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Sin embargo, aunque yo reconocía esa necesidad, también era consciente de que él querría estar conmigo a pesar de todo, ni siquiera se detendría a considerarlo.

Tendría que comprometerme, entregar todo lo que quedaba de mí, cada pedazo roto. Era la única manera de ser justa con él. ¿Lo haría? ¿Podría hacerlo?

¿De verdad estaba tan mal que intentara hacer feliz a Jacob? Incluso si el amor que sentía por él no fuera más que un eco débil del que era capaz de sentir, aunque mi corazón se encontrara lejos y ausente, malherido por mi voluble Romeo, ¿tan malo era?

Jacob detuvo el coche enfrente de mi casa, que estaba a oscuras, y apagó el motor; de pronto, reinó el silencio. Como tantas otras veces, él parecía estar en consonancia con mis pensamientos de ese momento.

Me abrazó y me estrechó contra su pecho, envolviéndome con su cuerpo. De nuevo, esto me hizo sentir bien. Era casi como ser otra vez una persona completa.

Creí que pensaba en Harry, pero entonces habló y su tono de voz era de disculpa.

– Perdona. Sé que mis sentimientos y los tuyos no son los mismos, Bella, pero te juro que no importa. Me alegro tanto de que te encuentres bien que tengo ganas de cantar, y eso, desde luego, es algo que a nadie le gustaría escuchar.

Se rió con su risa gutural en mi oído.

Mi respiración pareció lijar las paredes de mi garganta hasta excavar un agujero.

A pesar de su indiferencia y teniendo en cuenta las circunstancias, ¿no desearía Edward que yo fuera lo más feliz posible? ¿No le quedaría suficiente afecto como para querer esto para mí? Pensé que sería así. No, no me echaría en cara que concediera a mi amigo Jacob una pequeña parte del amor que él no quería. Después de todo, no era la misma clase de amor, en absoluto.

Jake presionó su mejilla cálida contra la parte superior de mi cabeza.

Sabía sin lugar a dudas qué sucedería si ladeaba el rostro y presionaba mis labios contra su hombro desnudo… Sería muy fácil. No habría necesidad de explicaciones esta noche.

Pero ¿sería capaz de hacerlo? ¿Podría traicionar a mi amado ausente para salvar mi patética vida?

Las mariposas asaltaron mi estómago mientras pensaba si volvía o no el rostro.

Entonces, con la misma claridad que si me hubiera puesto en riesgo inmediato, la voz aterciopelada de Edward me susurró al oído: Sé feliz.

Me quedé helada.

Jacob sintió cómo me ponía rígida, me soltó de forma automática y se volvió para abrir la puerta.

Espera, me hubiera gustado decirle. Sólo un momento. Pero seguí paralizada en mi asiento, escuchando el eco de la voz de Edward en mi mente.

De pronto, entró en el coche un soplo de aire, frío como el de una tormenta.

– ¡Arg! -Jacob espiró con fuerza, como si alguien le hubiera golpeado en la barriga-. ¡Vaya mierda!

Cerró la puerta de golpe al tiempo que giraba la llave del encendido. Le temblaban tanto las manos que yo no sabía cómo se las iba a arreglar para hacerlo.

– ¿Qué ocurre?

Aceleró demasiado rápido, así que el motor petardeó y se caló.

– Vampiro -espetó.

La sangre huyó de mi cabeza, por lo que me sentí mareada.

– ¿Cómo lo sabes?

– ¡Porque puedo olerlo! ¡Maldita sea!

Los ojos de Jacob brillaban salvajes mientras rastreaba la calle oscura. No parecía consciente de los temblores que recorrían su cuerpo.

– ¿Entro en fase o la saco de aquí antes? -murmuró para sí mismo.

Me miró durante una fracción de segundo, tiempo suficiente para percatarse de mis ojos dilatados por el terror y mi pálida faz; después, se volvió para rastrear la calle otra vez.

– De acuerdo. Primero te saco de aquí.

