, aunque habló en voz baja, algo poco habitual en él, por lo que quedó reducida a un gruñido grave.

Se abrió la puerta y alguien encendió la luz. Parpadeé, momentáneamente cegada. Jake se despertó sobresaltado, jadeando mientras se incorporaba de un salto.

– Lo siento -refunfuñó Billy-. ¿Os hemos despertado?

Mis ojos enfocaron lentamente su rostro y después, cuando pude interpretar su expresión, se llenaron de lágrimas.

– ¡Oh, no, Billy! -gemí.

El aludido asintió con un gesto lento. Tenía el rostro endurecido por la pena. Jake se acercó presuroso a su padre y le tomó de la mano. La pena le rejuveneció hasta conferir a su rostro un aspecto repentinamente aniñado, lo cual resultaba una extraña culminación a su cuerpo de hombre.

Sam se hallaba detrás de Billy. Empujó la silla para que cruzara la puerta. La angustia había reemplazado a la habitual compostura de su cara.

– Cuánto lo siento -murmuré.

Billy asintió.

– Va a ser muy duro para todos.

– ¿Dónde está Charlie?

– Tu padre se ha quedado con Sue en el hospital. Hay una gran cantidad… de disposiciones que tomar.

Tragué con dificultad.

– Será mejor que vuelva allí -murmuró Sam entre dientes; luego, salió precipitadamente por la puerta.

Billy retiró su mano de la de Jacob y después atravesó la habitación en dirección a la cocina.

Jake le miró durante un minuto y después vino a sentarse en el suelo, a mi lado. Ocultó el rostro entre las manos. Le acaricié el hombro, deseando que se me ocurriera algo que pudiera decirle.

Después de un buen rato, Jacob me tomó la mano y la sostuvo contra su cara.

– ¿Qué tal estás? ¿Te encuentras bien? Probablemente debería haberte llevado a un médico o algo así -suspiró.

– No te preocupes por mí -solté con voz ronca.

Giró el rostro para mirarme. Sus ojos estaban ribeteados de rojo.

– No tienes muy buen aspecto.

– Supongo que tampoco me encuentro demasiado bien.

– Iré a buscar tu coche para llevarte a casa; deberías estar allí cuando Charlie regrese.

– De acuerdo.

Me quedé tumbada, apática, en el sofá mientras le esperaba. Billy permanecía en silencio en la otra habitación. Me sentía como una mirona que escudriñaba una pena privada y ajena.

Jacob no necesitó mucho tiempo para traer mi coche. El rugido del motor rompió el silencio antes de lo esperado. Me ayudó a levantarme del sofá sin decir una palabra, manteniendo su brazo alrededor de mis hombros mientras el aire frío del exterior me hacía temblar. Se acomodó en el asiento del conductor sin preguntarme y a continuación me empujó hacia su lado para mantener su brazo apretado a mi alrededor. Dejé caer la cabeza sobre su pecho.

– ¿Cómo vas a volver a casa? -le pregunté.

– Es que no voy a volver. Todavía no hemos atrapado a la chupasangre, ¿recuerdas?

El estremecimiento que sentí no tuvo nada que ver con el frío. Después fue un viaje tranquilo. El aire helado me había avivado. Me sentía alerta, con la mente trabajando deprisa y con intensidad.

¿Qué pasaría? ¿Cuál era la opción acertada? Ahora era incapaz de concebir mi vida sin Jacob. Me encogía ante la idea de siquiera imaginarlo. De algún modo, él se había convertido en una parte esencial de mi supervivencia, pero dejar las cosas en su estado actual… eso era una crueldad, tal y como Mike me Había echado en cara.

Recordé mi viejo deseo de que Jacob fuera mi hermano. Me daba cuenta ahora de que lo que quería realmente era tener algún derecho sobre él. La manera en la que él me abrazaba no parecía muy fraternal. Simplemente era agradable, cálido, familiar y reconfortante. Seguro. Jacob era un puerto seguro.

Podía reclamar ese derecho, estaba realmente en mis manos.

Era consciente de que iba a tener que contárselo todo. No había otra forma de ser legal con él. Tendría que explicárselo bien para que supiera que yo no me estaba conformando, que le consideraba algo realmente bueno para mí. Él ya sabía que me sentía rota por dentro -esa parte no le sorprendería-, pero tenía que revelarle hasta qué punto era así, incluso habría de admitir mi locura y explicarle lo de las voces. Jake tendría que saberlo todo antes de tomar una decisión.