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– Sí. Puedes quedarte aquí, a Charlie le encantará.

– Tengo mi casa, Bella.

Asentí, descontenta pero resignada. Ella dudó mientras me estudiaba.

– Bueno, al menos necesitaría ir a por una maleta de ropa.

La abracé impulsivamente.

– ¡Alice, eres la mejor!

– Además, creo que debería ir de caza ahora mismo -añadió con la voz estrangulada.

– Ups… -di un paso hacia atrás.

– ¿Podrías mantenerte apartada de los problemas durante una hora? -me preguntó con escepticismo. Entonces, antes de que pudiera contestarle, alzó un dedo y cerró los ojos. Su rostro se suavizó y quedó en blanco durante unos momentos.

Después abrió los ojos y se contestó a su propia pregunta.

– Sí, creo que estarás bien. Al menos, por lo que se refiere a esta noche -hizo una mueca. Incluso al poner caras, su rostro seguía pareciendo el de un ángel.

– ¿Volverás? -le pregunté con voz débil.

– Te lo prometo. Estaré aquí dentro de una hora.

Miré fijamente al reloj que había encima de la mesa. Ella se rió y se inclinó rápidamente para darme un beso en la mejilla. Se fue inopinadamente.

Respiré hondo. Alice iba a volver. De pronto, me sentí mucho mejor.

Tenía un montón de cosas de las que ocuparme mientras la esperaba. Lo primero de todo era darme una ducha. Olisqueé mis hombros mientras me desnudaba sin conseguir detectar el aroma a agua salada y a algas del océano. Me pregunté qué era lo que quería decir Alice con lo de que yo olía mal.

Volví a la cocina después de ducharme. No hallé indicios de que Charlie hubiera comido recientemente y probablemente estaría hambriento a su regreso. Tarareé algo entre dientes, sin hacer ruido, yendo de un lado para otro de la cocina.

Mientras el estofado del jueves daba vueltas en el microondas, puse sábanas y una vieja almohada en el sofá. Alice no las necesitaría, pero Charlie tenía que verlas. Fui cuidadosa en lo de no mirar el reloj. No había motivos para sufrir un ataque de pánico; Alice lo había prometido.

Me apresuré a cenar, sin apreciar el sabor de la comida. Lo único que sentía era el dolor de la garganta en carne viva cada vez que tragaba. Sobre todo tenía sed; debí de beberme casi dos litros de agua hasta quedar saciada. La sal que se había acumulado en mi cuerpo me había deshidratado.

Fui a comprobar si era capaz de ver la tele mientras esperaba…

… pero Alice ya me aguardaba sentada en su cama improvisada. Sus ojos tenían el color del caramelo líquido. Sonrió y palmeó la almohada.

– Gracias.

– Has llegado pronto -dije eufórica.

Me senté a su lado y apoyé la cabeza sobre su hombro. Ella me envolvió con sus brazos y suspiró.

– Bella, ¿qué vamos a hacer contigo?

– No lo sé -reconocí-. De verdad que lo he intentado con todas mis fuerzas.

– Te creo.

Nos quedamos en silencio.

– ¿Sabe…? ¿Sabe él…? -inspiré hondo. Era muy difícil decir su nombre en voz alta, incluso ahora que sí era capaz de pensar en él-. ¿Sabe Edward que estás aquí? -no pude evitar la pregunta. Era mi pena, después de todo. Ya me las apañaría con ella cuando Alice se fuera, me prometí a mí misma, y me puse enferma sólo de pensarlo.

– No.

Sólo había una manera de que esto fuese verdad.

– ¿No está con Carlisle y Esme?

– Se pone en contacto con ellos cada pocos meses.

– Oh -debía de estar por ahí, disfrutando de sus diversiones. Concentré mi curiosidad en un tema más seguro-. Me dijiste que volaste hasta aquí… ¿Desde dónde venías?

– Me hallaba en Denali. Hacía una visita a la familia de Tanya.

– ¿Está Jasper aquí? ¿Te ha acompañado?

Ella sacudió la cabeza.

– No está de acuerdo con que yo interfiera. Prometimos… -dejó que su voz se apagara y después de eso cambió el tono-. ¿Y tú crees que a Charlie no le importará que me quede aquí? -preguntó, preocupada.

