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Alice asintió y pareció preocupada.

– ¿Qué?

– No lo sé -comentó-. No estoy segura de lo que pueda significar.

– Bueno, al menos, no estoy muerta.

Ella puso los ojos en blanco.

– Se comportó como un necio al pensar que podrías sobrevivir sola. Nunca he conocido a nadie tan dispuesto a jugarse la vida estúpidamente.

– Sobreviví -señalé.

Ella estaba pensando en algo más.

– Bueno, si las corrientes eran demasiado fuertes para ti, ¿cómo se las arregló Jacob?

– Es… fuerte.

Alice enarcó las cejas al percibir una nota de renuencia en mi voz.

Me mordí el labio durante un segundo. ¿Era o no era un secreto? Y si lo era, entonces, ¿a quien se debía mi lealtad? ¿A Jacob o a Alice?

Qué difícil es guardar un secreto, pensé. Si Jacob lo sabía todo, ¿por qué no Alice?

– Mira, él es… algo así como un hombre lobo -admití de forma atropellada-. Los quileutes se transforman en lobos cuando hay vampiros cerca. Ellos conocen a Carlisle desde hace muchísimo tiempo. ¿Estabas ya con Carlisle en aquella época?

Alice se me quedó mirando boquiabierta durante un momento y después se recuperó, parpadeando rápidamente.

– Bien, eso explica el olor -murmuró ella-, pero ¿también justifica el hecho de que no le viera? -puso cara de pocos amigos y su frente de porcelana se arrugó.

– ¿El olor? -repetí.

– Hueles fatal -explicó ella de forma ausente, todavía con gesto de contrariedad-. ¿Un licántropo? ¿Estás segura de eso?

– Muy segura -le prometí; hice un gesto de dolor al recordar la pelea de Paul y Jacob en el camino-. Tengo la sensación de que no estabas aún con Carlisle la última vez que hubo licántropos aquí, en Forks.

– No, no nos habíamos encontrado todavía -Alice seguía perdida en sus pensamientos. Repentinamente se le dilataron los ojos y se volvió a mirarme con una expresión de consternación-. ¿Tu mejor amigo es un hombre lobo?

Asentí avergonzada.

– ¿Desde cuándo sucede esto?

– Desde hace poco -dije, y mi voz sonaba a la defensiva- Se convirtió en lobisón hace sólo unas pocas semanas.

Me fulminó con la mirada.

– ¿Un licántropo joven? ¡Eso es todavía peor! Edward tenía razón, eres un imán para el peligro. ¿No se suponía que te ibas a mantener al margen de los problemas?

– Los hombres lobo no son nada peligrosos -refunfuñé, aturdida por su tono crítico.

– Hasta que pierden los estribos -sacudió la cabeza de un lado al otro con energía-. Estas cosas sólo te pasan a ti, Bella. Nadie debería haber estado mejor que tú cuando los vampiros nos marchamos de la ciudad, pero tú tenías que involucrarte con los primeros monstruos que te encontraras.

No quería discutir con Alice. La idea de que estaba realmente ahí, de que podía tocar su piel marmórea y escuchar su voz como la de un carillón mecido por el viento, aún me hacía estremecer de alegría. Pero ella tenía que fastidiarlo todo.

– No, Alice, en realidad los vampiros no se fueron, al menos, no todos. Y ése ha sido el verdadero problema. Victoria me habría capturado a estas alturas de no ser por los licántropos. Aunque, desde luego, si no hubiera sido por Jake y sus amigos, Laurent me habría atrapado antes que ella, claro, así que…

– ¿Victoria? -susurró ella-. ¿Laurent?

Asentí, un poco intimidada por la expresión de sus ojos oscuros. Me señalé el pecho.

– Soy un imán para el peligro, ¿recuerdas?

Sacudió la cabeza otra vez.

– Cuéntamelo todo, pero hazlo desde el principio.

