Le seguí. Paseaba arriba y abajo junto a la pequeña encimera.
– Eh -le dije al tiempo que me interponía en su camino. Detuvo sus pasos y fijó en mí su mirada-. ¿Qué te ocurre?
– Me disgusta tener que venir aquí.
Aquello me hirió profundamente. Me estremecí y él entrecerró los ojos.
– En tal caso, lamento que hayas tenido que hacerlo -musité-. ¿Por qué no me dices ya lo que necesitas? De ese modo podrás marcharte.
– Sólo quería hacerte un par de preguntas. No te llevará mucho tiempo. Debemos volver al funeral.
– De acuerdo, terminemos con esto.
Probablemente me estaba comportando con demasiada agresividad, pero no quería que viera cuánto daño me hacía. No me había portado bien, cierto, y después de todo, hacía dos noches había preferido a la chupasangre en vez de a él. Yo le había herido primero.
Respiró hondo y de pronto los dedos temblorosos se quedaron quietos. Su rostro se sosegó hasta convertirse en una máscara serena.
– Un miembro de la familia Cullen ha estado aquí contigo -expuso.
– Sí, Alice Cullen.
Asintió con gesto pensativo.
– ¿Cuánto tiempo va a quedarse?
– Todo el que quiera -repliqué, todavía con tono beligerante-. Puede venir cuando le plazca.
– ¿Crees…? ¿Podrías explicarle lo de la otra, lo de Victoria, por favor?
Palidecí.
– Ya la he informado.
El asintió.
– Has de saber que mientras los Cullen estén en este lugar, sólo podemos vigilar nuestras tierras. El único sitio donde tú estarías a salvo sería en La Push. Aquí ya no puedo protegerte.
– De acuerdo -contesté con un hilo de voz.
Entonces apartó la vista y miró al exterior a través de las ventanas traseras sin decir nada más.
– ¿Eso es todo?
Mantuvo los ojos fijos en el cristal mientras contestaba:
– Sólo una última cosa.
Esperé, pero él no prosiguió, por lo que al final le urgí:
– ¿Sí?
– ¿Van a regresar los demás? -inquirió con voz fría y calmada. Me recordó al comportamiento sereno de Sam. Jacob se parecía cada vez más a él. Me pregunté por qué me molestaba tanto.
Ahora fui yo quien permaneció callada y él clavó sus ojos perspicaces en mi rostro.
– ¿Y bien? -preguntó mientras se esforzaba en ocultar la tensión detrás de su expresión serena.
– No -respondí al fin, a regañadientes-. No van a volver.
Jacob no se inmutó.
– Vale. Eso es todo.
Mi enfado resurgió y le fulminé con la mirada.
– Bueno, venga, ahora vete. Ve a decirle a Sam que los monstruos malos no te han atrapado.
– Vale -volvió a decir, aún calmado.
Era lo que parecía. Jacob salió a toda prisa de la cocina. Esperé a oír la puerta de la entrada, pero no fue así. Escuché el tictac del reloj de la cocina y me maravillé una vez más de lo silencioso que se había vuelto.
¡Menudo desastre! ¡¿Cómo podía haberme alejado tanto de él en tan breve lapso de tiempo?!
¿Me perdonaría cuando Alice se hubiera marchado? ¿Y qué ocurriría si no lo hiciera?
Me dejé caer contra la encimera y enterré mi rostro entre las manos. ¿Cómo podía haberlo complicado todo de este modo? En cualquier caso, ¿me podía haber comportado de otra manera? No se me ocurrió ninguna alternativa, ningún otro modo de proceder.
– ¿Bella…? -preguntó Jacob con voz atribulada.
Alcé el rostro, que mantenía entre mis manos, para ver a Jacob, dubitativo, en la entrada de la cocina. No se había marchado, tal y como yo había pensado. Sólo entonces vi gotas cristalinas en las palmas de mis manos y comprendí que estaba llorando.
La expresión serena había desaparecido del rostro de Jacob, que ahora se mostraba inseguro y ansioso. Caminó rápidamente para acercarse a mi lado y agachó la cabeza hasta que sus ojos y los míos estuvieron a la misma altura.
– Lo he vuelto a hacer, ¿verdad?
