– Mi nombre era Mary Alice Brandon -me contó con voz serena-. Tenía una hermana pequeña que se llamaba Cynthia. Su hija, mi sobrina, todavía vive en Biloxi.
– ¿Has conseguido averiguar por qué te llevaron… a ese lugar? ¿Qué llevaría a unos padres a ese extremo? Incluso aunque su hija tuviera visiones del futuro…
Se limitó a sacudir la cabeza con mirada pensativa.
– No he conseguido averiguar demasiado sobre ellos. Repasé todos los periódicos viejos microfilmados que hallé. Se mencionaba muy poco a mi familia, ya que ninguno pertenecíamos al círculo social del que suele hablar la prensa. Estaba anunciado el compromiso de mis padres y el de Cynthia -el nombre salía de su boca algo vacilante-. Se notificaba mi nacimiento… y mi muerte. Encontré mi tumba, y también hallé mi hoja de admisión en los viejos archivos del manicomio. La fecha de la admisión y la de mi lápida coinciden.
No sabía qué decir y, después de una corta pausa, Alice cambió el rumbo de la conversación y habló de temas más superficiales.
Los Cullen estaban todos juntos de nuevo, salvo esa única excepción, para pasar en Denali -con Tanya y su familia- las vacaciones de Pascua que les concedían en Cornell. Escuché con demasiada avidez incluso las noticias más triviales. Ella nunca mencionó a aquel en quien yo tenía más interés y se lo agradecí en el alma. Bastaba con escuchar las historias de la familia a la que una vez soñé pertenecer.
Charlie no regresó hasta después del crepúsculo y parecía más extenuado que la noche anterior. Iba a volver a la reserva a primera hora de la mañana para el funeral de Harry, por lo que se acostó pronto. Yo me quedé otra vez con Alice en el sofá.
Charlie casi parecía un extraño cuando bajó las escaleras antes de que se hiciera de día, vistiendo un traje viejo que yo nunca le había visto con anterioridad. La chaqueta le colgaba abierta; supuse que le estaba demasiado estrecha para poder abrocharse los botones. La corbata era un poco más ancha de lo que se llevaba ahora. Caminó de puntillas hasta la puerta en un intento de no despertarnos. Le dejé marchar, fingiéndome dormida, y Alice, tendida en el sillón abatible, hizo lo mismo…
… pero se sentó en cuanto él salió por la puerta. Bajo el edredón, estaba completamente vestida.
– Bueno, ¿y qué vamos a hacer hoy? -me preguntó.
– No lo sé. ¿Ves que vaya a suceder algo interesante?
Ella sonrió y sacudió la cabeza.
– Todavía es temprano.
Todo el tiempo que había pasado en La Push había hecho que abandonara un montón de tareas en casa y decidí ponerme manos a la obra. Quería hacer algo que le facilitara las cosas a Charlie; quizás lograra que se sintiera mejor si regresaba a una casa que estaba limpia y en orden. Empecé con el baño, que era lo que mostraba más señales de abandono.
Mientras trabajaba, Alice se apoyó contra la jamba de la puerta y me hizo preguntas desenfadadas sobre mis, bueno, «nuestros» compañeros del instituto y de las cosas que habían pasado desde su ausencia. Su rostro mostraba una expresión despreocupada y carente de emoción, pero sentí su desaprobación cuando se dio cuenta de lo poco que podía contarle. O quizás la que hablaba era mi conciencia culpable después de haber estado escuchando a hurtadillas su conversación con Charlie en la mañana del día anterior.
Estaba sumergida en detergente hasta los codos y restregaba el fondo de la bañera cuando sonó el timbre de la puerta.
Miré rápidamente a Alice. Su expresión era de perplejidad y cierta preocupación, lo que era extraño; nada tomaba a Alice por sorpresa.
– ¡Ya voy! -grité en dirección a la puerta principal al tiempo que me levantaba y me dirigía a toda prisa al lavabo para enjuagarme los brazos.
– Bella -dijo Alice con cierto rastro de frustración en su voz-. Tengo una sospecha bastante certera sobre quién puede ser y creo que es mejor que me marche.