Pasé por alto el principio soslayando el asunto de las motos y de las voces, pero le conté todo lo demás hasta el desastre más reciente. No le gustaron mis poco convincentes explicaciones sobre el aburrimiento y los acantilados, de modo que me lancé sobre la parte de la historia referida a la extraña llama que había atisbado en el agua y aventuré mi suposición. Sus ojos se estrecharon tanto entonces que se convirtieron en ranuras. Era raro ver su mirada tan… tan peligrosa, como la de un vampiro. Tragué saliva a duras penas y continué con el resto de la historia, lo relativo a Harry.

Ella lo escuchó todo sin interrumpirme. De vez en cuando sacudía la cabeza y la arruga de su frente se volvía más profunda hasta que pareció permanentemente grabada en el mármol de su piel. No dijo nada, y al final se quedó inmóvil, impresionada por la pena ajena de la muerte de Harry. Pensé en Charlie; volvería pronto a casa. ¿En qué condiciones se encontraría?

– Nuestra marcha no te hizo bien alguno, ¿a que no? -murmuró Alice.

Solté una carcajada, aunque sonó algo histérica.

– Pero ésa no es la cuestión de todos modos, ¿verdad? No creo que os marcharais por mi bien.

Puso cara de pocos amigos y miró al suelo un momento.

– Bueno… supongo que hoy he actuado de forma algo impulsiva. Probablemente no me debería haber entrometido.

Sentí cómo la sangre huía de mi rostro y se me hacía un vacío en el estómago.

– No sigas, Alice -susurré. Mis dedos se cerraron en torno al cuello de su blusa blanca y empecé a hiperventilar-. Por favor, no me dejes.

Abrió los ojos aún más.

– De acuerdo. No voy a ir a ninguna parte esta noche -dijo, pronunciando cada palabra con precisión minuciosa-. Respira hondo.

Intenté obedecerla, aunque apenas sabía dónde tenía los pulmones.

Me miró a la cara mientras yo me concentraba en respirar. Esperó hasta que me calmé para hacer un comentario.

– Qué mala pinta tienes, Bella.

– Hoy he estado a punto de ahogarme -le recordé.

– Es algo más profundo que eso. Estás hecha una pena.

Aguanté el dolor que su frase me produjo sin rechistar.

– Mira, lo estoy haciendo lo mejor que puedo.

– ¿Eso qué quiere decir?

– No ha sido fácil. Me estoy esforzando.

Frunció el ceño.

– Se lo dije -comentó para sus adentros.

– Alice ¿con qué pensabas que te ibas a encontrar? -suspiré-. Quiero decir, además de verme muerta. ¿Esperabas hallarme saltando de un lado para otro y cantando canciones de una comedia musical? Creo que me conoces un poco más.

– Así es, pero albergaba la esperanza…

– Pues entonces, supongo que no soy yo la que tiene el monopolio del mercado de la idiotez.

Sonó el teléfono.

– Ése debe de ser Charlie -aventuré mientras me ponía en pie de un salto. Aferré la mano pétrea de Alice y la arrastré conmigo hacia la cocina. No tenía la menor intención de dejarla fuera de mi vista.

– ¿Charlie? -contesté al descolgar el aparato.

– No, soy yo -dijo Jacob.

– ¡Jake!

Alice escudriñó mi expresión.

– Sólo me estoy asegurando de que sigues viva -comentó Jacob con amargura.

– Estoy bien. Te dije que no era…

– Ya. Lo sé. Adiós.

Jacob me colgó.

Suspiré, dejé caer hacia atrás la cabeza y me quedé mirando al techo.

– Esto va a ser un buen problema.

Alice me apretó la mano.

– No les emociona que me encuentre aquí.

– No especialmente, pero no es asunto suyo de todos modos.

Alice me rodeó con un brazo.

– ¿Y qué vamos a hacer ahora? -musitó ella. Pareció hablar consigo misma durante un momento-. Cosas que hacer… Atar cabos sueltos.

– ¿Qué es lo que hay que hacer?

Su rostro se volvió repentinamente cauteloso.

– No lo sé con seguridad. Necesito ver a Carlisle.

¿Por qué se tenía que ir tan pronto? Sentí una opresión en el estómago.

– ¿No puedes quedarte? -le supliqué-. ¿Por favor? Sólo un poco. Te he echado mucho de menos -la voz se me quebró.

– Si tú crees que es buena idea… -sus ojos mostraron su descontento.