El motor arrancó con un rugido. Las cubiertas chirriaron mientras le daba la vuelta al coche para girar hacia nuestra única ruta de escape. Las luces delanteras barrieron el pavimento e iluminaron la línea frontal del bosque oscuro, y finalmente se reflejaron en un coche aparcado al otro lado de la calle, donde estaba mi casa.

– ¡Frena! -jadeé.

Conocía ese vehículo negro, yo, que era el polo opuesto a un aficionado a los coches, podía decirlo todo sobre ese vehículo en particular. Era un Mercedes S55 AMG. Sabía de memoria cuántos caballos de potencia tenía y el color de la tapicería. Conocía la sensación de ese motor potente susurrando a través de la carrocería. Había sentido el olor delicioso de los asientos de cuero y el modo en que los cristales tintados hacían que un mediodía pareciera un atardecer.

Era el coche de Carlisle.

– ¡Frena! -grité otra vez, y más fuerte, porque Jacob estaba haciendo correr el coche calle abajo.

– ¡¿Qué?!

– No es Victoria. ¡Para, para! Quiero volver.

Pisó con tal fuerza el freno que tuve que sujetarme para no darme un golpe contra el salpicadero.

– ¿Qué? -me preguntó de nuevo, aterrado. Me miraba con el horror reflejado en los ojos.

– ¡Es el coche de Carlisle! Son los Cullen. Lo sé.

Vio despertar en mí la esperanza y un temblor violento le sacudió el cuerpo.

– ¡Eh, cálmate, Jake! Todo va bien. No hay peligro, ¿ves? Relájate.

– Sí, relájate -resolló mientras agachaba la cabeza y cerraba los ojos. Mientras se concentraba para no transformarse en un lobo, observé el coche negro a través del cristal trasero.

Sólo puede ser Carlisle, me dije a mí misma. No esperes otra cosa. Quizás Esme… Para ya, dije para mis adentros. Sería Carlisle a lo sumo. Más de lo que yo hubiera pensado que podría volver a tener.

– Hay un vampiro en tu casa -masculló Jacob-. ¿Y tú quieres regresar?

Aparté la vista del Mercedes a regañadientes, aterrorizada de que pudiera desaparecer si le quitaba los ojos de encima un segundo, y le miré a él para contestarle con voz inexpresiva ante la sorpresa con que me había formulado la pregunta:

– Por supuesto.

Por supuesto que quería volver.

El rostro de Jacob se endureció hasta convertirse en la máscara de amargura que yo había dado por desaparecida. Antes de que tuviera tiempo de ajustársela, atisbé cómo flameaba en sus ojos el impacto causado por mi traición. Le seguían temblando las manos. Parecía diez años mayor que yo.

Inspiró profundamente.

– ¿Estás segura de que no es una trampa? -me preguntó lentamente, con voz severa.

– No es una trampa, es Carlisle. ¡Llévame de vuelta!

Un estremecimiento hizo ondular los amplios hombros de Jacob, pero sus ojos continuaron inexpresivos y vacíos de emoción.

– No.

– Jake, todo va bien…

– No. Vuelve tú sola, Bella -su voz restalló y me estremecí cuando el sonido me golpeó. Su mandíbula se tensaba y relajaba sin cesar.

– No es como…

– He de hablar con Sam ahora mismo. Esto cambia las cosas. No nos pueden capturar en su territorio.

– ¡Jake, esto no es una guerra!

No me escuchó. Dejó el cambio de marchas en punto muerto y salió por la puerta de un salto, abandonando el coche con el motor encendido.

– Adiós, Bella -se despidió sin volverse-. Espero que no mueras, de verdad.

Echó a correr en medio de la noche. Temblaba con tal virulencia que su forma pareció difuminarse. Desapareció antes de que yo pudiera abrir la boca para llamarle y pedirle que volviera.

El remordimiento me inmovilizó contra el asiento durante un minuto interminable. ¿Qué le acababa de hacer a Jacob?

Pero el remordimiento no me duró mucho rato.

Me deslicé del asiento del copiloto al del conductor y me puse al volante. Las manos me temblaban casi tanto como las de Jacob. Necesité otro minuto para concentrarme. Entonces, con cuidado, di media vuelta y conduje de regreso a mi casa.