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– Cuéntamelo. Quiero saber exactamente qué ocurrió después de que nos marchásemos.

Hubo una pausa mientras se cerraba la puerta de una alacena y se apagaba un botón de la cocina. Esperé, muerta de vergüenza. Charlie comenzó a hablar muy despacio:

– Nunca me había sentido tan impotente. No sabía qué hacer. Hubo un momento durante aquella primera semana en que temí que sería necesario hospitalizarla.

»No comía ni bebía ni se movía. El doctor Gerandy andaba por aquí mencionando palabras como «catatonia», aunque no le dejé acercarse. Me daba miedo que la asustara.

– Pero ¿terminó saliendo de esa situación?

– Hice venir a Renée para que se la llevara a Florida. Era sólo porque yo no quería ser el que… por si Bella tenía que ir a un hospital o algo así. Albergaba la esperanza de que estar con su madre la ayudara, pero ¡cómo se revolvió cuando empezamos a empaquetar sus ropas! Nunca la había visto con un ataque como ése. Ni siquiera es una persona a la que le den berrinches, pero hija, ese día se puso hecha una fiera. Arrojó sus vestidos por todas partes y gritó que no podíamos obligarla a marcharse, y al final rompió a llorar. Pensé que sería un punto de inflexión, así que no discutí cuando insistió en quedarse aquí y al principio dio la impresión de que se recuperaba…

La voz de Charlie se desvaneció. Era duro escucharle contar eso, saber la pena que le había causado.

– Pero…-le apuntó Alice.

– Volvió a la escuela y al trabajo; comía, dormía, hacía las tareas y contestaba cuando alguien le preguntaba algo, pero estaba… vacía. Tenía los ojos inexpresivos. Había un montón de detalles pequeños, como, por ejemplo, que no volvió a escuchar música. Encontré un montón de discos rotos en la basura. No leía y nunca permanecía en la misma habitación donde hubiera una tele encendida, aunque lo cierto es que hasta entonces tampoco le había gustado mucho. Finalmente comprendí que ella evitaba todo aquello que le pudiera recordar a… él.

»Hablábamos poco, ya que temía decir algo que le molestara, se estremecía por las cosas más pequeñas y nunca hacía nada por propia voluntad. Sólo se limitaba a contestar si le hacía una pregunta directa.

»Estaba sola todo el tiempo. No volvió a llamar a sus amigos, hasta que después de un tiempo ellos también dejaron de telefonearla.

»Todo esto parecía como La noche de los muertos vivientes. Todavía la oigo gritar en sueños…

Casi podía ver cómo se estremecía, y yo temblé también al recordarlo. Luego, suspiré. No había conseguido engañarle nunca, en absoluto, ni durante un segundo.

– Lo siento mucho, Charlie -dijo Alice con voz apesadumbrada.

– No ha sido culpa tuya -lo dijo de un modo que dejaba perfectamente claro a quién responsabilizaba de todo-. Siempre has sido una buena amiga para ella.

– Sin embargo, ahora parece estar mejor.

– Sí. He notado una mejoría de verdad desde que empezó a salir con Jacob Black. Al volver a casa, tiene un poco de color en las mejillas y cierta luz en los ojos. Parece algo más feliz -hizo una pausa y su voz se había vuelto diferente cuando volvió a hablar-. Jacob tiene alrededor de un año menos que ella y sé que Bella siempre ha pensado en él como un amigo, pero creo que ahora quizás haya algo más, o al menos su relación parece haber cambiado en esa dirección -Charlie dijo esto de una forma casi beligerante. Era un aviso, no para Alice, sino para que ella se lo hiciera llegar a otros-. Jake es maduro para su edad -continuó, todavía a la defensiva-. Ha cuidado físicamente de su padre del mismo modo que Bella cuidó emocionalmente de su madre. Eso le ha hecho madurar. También es un chaval apuesto, le viene por parte de madre. Ha sido bueno para Bella, ¿sabes? -insistió Charlie.

– Entonces está bien que pueda contar con él.

Charlie inspiró muy hondo y se rindió ante el hecho de que Alice no se opusiera.