– ¿Sospecha? -repetí. ¿Desde cuando Alice tenía que sospechar algo?
– Si es una repetición del mayúsculo fallo de mi visión de ayer, entonces, lo más probable es que sea Jacob o uno de sus… amigos.
La miré fijamente mientras intentaba sacar conclusiones.
– ¿No puedes ver a los hombres lobo?
Ella torció el gesto.
– Eso parece.
Estaba evidentemente irritada por este hecho, muy irritada. El timbre sonó otra vez, dos veces, con rapidez e impaciencia.
– No tienes que irte a ninguna parte, Alice. Tú estabas aquí primero.
Rió con su risita plateada, aunque esta vez tenía un matiz oscuro.
– Confía en mí. Dudo que sea buena idea reunimos a mí y a Jacob Black en la misma habitación.
Me besó la mejilla velozmente antes de desvanecerse por la puerta del cuarto de Charlie y a través de su ventana trasera, sin duda.
El timbre sonó de nuevo.
El funeral
Bajé las escaleras a todo correr y abrí la puerta de un tirón.
Era Jacob, por supuesto. Incluso aunque no le pudiera ver, Alice era muy intuitiva.
Se había quedado a metro y medio de la puerta y arrugaba la nariz con gesto de desagrado, pero aparte de eso su rostro estaba en calma, como el de una máscara. No me engañó. Vi el débil temblor de sus manos.
Emanaba oleadas de hostilidad, lo cual me retrotrajo a aquella espantosa tarde en la que había preferido a Sam antes que a mí y respondí a la defensiva irguiendo el mentón.
El Golf de Jacob permanecía al ralentí con el freno echado. Jared estaba al volante y Embry en el asiento del copiloto. Me di cuenta de lo que eso significaba: temían dejarle venir solo, lo que me entristeció y sorprendió, ya que el comportamiento de los Cullen no justificaba semejante actitud.
– Hola -dije finalmente al ver que él seguía sin hablar.
Jake frunció los labios y continuó a la misma distancia que había mantenido con respecto a la puerta. Repasó la fachada de la casa con la mirada.
Apreté los dientes y pregunté:
– No está aquí. ¿Necesitas algo?
Él vaciló.
– ¿Estás sola?
– Sí.
Suspiré.
– ¿Podemos hablar un minuto?
– Por supuesto, Jacob. Vamos, entra.
Miró por encima de su hombro a sus amigos, sentados en el coche. Vi a Embry mover la cabeza de forma casi imperceptible. No supe la razón, pero eso me fastidió un montón.
Me rechinaron los dientes y murmuré en voz muy baja:
– Gallina.
Los ojos de Jacob relampaguearon y se centraron en mí. Encima de sus ojos hundidos, sus pobladas cejas negras adoptaron un ángulo que les confería un aspecto airado. Apretó los dientes y desfiló -no existía otra palabra para describir la forma en que se movía- por la vereda y se encogió de hombros al pasar junto a mí para entrar en la casa.
Antes de cerrar de un portazo, mi mirada se encontró primero con la de Jared y luego con la de Embry. No me gustó la dureza con la que me observaban. ¿De veras pensaban que iba a dejar que le sucediera algo malo a Jacob?
Él se quedó detrás de mí en el vestíbulo sin dejar de mirar el lío de mantas del salón.
– ¿Qué? ¿Una fiesta de pijamas? -inquirió con sarcasmo.
– Sí -repliqué con el mismo tono de acidez. No me gustaba nada Jacob cuando se comportaba de esa manera-. ¿Qué se te ofrece?
Volvió a arrugar la nariz como si oliera algo desagradable.
– ¿Dónde está tu «amiga»? -pude oír el entrecomillado de la palabra en la inflexión de su voz.
– Tenía que hacer algunos recados. Bueno, Jacob, ¿qué quieres?
Había algo en la estancia que le ponía los nervios a flor de piel. Los brazos le temblaban. No respondió a mi pregunta, sino que se desplazó a la cocina lanzando con impaciencia miradas en todas las direcciones.