– Charlie cree que eres maravillosa, Alice.

– Bueno, eso lo vamos a comprobar ahora mismo.

Como era de esperar, a los pocos segundos oí cómo el coche patrulla aparcaba en la entrada. Me levanté de un salto y me apresuré a abrir la puerta.

Charlie caminaba arrastrando los pies por la vía de acceso, con los ojos fijos en el suelo y los hombros caídos. Avancé para encontrarme con él; apenas me vio hasta que le abracé por la cintura. Me devolvió el abrazo con fuerza.

– Cuánto siento lo de Harry, papá.

– Lo cierto es que le vamos a echar de menos -murmuró Charlie.

– ¿Cómo lo lleva Sue?

– Parece aturdida, como si aún no fuera consciente de lo que ha pasado. Sam se ha quedado con ella… -el volumen de su voz iba y venía-. Esos pobres chicos. Leah es un año mayor que tú, y Seth sólo tiene catorce… -sacudió la cabeza.

Mantuvo sus brazos apretados estrechamente a mi alrededor aunque habíamos comenzado a andar hacia la puerta.

– Esto… Papá… -me figuré que sería mejor avisarle-. ¿A que no adivinas quién ha venido?

Me miró sin comprender. Su cabeza giró alrededor y descubrió el Mercedes al otro lado de la calle, ya que las luces del porche se reflejaban en la satinada pintura negra. Antes de que pudiera reaccionar, Alice estaba en la entrada.

– Hola, Charlie -dijo con voz apagada-. Siento haber llegado en un momento tan triste.

– ¿Alice Cullen? -fijó la mirada en la figura esbelta que estaba de pie frente a él, como si dudara lo que sus ojos le decían-. ¿Alice, eres tú?

– Soy yo -confirmó ella-. Pasaba por aquí.

– ¿Está Carlisle…?

– No, he venido sola.

Tanto Alice como yo nos dimos cuenta de que él en realidad no preguntaba por Carlisle. Su brazo se apretó con más fuerza contra mi hombro.

– Se puede quedar, ¿no? -supliqué-. Ya se lo he pedido.

– Claro -dijo Charlie mecánicamente-. Estamos encantados de que estés aquí, Alice.

– Muchas gracias, Charlie. Sé que es un momento de lo más inapropiado.

– No, en realidad, es lo mejor. Voy a estar muy ocupado haciendo lo que pueda por la familia de Harry; será estupendo para Bella tener a alguien que le haga compañía.

– Te he puesto la cena en la mesa, papá -le dije.

– Gracias, Bella.

Me dio otro apretón antes de dirigirse hacia la cocina.

Alice regresó al sofá y yo la seguí. Esta vez fue ella la que me atrajo hacia su hombro.

– Pareces cansada.

– Sí -admití y me encogí de hombros-. Las experiencias cercanas a la muerte me ponen en este estado. Oye, ¿y que pensará Carlisle de que estés aquí?

– No lo sabe. Esme y él están de caza. Sabré algo de él dentro de unos días, cuando regrese.

– Pero ¿no se lo dirás, no… cuando él vuelva? -le pregunté. Ella sabía que no me estaba refiriendo a Carlisle de nuevo.

– No. Me arrancaría la cabeza -dijo Alice con tristeza.

Solté una carcajada y luego suspiré.

No quería dormir, prefería quedarme levantada toda la noche hablando con Alice. No tenía sentido que estuviera cansada después de haberme pasado buena parte del día tirada en el sofá de Jacob, pero la experiencia del ahogo me había dejado realmente exhausta y era incapaz de tener los ojos abiertos. Descansé mi cabeza en su hombro pétreo y me dejé ir hacia una paz y un olvido que nunca hubiera esperado conseguir.

Me desperté temprano, después de un sueño profundo y sin pesadillas, sintiéndome descansada pero con los músculos agarrotados. Estaba en el sofá, arropada bajo las mantas que había preparado para Alice, desde donde podía escucharla hablando con Charlie en la cocina. Parecía que él le había preparado el desayuno.

– Dime, Charlie, ¿ha sido muy malo? -preguntó Alice con voz queda; al principio pensé que se estaban refiriendo a los Clearwater.

Charlie suspiró.

– Ha sido espantoso.