– Vale, tal vez esté exagerando un poco las cosas… No lo sé… Incluso cuando está con Jacob, hay veces que veo algo en sus ojos y me pregunto si alguna vez he llegado a darme cuenta de cuánto dolor siente en realidad. No es normal, Alice y… y me asusta. No es normal en absoluto. No es como si alguien la hubiera… dejado, sino como si alguien hubiera muerto -la voz se le quebró.

Era como si alguien hubiera muerto, como si yo hubiera muerto. Porque había sido algo más que perder el más verdadero de los amores verdaderos, aunque no fuera uno de esos amores que matan, porque no había bastado para matar a nadie. También era la pérdida de un futuro al completo, una familia entera… toda la vida que yo había escogido…

Charlie prosiguió con un tono desesperanzado.

– No sé si va a poder superarlo alguna vez. No sé si está en su naturaleza el poder curarse de una cosa así. Bella siempre ha sido una personita tenaz. No pasa nada por alto ni cambia de opinión.

– Sí, ése es su estilo -asintió Alice de nuevo con una voz seca.

– Y Alice… -Charlie dudó-. Tú sabes cuánto te aprecio y estoy seguro de lo feliz que está de verte, pero… estoy un poco preocupado por el efecto que pueda tener tu visita.

– Yo también, Charlie, yo también. No habría venido si hubiera tenido idea de lo que había pasado. Lo siento.

– No te disculpes, cielo, ¿quién sabe? Tal vez sea bueno para ella.

– Espero que tengas razón.

Hubo una larga pausa mientras los tenedores rascaban los platos y Charlie masticaba. Me pregunté donde escondía Alice la comida.

– Alice, tengo que preguntarte algo -dijo Charlie con torpeza.

Alice estaba tranquila.

– Adelante.

– ¿Va a venir Edward a visitarla también? -inquirió. Noté la ira reprimida en la voz de Charlie.

Alice contestó con aplomo y un tono de voz suave.

– Ni siquiera sabe que estoy aquí. La última vez que hablé con él estaba en Sudamérica.

Me envaré al escuchar esta nueva información y presté más atención.

– Eso es algo, al menos -bufó Charlie-. Bueno, espero que lo esté pasando bien.

La voz de Alice se aceró por vez primera.

– Si yo estuviera en tu lugar, no haría suposiciones -sabía cómo podían llamear sus ojos cuando empleaba ese tono.

Una silla se separó rápidamente de la mesa, arañando de manera ruidosa el suelo. Me imaginé que había sido Charlie al levantarse; no albergaba duda alguna de que Alice no habría hecho semejante ruido. El grifo se abrió y un chorro de agua se estrelló sobre un plato.

No parecía que fueran a seguir hablando de Edward, por lo que decidí que ya era hora de levantarme.

Me di la vuelta y reboté contra los muelles a fin de que chirriaran. Luego bostecé de forma audible.

Todo estaba tranquilo en la cocina.

Me estiré y gruñí.

– ¿Alice? -pregunté de forma inocente; la ronquera que todavía me raspaba la garganta añadió un toque muy apropiado a la charada.

– Estoy en la cocina, Bella -me llamó Alice, sin que hubiera rastro en su voz de que sospechara que había escuchado a escondidas su conversación, pero a ella se le daba bien ocultar estas cosas.

Charlie tenía que marcharse ya, porque estaba ayudando a Sue Clearwater a hacer los arreglos pertinentes para el funeral. Habría sido un día muy largo sin Alice. No habló de irse en ningún momento y yo no le pregunté. Sabía que su marcha era inevitable, pero me lo quité de la cabeza.

En vez de eso, hablamos sobre su familia, de todos menos de uno.

Carlisle trabajaba por las noches en Ithaca y enseñaba a tiempo parcial en la universidad de Cornell. Esme estaba restaurando una casa del siglo XVII, un monumento histórico situado en un bosque al norte de la ciudad. Emmett y Rosalie se habían ido a Europa unos cuantos meses en otra luna de miel, pero ya estaban de vuelta. Jasper también estaba en Cornell, esta vez para estudiar Filosofía. Y Alice había estado efectuando algunas investigaciones personales referentes a la información que yo había descubierto de forma casual la pasada primavera. Había conseguido identificar con éxito el manicomio donde había pasado los últimos años de su existencia humana. Una vida de la que ella no tenía recuerdos.