– ¿Hacer? ¿El qué? -pregunté con voz rota.
– Romper mi promesa. Perdona.
– No te preocupes -repuse entre dientes-. Esta vez empecé yo.
Su rostro se crispó.
– Sabía lo que sentías por ellos. No debería haberme sorprendido de ese modo.
Vi la repulsa en sus ojos y quise explicarle cómo era Alice en realidad, defenderla, desmentir la opinión que se había formado de ella, pero algo me previno de que no era el momento.
Por tanto, me limité a decir:
– Lo siento.
Una vez más.
– No hay de qué preocuparse, ¿vale? Sólo está de visita, ¿no? Se irá y las aguas volverán a su cauce.
– ¿No puedo ser amiga de los dos al mismo tiempo? -pregunté. Mi voz no ocultó ni una pizca del dolor que me embargaba.
Movió la cabeza muy despacio negando esa posibilidad.
– No, no creo que sea posible.
Sollocé y clavé la vista en sus pies enormes.
– Pero ¿me esperarás, verdad? ¿Seguirás siendo mi amigo aunque también quiera a Alice?
No alcé los ojos, temerosa de lo que iba a pensar de la última parte. Necesitó un minuto para responder, por lo que probablemente fue un acierto no mirarle.
– Sí, siempre seré tu amigo -dijo con brusquedad- sin tener en cuenta a quién ames.
– ¿Prometido?
– Prometido.
Me rodeó con los brazos y yo apoyé la cabeza sobre su pecho sin dejar de sollozar.
– ¡Qué asco de situación!
– Sí -entonces, olisqueó mi pelo y dijo-: Puaj.
– ¡¿Qué?! -pregunté y levanté la vista para verle arrugar la nariz-. ¿Por qué os ha dado a todos por hacerme eso? ¡No huelo!
Esbozó una leve sonrisa.
– Sí, sí hueles, hueles como ellos. Demasiado dulce y empalagoso… y helado… Me arde la nariz.
– ¿De verdad? -aquello resultaba muy extraño. Alice olía increíblemente bien, al menos para un humano-. Entonces, ¿por qué Alice cree también que yo huelo?
Aquello le borró la sonrisa de la cara.
– ¿Qué…? Tal vez mi olor tampoco sea de su agrado, ¿no?
– Bueno, a mí me gusta cómo oléis los dos.
Volví a apoyar la cabeza sobre su pecho. Le iba a echar mucho de menos en cuanto saliera por la puerta. Era una situación peliaguda y sin escapatoria. Por una parte, deseaba que Alice se quedara para siempre, y me iba a morir -metafóricamente hablando- cuando me dejara, pero ¿cómo se suponía que iba a seguir sin ver a Jacob ni un segundo? ¡Menudo lío!, pensé una vez más.
– Te echaré de menos cada minuto -susurró Jacob, haciéndose eco de mis pensamientos-. Espero que se largue pronto.
– La verdad, Jake, no tiene por qué ser así.
Suspiró.
– Sí, Bella, sí ha de ser así. Tú… la quieres, y sería conveniente que yo no estuviera cerca de ella. No estoy seguro de mantenerme siempre lo bastante sereno como para poder manejar la situación. Sam se enfadaría si se enterase de que he quebrantado el tratado y -su voz se tornó sarcástica- no creo que te hiciera demasiado feliz que matara a tu amiga.
Le rehuí cuando dijo eso, pero él se limitó a hacer más fuerte la presa de sus brazos, negándose a soltarme.
– No hay forma de evitar la verdad. Así están las cosas, Bella.
– Pues no me gusta.
Jacob liberó un brazo para sostener mi mentón con la mano ahuecada y lo levantó para obligarme a que le mirase.
– Sí, era más sencillo cuando los dos sólo éramos humanos, ¿verdad?
Suspiré.
Nos miramos el uno al otro durante mucho tiempo. Su mano ardía sobre la piel de mi rostro. Sabía que allí no había otra cosa que nostalgia y tristeza. No quería despedirme, por breve que llegara a ser la separación. Al principio su rostro fue un reflejo del mío, pero luego, sin que ninguno de los dos desviara la mirada, su expresión cambió.